Por Luis Miguel Rabanal, escritor y socio de la asociación por el Derecho a Morir Dignamente (DMD) de Asturias. Tetrapléjico desde 1998 y lesionado medular desde 1979 (EL PAÍS, 12/05/06):
Bonito espectáculo de feria al que vamos asistiendo en esta última semana. Sucede que a Ramón Sampedro no se le ha ocurrido otra cosa, desde su lejana e infinita nada, que volver a morirse. Se conoce que no fue suficiente, en su día, allá por 1998, la retransmisión en diferido de su más que deseada aunque penosa muerte, ni el posterior y prolongado proceso de beatificación, ni siquiera el último y muy hermoso acto de su personal trilogía, me refiero a la película tan magníficamente llevada y traída por premios y festivales Mar adentro. Pues bien, se conoce que Ramón Sampedro no tenía bastante con todo ello y tiene que volver, a su manera, a decirnos que estamos todos muy, pero que muy, equivocados. Alguien contestará que el muy equivocado es el que esto suscribe, que el muerto no es Ramón Sampedro esta vez, sino otro, un tal Jorge León, no de Galicia precisamente, y, para colmo de males, con un respirador de por medio, y, por si fuera poco, pentapléjico, nueva palabra que añadir a nuestros personales diccionarios de andar por casa mientras vemos de mala gana ciertas noticias de los telediarios. El niño dirá: mami, qué es pentapléjico. La niña, más avispada ella, no tendrá la más mínima duda y contestará al pequeño que pentapléjico es un equipo de fútbol de la ciudad de Madrid que viste normalmente camiseta rojiblanca a rayas. El padre, estoy casi seguro que con empaque, añadirá que pentapléjico es un señor al que le gusta sobremanera el bacalao a la vizcaína. Pues sí, señores, todos tienen su buena parte de razón. Pentapléjico, tetrapléjico, parapléjico... Palabras que no suenan nada bien a esta sociedad nuestra, mejor dicho, que suenan fatal, porque son sinónimo, además de otras muchas cosas, de dolor, de enfermedad, de vidas rotas. Y mientras tanto, las mentes bien pensantes van a abandonar con sigilo el cuarto de estar para ir al lavabo, pues en el momento en que se escuchan y se ven tamañas "desgracias" las mentes bien pensantes tienen la obligación de lavarse algo, aunque sea sólo y transitoriamente la conciencia. Pero yo sigo insistiendo. Sucede que a Ramón Sampedro no se le ha ocurrido otra cosa que volver a morirse. El muy cabrón, el muy farsante.
Regresa de nuevo el debate, la pequeña o gran pelotera de turno comienza a llenar columnas y columnas en los periódicos y una que otra intempestiva imagen televisiva se cuela en los hogares a la hora de los almuerzos y las cenas. Los medios, siempre a vueltas con los medios. Algunos de ellos incluso rozan el ridículo titulando que Jorge León precisaba de una pequeña grúa para ser desplazado de su cama a su silla de ruedas. Cómo si no mover un cuerpo yerto, cómo si no transportar un cuerpo que ya lo ha perdido todo hace mucho tiempo, el orgullo, la autonomía, la vergüenza, incluso la dignidad. Otros andan ya a la busca y captura de nuevos pentapléjicos como él por asociaciones, como DMD Asturias, oliendo la exclusiva, de enfermos con similares expectativas vitales que las del farsante de Jorge, el muy farsante. Y es que parece extraño que, aún hoy, en estos tiempos que corren de magnanimidad y progreso, donde pareciera que todo el mundo vive desahogadamente en un perpetuo ir y venir a las playas en kilométricas y bellísimas caravanas, en estos tiempos, digo, todavía haya quien ponga su estúpido grito en el cielo cuando surgen patadas en la ingle informativa como es la de la reciente muerte de Jorge León. Se me ocurre pensar que ya está bien de seguirle el juego a esa banda de sotanas andantes en que se ha convertido la Iglesia católica o si no, a esa otra de políticos que bajo el amparo de un muy mono pajarito naranja campan a sus anchas con exceso en tómbolas y en informativos, o incluso a la de otros cuya flor, pienso yo, caída a la derecha destila un aroma cada vez más mustio. No otro discurso parece querer añadir la ministra del ramo en sus últimas declaraciones: no es el momento. Se conoce que las personas que estamos tendidas sin remedio en una triste cama de hospital, o en una residencia de mala o buena muerte, o en el domicilio prestado de nuestros familiares, o, los que con enorme fortuna, como yo, vivimos en nuestra propia casa haciendo la vida amarga e imposible a nuestros seres más queridos, pues se conoce que esos, nosotros que no podemos introducir ni tan siquiera un miserable voto en una miserable urna electoral, carecemos de derechos para que los políticos nos pongan un poco en sus papeles, siquiera en bastardilla. A la hora de decidir qué hacer con nuestra asquerosa vida, nadie ha hablado aquí todavía de eutanasia, horrible palabreja, lo mejor es esperar, ser pacientes, confiar en que una parada cardiaca, por poner un ejemplo, un día cualquiera, nos haga el resto del trabajo. Mucho mejor la clandestinidad, la mano amiga que se nos niega. Pues eso, muy farsantes.
Y todo lo que antecede porque el pasado jueves, día 4 de mayo, el cuerpo sin vida de Jorge León apareció en su domicilio de Valladolid con el respirador desconectado y, cerca, un vaso. El vaso. Desde aquí poco puedo sumar a esta polémica boba si no es mi admiración y mi envidia hacia una persona que, por fin, pudo conseguir lo que desde hacía tanto pretendía. Desde aquí, para él, para ese vacío que ya es él, el abrazo más grande que yo haya podido ofrecer a nadie. Y no sólo para él, sino para otros, estos anónimos, que con la ayuda impagable e inestimable de quién sabe quién han podido llegar al final de sus vidas sin tener que sonrojarse y a los que lo harán mañana, y dentro de dos meses... Farsantes ellos lo mismo que yo soy farsante.