Farsa partidaria

La volatilidad política está generando fenómenos extraños en el sistema de partidos. La fuerza con la que afloraron los emergentes el 20-D y la decepción sufrida por sus expectativas el 26-J ha despertado la ilusión de que el bipartidismo podría recuperarse. Ilusión que por unos días se instaló especialmente entre los socialistas, al eludir el sorpasso por parte de Podemos. El recurso a la descripción binaria del momento –a Rajoy le corresponde intentar una mayoría de gobierno, a Sánchez liderar la oposición– ha adoptado una forma aun más sublimada al afirmar los socialistas que ellos son la alternativa. En el polo opuesto del deseado binomio, los populares parecen presos de una sugestión equivalente, pasando Rajoy de declinar la invitación que le hizo el Rey para postularse a la investidura con 123 diputados a sentirse ya ungido con 137.

Cuando el ejercicio electoral de la política democrática pasa a estado líquido e incluso gaseoso, dando lugar a una gran incertidumbre sobre el gobierno de las instituciones en los próximos años, los partidos políticos experimentan un ensimismamiento sin precedentes. Sólo hablan en primera persona y ni siquiera emplean la tercera para enunciar esa frase tan manida y vaciada por reiteración de “los problemas de los ciudadanos”. El egocentrismo se ha adueñado de las formaciones parlamentarias cuando precisamente sus dirigentes y responsables de campaña han querido mostrarse más extrovertidos. Iglesias revelando a los suyos que en realidad han sido víctimas de su propia lucidez es su expresión más palmaria. Las desavenencias entre los convergentes a la hora de bautizar su refundación constituyen otro ejemplo de la desazón a que conduce la introspección partitocrática.

El vértigo provocado por la fragmentación partidaria hace que los aparatos se aferren a las tendencias en una visión lineal y siempre ascendente de las expectativas propias. Los gestores del PP alimentan su fe en poder recuperar a corto o medio plazo la mayoría absoluta. El equipo directivo de Sánchez acaricia ya el juego de la alternancia, cediéndole la iniciativa a Rajoy. Los de Podemos y sus aliados necesitan pensar el futuro como si la frustración sentida en las últimas generales fuese un paso atrás para coger impulso. Hasta el independentismo se contrae en Catalunya y en Euskadi porque las formaciones que lo auspician se ven en la obligación de recrear, de preservar, sus respectivos feudos.

El ensimismamiento partidario pretende recuperar esencias o dar con las claves del éxito en tiempos de zozobra. Por eso mismo acaba alienando a las formaciones políticas en relación con las responsabilidades que contraen cuando solicitan y obtienen el favor de los electores. Resulta clamoroso cómo a lo largo de los siete últimos meses, especialmente antes y después del 26 de junio, se han volatilizado las propuestas programáticas. Tanto que incluso se echa en falta aquel esfuerzo que hicieron PSOE y Ciudadanos en torno a 200 medidas de gobierno, malogrado por una escenificación ensimismada del logro, más que por que fracasase el intento de investidura de Pedro Sánchez. Los partidos han dejado de ofrecer respuestas concretas a los asuntos públicos. Ni siquiera se les oye hablar de diagnósticos o jerarquizando problemas, más allá del lugar común de mentar el empleo. De hecho, llevan dos elecciones generales sorteando el tema del déficit como si fuese una cuestión resoluble, por empatía, en el diálogo con Bruselas, y no tuviera una dimensión objetiva preocupante junto a la deuda.

Los partidos tratan de restablecerse a base de voluntarismo. Sólo el Partido Popular parece contar, además, con un momento de oportunidad. Pero al querer recobrar fuerzas en el ensimismamiento, se debilitan. A pesar de que la volatilidad electoral indique el ocaso de la fidelidad partidaria, intentan soslayar el problema mediante un juramento taumatúrgico, en cuya fórmula tampoco coinciden siempre todos los partidarios de una misma sigla. No hay más que ver a las baronías socialistas endosando al secretario general la tarea de que les saque del atolladero, a sabiendas de que resulta una misión imposible en lo inmediato. Qué decir de la dispersión de consignas en que podrían acabar Podemos y sus confluencias si el concurso de interpretaciones que han convocado sobre las causas de su último resultado electoral no lleva a conclusiones unitarias y operativas. La farsa se ha apoderado de la vida partidaria. La simulación de posturas domina los equilibrios in­ternos. Lo que incrementa la distancia respecto a los ciudadanos. Los partidos llevan al extremo el politiqueo cuando más en discusión está la política.

Kepa Aulestia

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