¿Fase decisiva en Pakistán?

Llegan noticias alarmantes de Pakistán. Partes del país, como la frontera noroccidental y Waziristán ya no están en manos del gobierno, sino de los islamistas y de diversas tribus. El presidente Musharraf dice que el país afronta la crisis más grave de su existencia. Se registran enfrentamientos sangrientos en las calles de las grandes ciudades, el barco de Musharraf se hunde e incluso sus aliados le abandonan, afirma la oposición. ¿Debería ello ser motivo de preocupación para Europa? Conviene tener en cuenta que Pakistán posee bombas nucleares y ya sabemos a qué manos podrían ir a parar si el país se desintegra. Pakistán ha sido el principal infractor a la hora de transferir tecnología nuclear militar a otros países.

El éxodo masivo es otro problema. La embajada pakistaní en Grecia ha declarado que 10.000 pakistaníes han pasado de contrabando a Turquía en espera de trasladarse a Grecia y de allí a Italia, España y otros países europeos. Y, según se nos dice, esto es sólo el principio.

Otras voces afirman que no debería exagerarse. Pakistán - razonan- ya ha padecido otras crisis cada cinco o siete años desde su fundación. La oposición democrática encabezada por Benazir Butto y Nawaz Sharif se halla presta a tomar el poder cuando Musharraf abandone la escena. La situación económica dista de ser desesperada (con una tasa de crecimiento alrededor de un 7% en el 2007). En cuanto al supuesto peligro islamista, responde a la invención del mando militar pakistaní y más concretamente de los servicios de inteligencia (ISI): sin su contribución, la verdad es que vendría a ser poca cosa. Los británicos crearon el ISI en 1948 pero es un Estado dentro del Estado.

¿Dónde reside la verdad? Es indudable que Pakistán atraviesa serios apuros y que las elecciones de finales de este año no solucionarán los problemas del país, como tampoco el acceso de otro general a la jefatura del Estado. Cuando nació el país, sus fundadores como Mohamed Jinnah querían un país laico con igualdad de derechos para todos los ciudadanos. Pero no es eso lo que ha sucedido. Porque durante la mayor parte del tiempo han gobernado los militares, la minoría chií ha sido perseguida, la educación de la juventud depende de extremistas religiosos y en las madrazas (escuelas religiosas) se predica la guerra santa.

El peligro procede del interior, no de India. Lo último que India desea es integrar otros 160 millones de musulmanes. El norte del país se halla ampliamente en manos de los talibanes, que predican una forma especialmente fanática del islam que no contempla la educación en el caso de la mujer. Doscientas mujeres profesoras y maestras han sido asesinadas los dos últimos años. Estos elementos han empezado a imponer el terror religioso en algunas ciudades, incluso en Islamabad, la capital. Es cierto que los islamistas contaron al principio con un notable respaldo de las fuerzas armadas (y aún lo reciben hasta cierto punto), pero han escapado al control del ejército y se han reforzado, convirtiéndose en fuerza aparte con su propio programa y sus propios objetivos.

En tales circunstancias, poco ha podido hacer Musharraf contra los terroristas y los talibanes. EE. UU. ha sido acusado de apoyar una dictadura que tampoco ha podido ayudar gran cosa en la guerra contra el terrorismo. Pakistán es una dictadura militar pero relativamente moderada; la prensa, por ejemplo, es casi libre. En cuanto a la oposición democrática,no habría que hacerse ilusiones. Cuando Nawaz Sharif era primer ministro fue evidente la política agresiva contra India (recuérdese la breve guerra de Kargil)y bajo Benazir Bhutto prestó gran ayuda a los talibanes en Afganistán, que ella consideraba factor estabilizador. Hacían tantas concesiones a los extremistas islamistas, como los actuales líderes militares. En cuanto a la corrupción, es discutible si un Pakistán democrático ha sido (o sería) mejor que la dictadura militar.

Puede ser pronto para considerar a Pakistán un país fallido pero desde luego se halla sumido en un trance muy apurado y puede representar un peligro para el mundo circundante y el mundo exterior en general. Es posible que carezca de importancia quién gobierna Waziristán, una lejana y montañosa área que nadie nunca ha llegado a controlar plenamente (ni siquiera Alejandro Magno). Pero importa quién tiene las llaves de las bombas atómicas. Se extiende entre los pakistaníes en el extranjero cierta inclinación a la violencia; por ejemplo, entre quienes viven en Gran Bretaña, como han puesto de manifiesto las últimas detenciones y juicios.

Algunos observadores occidentales, como el conocido historiador británico William Dalrymple, han minimizado la importancia del adoctrinamiento practicado en las escuelas religiosas cuyo número ha crecido exponencialmente en los últimos años. Otros razonan que no hay nada de malo en que un Gobierno pakistaní aliente a los talibanes autóctonos moderados en contraposición con los talibanes extremistas controlados por extranjeros. Los titulados de las madrazas - arguye Dalrymple- no constituyen un peligro para nadie porque carecen de los conocimientos y preparación técnica necesarios para llevar a cabo ataques terroristas a gran escala en Occidente. No obstante, en estos tiempos tampoco es menester poseer tanta pericia a tal propósito, y en cualquier caso los islamistas pakistaníes son bastantes fuertes en politécnicos de ciudades y localidades como, por ejemplo, Lahore.

Las próximas semanas y meses en Pakistán serán de vital importancia.

Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.