Federalismo y nacionalismo en España

Las relaciones entre el nacionalismo y el federalismo son difíciles , aunque se cuente con la proximidad del federalismo a la variedad territorial y se acepte que el nacionalismo se identificará mejor con aquellas formas políticas que asuman la descentralización y la valoración del autogobierno. Admitamos sobre todo el pluralismo de esas ideas que nos permiten entender el estado autonómico como una forma federativa y reconocer que hay nacionalistas que, sin dimitir del nombre, aceptan diferir en el tiempo la consecución del estado propio e incluso sustituir la independencia por la autonomía. Por eso, en España ha habido nacionalistas no independentistas, como era el caso de muchos catalanistas, comenzando por Prat de la Riba, y de inumerables foralistas, ejemplificados en la generación del cincuenta del pasado siglo que integraban los Azaola, Arteche, Caro y Mitxelena, entre otros.

Ocurre que la justificación del federalismo se puede llevar a cabo ponderando su capacidad para tratar institucionalmente las tensiones identitarias o subrayando sus superiores cualidades democráticas, en cuanto se acerca la toma de decisiones a los ciudadanos y se incrementa el rendimiento del gobierno, más eficiente si es próximo o permite ensayos de políticas y de equipos en el nivel territorial. Sin duda el federalismo es más exitoso como forma democrática que como tratamiento del seccionalismo identitario. Además, la conjugación del nacionalismo y el federalismo tiene dificultades para llevarse a cabo, sea por las trabas que plantea el nacionalismo a su integración en una forma política que no sea exclusivamente propia; o por la frecuente inclinación en la federación de las tendencias centrípetas a ahogar el pluralismo territorial.

Con todo, el nacionalismo puede aceptar el federalismo en la medida en que le interesa una cierta simbología del federalismo. En el Estado federal se reconoce a los entes integrantes la condición de Estados, aunque no lo son soberanos, y estos Estados operan como una especie de anticipo de las estructuras políticas plenas. Persisten, en cualquier caso, las dificultades, llamémoslas espirituales, del nacionalismo para aceptar el sistema federal, pues al nacionalismo, tambien al grande del Estado, le cuesta entender la complejidad de la forma federal, reacia a la emotividad y carácter salvífico que se atribuye a la soberanía como ideal político.

¿Qué es lo que ocurre entonces? Que la aceptación por el nacionalismo del federalismo, siempre es una aceptación equívoca y táctica. En realidad los nacionalistas, cuando hablan de federalismo, entienden por tal el confederalismo, aunque el confederalismo no solo no es federalismo, es obvio, sino que es lo contrario, diríamos, al federalismo. Los nacionalistas admiten el nacionalismo solo condicionalmente, a la espera, en fin, de una ocasión en la que plantear la reivindicación de la independencia.

El señalar en el plano teórico las dificultades de convivencia del nacionalismo con el federalismo, no significa ignorar, en el plano de la realidad, especialmente de nuestro sitema autonómico, dos cosas. Primero, el éxito notable de integración que ha llevado a cabo la fórmula de juntura de la democracia constitucional española que ha dado un razonable acomodo a las demandas nacionalistas más perentorias y sentidas en la comunidades territoriales significadas identitariamente, esto es, autogobierno y reconocimiento nacional; y que ha logrado superar los desafíos al ordenamiento que suponen los planteamientos de autodeterminación, claramente en el caso de Ibarretxe y seguramente en el caso de Mas, a través de los instrumentos ordinarios constitucionales. De manera que la respuesta del Estado autonómico al nacionalismo ha sido matizada: cabe el nacionalismo no soberanista y no cabe el nacionalismo independentista, mientras no se reforme el sistema institucional.También son posibles compatibilades nacionalistas formuladas en términos razonables: el vínculo nacional general, siempre que no se entienda en sentido exclusivista, es compatible con los vículos nacionales territoriales, entendidos a su vez de manera no excluyente.

De otro lado, en segundo lugar, hay que reconocer que la contribución de las Comunidades en las que prepondera el nacionalismo ha sido positiva para nuestro sistema de descentralización: si tenemos una autonomía en serio en muy buena medida es debido a a las exigencias de los gobiernos nacionalistas, que han conseguido un nivel de poder propio que, con razón, los territorios sin pulsiones nacionalistas también han reclamado.

Juan José Solozábal es catedrático de Derecho Constitucional UAM.

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