Felices en el colegio

A todos los padres que dejan a sus hijos felices en el cole cada mañana...

Y la desolación invadió mi ser, ¿sabe? Se abrió el tiempo de llorar. Mi hijo había nacido ya en una época histórica mala para los niños con discapacidad, donde los diagnósticos prenatales acababan con ellos, de tal forma que las estadísticas año tras año demostraban que se estaban convirtiendo en una realidad marginal, en seres humanos en peligro de extinción, por un tiempo. En un recuerdo de que antes, sobre esta tierra, estos niños eran recibidos quizá con lágrimas en los ojos y con besos en los brazos de sus padres. Esos besos sanan el corazón de los padres, hermanos, familiares y de los propios niños. Sí, Pepe ya nació cuando la mortífera eugenesia se había implantado en la sociedad occidental, y pocos niños con síndrome de Down eran aceptados en sus casas como un don. Alguien dijo que Pepe había tenido suerte, qué equivocado estaba, porque la suerte la tuvimos nosotros.

Más de uno me molestó haciéndome la impertinente pregunta de si me lo habían diagnosticado en el embarazo, y tuve que morderme la lengua y pensar si contestar que qué le importaba, que lo mismo que le diagnosticaron a su madre cuando nació él, o algo peor… ¡Algunos han perdido la sensibilidad de tal manera! Hemos perdido el corazón, hemos perdido la humanidad. Somos robots en busca de la eficiencia. Pepe no es un robot, ¿sabe? El sólo sabe amar. Bebés a la carta, dicen, vida a la carta ,dicen… ¿Quizá piensan que el amor puede ser a la carta? Pobrecito, mi niño, pobrecito.

¿Sabe? Nosotros lo llevamos a un centro infantil donde lo atendían con recursos de la Comunidad de Madrid. Allí estuvo sus dos primeros años de escolarización. Recuerdo a sus compañeros, chiquitines, que lo querían y le saludaban efusivos. Qué divina inocencia que no hace distinciones. Pero al final del segundo año, cuando iba a buscarlo, casi siempre estaba solo en una esquina de la clase, negándose a trabajar. Normalmente era muy difícil para él seguir el ritmo de atención y las actividades de los otros niños. Una sobrecargada especialista de la Comunidad de Madrid, que atendía otros veintitantos niños en diferentes colegios desperdigados en la zona de Chamberí, venía una hora o dos a la semana a verle. Daba unas pautas a las saturadas y entregadas profes de un montón de niños pequeños y... ¡buena suerte, si tenían tiempo!

Pepe necesitaba mucho más tiempo del que sus cariñosas profesoras podían dedicarle. Las competentes especialistas de la zona nos reunían entre dos y tres veces al año para hablar del caso. Fueron clave para resolver mis dudas sobre cómo enfocar la educación de Pepe; nos explicaron que la mejor alternativa para Pepe era la educación especial. Decía una de las especialistas, «(…) cuando yo era joven era una gran abogada de la inclusión en colegios normales para estos niños, con el tiempo me he dado cuenta de que no es eso lo mejor para muchos de ellos (…) lo mejor para muchos de ellos es una educación a medida, cuyo fin sea su independencia y autonomía futura. No necesitan saber Literatura o Geometría. Necesitan valerse por sí mismos. Y eso es lo que las familias buscan y los colegios de educación especial proveen mejor». Espacios de socialización ya hay muchos fuera de las aulas.

Casi dos cursos felices hemos disfrutado. ¡Pepe era tan feliz en su nuevo cole y con sus compañeros! ¡Pepe feliz, mamá feliz, papá feliz, familia feliz! Amigos iguales, profesoras de grupos pequeños, logopedas y especialistas. ¡No sabe qué rápido avanzó Pepe! Cuando uno se siente atendido tal y como lo necesita, se abre al aprendizaje. Empezó a hablar, controló esfínteres, se relacionó con sus iguales como uno más. Cada día ir a la ruta era una fiesta. Los besos y los abrazos al subirse al autobús. Se despertaba tan contento. Tan contento, tan contento… Era una preciosa forma de empezar el día y de enfrentar los quehaceres y rutinas con alegría. Todos los que son padres saben que cuando dejan a sus hijos en el cole y se quedan contentos, se pueden ir con el corazón en paz al trabajo y con una sonrisa en los labios. Se sienten en armonía con la existencia.

Pero ¿quizás era demasiado bonito para durar? O quizá, como dice el Eclesiastés, ha llegado el tiempo de llorar. ¿No era ya suficiente la dureza de nuestra sociedad con estos niños? No, no, parece que no. Aún hay más, ¿sabe? Yo me pregunto por qué. ¿Por qué sacarlo de su cole de educación especial? ¿Por qué vaciar su cole, donde ellos son tan felices? Y me pregunto por qué ya que no encuentro un para qué...

¿Sabe? Tengo muchas ganas de llorar ¿Sabe? ¡La sonrisa de Pepe es tan bonita! ¡Y sus manitas! Y sus abrazos... Todos deberían probar sus brazos alrededor de sus cuellos. ¿Será capaz esta generación de entender, como dice la canción de Victor Manuel, que no puede haber nadie en este mundo más feliz? ¿o tendremos que esperar a otra generación?

María Teresa Corzo Santamaría es profesora universitaria.

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