Felipe VI en las Reales Academias

El Rey, en ejercicio de su alto patronazgo conferido por la Constitución, inaugura el curso de las Reales Academias integrantes del Instituto de España hoy. A resultas de un riguroso turno, este año le ha correspondido el honor de albergar la ceremonia a la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

En pocos actos como este se entrelazan pasado, presente y futuro reflejados en unas corporaciones multiseculares como las académicas.

Los aires renovadores que trajeron los Borbones a España alentados por el racionalismo francés favorecieron que Juan Manuel Fernández Pacheco, octavo marqués de Villena –después de una intensa vida militar y política de la que da noticia Víctor García de la Concha en su monumental obra sobre la Real Academia Española–, impulsara la creación de la Real Academia de la Lengua y obtuviera de Felipe V la correspondiente cédula el 3 de octubre de 1714. A partir de ahí, el nacimiento de las restantes se escalona históricamente hasta componer con la Española las ocho que forman parte del Instituto de España.

Felipe VI en las Reales AcademiasEs interesante advertir que las Reales Academias nacen con un sentido que, a pesar del transcurso de los años, se mantiene hoy. Son entidades surgidas de la sociedad, a las que los poderes públicos reconocen el valor de las funciones que desarrollan, por lo que les otorgan reconocimiento jurídico y sostén económico; no son en modo alguno Administración del Estado.

El presente, sin embargo, no es el mejor de los tiempos vividos por las Reales Academias. Al margen del relativo desconocimiento que a veces sufren por parte de una sociedad que, paradójicamente, clama por el fortalecimiento de las organizaciones nacidas de sus entrañas, las consecuencias de la crisis se han proyectado con saña sobre estas corporaciones. El respaldo económico del Estado ha menguado mucho, y esto ha hecho difícil mantener sus actividades y ha impuesto importantes sacrificios. Acudo al ejemplo de la de Jurisprudencia y Legislación: en dos años las consignaciones presupuestarias se han reducido más o menos en un ¡cincuenta por ciento! De este modo no llegan ni a cubrir los gastos corrientes después de sufrir drásticos recortes. El peligro de, al menos, un languidecimiento de las actividades académicas es innegable.

La presencia de Felipe VI, que, coincidencia curiosa, sigue en la numeración regia al Monarca fundador de la primera Real Academia, constituye un símbolo de que el futuro llama a las puertas de las doctas corporaciones.

Creo crucial para un futuro fructífero que las entidades de continua mención conecten más con la sociedad de la que surgen. ¿Cómo conseguirlo?

Se han dado ya pasos en tal dirección, pero queda camino por recorrer. Hay que tratar, investigar, estudiar temas y campos que interesen a la sociedad. Esta tarea debe llevarse a cabo sosegada, sustancial y profundamente, con alejamiento de lo epidérmico, superficial y pasajero. No es una labor de relumbre inmediato, es de entretelas, de contribución a fortalecer la sustancia duradera donde se aposentan las relaciones sociales sólidas, la convivencia política equilibrada y el progreso en todos los órdenes. Es mucho, por otro lado, lo que las Reales Academias pueden hacer con su prestigio y autoridad en la esfera internacional, donde lo realizado ya por la Española es admirable.

El Estado no puede seguir reduciendo el apoyo económico que presta a las Reales Academias. Es comprensible el sacrificio que se les ha pedido, como a tantos en la España de los últimos años. Pero con los aires más favorables de la economía han de llegar en los Presupuestos Generales del Estado una mejora y una mayor acomodación a la realidad funcional de cada corporación. Es también entendible que, en una nueva etapa de las relaciones del Estado con las Reales Academias, el primero se preocupe por que las actividades de las segundas sean más beneficiosas para el progreso de la sociedad y lo exija así.

Señalaba que, a mi juicio, las Reales Academias deben en el futuro estar más atentas a lo que interese a la sociedad. A la recíproca, la sociedad a través de sus diferentes actores debe volver más su mirada hacia las Reales Academias, reclamar que cumplan sus funciones en los términos que vengo exponiendo y prestarles mayor ayuda económica para que lo puedan hacer. Dentro del amplio capítulo de la responsabilidad social corporativa ha de incorporarse este apoyo, en particular en las sociedades con más posibilidades de atenderla, las cotizadas en mercados organizados como las Bolsas. Aquí lo ya conseguido por algunas corporaciones, como, por ejemplo, la Española, primero, a través de la Asociación de Amigos de la Real Academia Española, y después con la correspondiente Fundación, y la de la Historia con la encomiable gestión económica del recordado Gonzalo Anes, ha de servir de faro, mediando las inevitables adaptaciones en cada caso, para los futuros derroteros por los que transite la relación de la sociedad con sus Academias. Es alentador un reciente ejemplo vivido en la de Jurisprudencia y Legislación e inspirado en los precedentes que acabo de invocar y en otros semejantes. Se ha apelado a los actores concernidos y la respuesta ha sido muy satisfactoria: diecisiete patronos entre despachos de abogados de todos los tamaños, colegios profesionales de la rama jurídica y una editorial de esta especialidad han constituido, bajo la autoridad y supervisión de la propia corporación, la Fundación Pro Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. Su finalidad: contribuir con ideas y medios económicos al desarrollo de las funciones de aquella así como a su mantenimiento. Con tan importante empuje, esta Real Academia ha logrado proseguir sus actividades tradicionales con renovada fuerza y emprender con brío otras nuevas.

En pocas palabras, la presencia del nuevo Monarca inaugurando por primera vez como tal el curso de las Reales Academias adquiere un profundo sentido simbólico. Encarna el equilibrado nexo entre un pasado centenario, un presente con dificultades superables y un futuro en el que estas corporaciones han de servir vigorosamente a la sociedad de la que emanan.

Luis María Cazorla Prieto es académico de número de la Real Jurisprudencia y Legislación.

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