Fatal dilema

Las urnas han situado a Mas y al nacionalismo convergente en tierra de nadie. La victoria del domingo lleva el regusto de una derrota propiciada por la épica trascendencia con la que el presidente de la Generalitat quiso romper todos los cálculos. Para dar mayor autenticidad a su apuesta, el líder de CiU se encargó de bloquear todas las salidas menos una: la del referéndum. En los dos últimos meses una extraña sugestión colectiva se apoderó del foro público hasta arrinconar el posibilismo por el que había discurrido la política catalana desde la transición. En ese clima, nadie podía sospechar que el veredicto del 25 de noviembre iba a requerir que todas las puertas estuviesen abiertas. Artur Mas se adentró en un territorio ignoto para la propia cultura convergente forzando en exceso la manera de ver las cosas de su electorado tradicional. Al final se ha demostrado que ni la adhesión al “derecho a decidir” –en principio incuestionable–, ni la preferencia independentista en las encuestas ni las sensaciones de agravio fiscal son sinónimos de una voluntad política activa tan unívoca y unidimensional como la que Mas pretendía representar.

Había en Catalunya algo envidiable para los vascos: el catalanismo. Esa manifestación tan genuina, mitad sentimiento de pertenencia mitad modo de actuar, que cohesionaba a la sociedad y la vinculaba con la política en una aspiración moderada. En Euskadi el vasquismo era una rareza, un eslogan al que intermitentemente se aferraban algunos socialistas, o un apelativo que acompañaba el recuerdo de algunos eruditos. Se trata de una categoría que no puede construirse por puro voluntarismo, pero que, visto lo acontecido en Catalunya, se destruye con facilidad. El catalanismo evoca consenso y una administración pragmática de los objetivos nacionales. Pero es un término que parece haber desaparecido del habla común sencillamente porque han aflorado posiciones más nítidas o, cuando menos, más rotundas a la hora de dibujar el horizonte colectivo. A primera vista, el “derecho a decidir” sería la expresión actualizada del catalanismo. Pero lo sería si el principio que se reivindica como lugar común no estuviera abocado a la convocatoria de un referéndum de factura y resultado inciertos.

En tan imprevista noche electoral, distintas voces convergentes insistieron en que el escrutinio del domingo no versaba sobre la independencia, sino que se plebiscitaba la convocatoria o no de una consulta, señalando a continuación que una abrumadora mayoría del nuevo Parlament secunda ese objetivo. Pero ni el nacionalismo menos soberanista puede seguir envolviendo con el celofán del “derecho a decidir” su intención de conducir a Catalunya hacia la independencia posible en el mundo actual. Si el catalanismo era una realidad ecléctica de la que había que desprenderse para avanzar hacia un Estado propio, tampoco tiene sentido jugar al equívoco del “derecho a decidir” cuando el propósito es tan simple como desengancharse del Estado español. Paradójicamente, cuando, a tenor de su resultado electoral, Convergència hubiese precisado recuperar la idea del catalanismo en tanto que mínimo común denominador, la formación que lidera Mas puede verse obligada a no frustrar las expectativas soberanistas avivando la llama de una próxima consulta para acceder al Estado propio. El problema es que un Parlament tan segmentado difícilmente permitiría a la Generalitat soportar la fricción e incluso la colisión institucional que generaría una política de hechos consumados orientada a convocar el referéndum con o sin cobertura constitucional.

Artur Mas ha llegado tan lejos que sólo podría volver sobre sus propios pasos rectificando su política y dando la espalda a los convergentes soberanistas. Con otros resultados electorales hubiese pasado de liderar un partido a encabezar un movimiento, que era lo que parecía apuntar en vísperas del 25-N al percatarse de que CiU no alcanzaría la mayoría absoluta. Pero el corrimiento del voto soberanista a favor de ERC sin que la suma de las siglas nacionalistas haya experimentado mejoría alguna respecto a las no nacionalistas impide hablar de movimiento y debilita su posición al frente de Convergència. Cegada la salida catalanista proclive al logro del pacto fiscal por el propio fracaso electoral convergente, el dilema fatal al que se enfrenta Mas es el de reconducir la situación mediante la ralentización del camino emprendido tras la Diada o, por el contrario, acelerar la tramitación parlamentaria de una consulta popular. El problema es que la primera opción puede resultar agónica y la segunda, sencillamente suicida.

Kepa Aulestia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *