Feminismo e impostura republicana de Podemos

Todavía recuerdo la perplejidad que experimenté cuando el grupo político que lidera Pablo Iglesias cambió el nombre de Unidos Podemos por Unidas Podemos. En sus explicaciones aclararon que la modificación del género gramatical era un modo de enfatizar su compromiso feminista. Del feminismo más reciente, naturalmente. Mi perplejidad no se mitigó. Y es que, si nos atenemos a la vertebración intelectual, no resulta sencillo entender que una organización política ideológicamente primitiva, emparentada antes con los peores populismos que con cualquier idea solvente de socialismo, sustituyera la tosca pero austera teoría social de Laclau y Mouffe por los últimos productos irracionalistas facturados en los peores departamentos de las universidades norteamericanas, tan dados ellos a la incontinencia logorréica. Solo a titanes del pensamiento les está permitido transitar en menos de un año del peronismo y Chávez al posmodernismo y Butler.

En todo caso, pareciera que, para decirlo con palabras de otros tiempos menos propicios a la hojarasca, las mujeres habrían sustituido a la clase obrera como sujeto revolucionario. El desplazamiento, en rigor, solo es parcialmente novedoso. Y es que los trabajadores de toda la vida nunca les importaron mucho a los populismos de izquierdas, que siempre prefirieron el difuso pueblo a la inequívoca clase obrera. Por lo demás, en el detalle, el cambio no mejora la precisión doctrinal. Si hemos de hacer caso a algunas de las propuestas de Montero, en favor de «la libre determinación de la identidad de género», debemos pensar que profesa el trastorno de la teoría queer, que niega base biológica a los sexos. Ya saben: para ser mujer basta con sentirse mujer. Lo importante no es lo que se es, sino lo que uno cree que es, la percepción «subjetiva». Una tesis complicada, pues para que tenga algún sentido la afirmación «una mujer es quien se siente mujer» hay que definir previa e independientemente «mujer» por la misma razón por la que para definir «triángulo» como «polígono de tres lados» hay que tener claro qué significa «polígono». Vamos, que al final, necesitamos una caracterización objetiva de mujer. A la complicación conceptual se sigue la política, pues si cualquiera –yo mismo– es mujer con solo proclamarlo, la tesis, en la práctica, desmonta las conquistas del feminismo, por las mismas razones que se desmontaría nuestro sistema de pensiones si cualquiera pudiera decidir tener 65 años.

Lo sorprendente es que UP tiene a mano un excelente marco conceptual para fundamentar su feminismo: la teoría de la libertad del republicanismo clásico. Me explico dando un rodeo por ciertos análisis tradicionales. Según estos, la injusticia fundamental a la que están sometidas las mujeres es que serían objeto de explotación en el sentido elemental –no carente de problemas conceptuales– del marxismo clásico: aportarían más (valor en trabajo) de lo que reciben (valor materializado en forma de bienes). Una descripción complicada para referirse a las mujeres. Por supuesto que hay mujeres explotadas, pero no son explotadas por ser mujeres. También hay hombres explotados. Y hasta blancos esclavizados. Pero ni unas ni otros son explotados en virtud de su condición sexual o del color de su piel. Ni todas las mujeres están explotadas, ni todos los explotados son mujeres. Ser mujer no es condición necesaria ni suficiente para ser explotado.

La injusticia histórica que han padecido las mujeres es de otra naturaleza. Muy objetiva. Que se entiende mejor desde el republicanismo, supuestamente defendido por UP. Según este, uno no es libre cuando está sujeto a un poder arbitrario. Por eso no hay libertad en un régimen de servidumbre. Incluso los esclavos o siervos que «hacen lo que quieren» lo hacen bajo el consentimiento de su señor. Está en mano del señor que lo dejen de hacer. Quienes son libres porque les autorizan están tan sometidos como aquellos a quienes no les autorizan. Por eso, tampoco eran libres los nacionalistas del PNV ante ETA: hacían lo que querían hacer, pero no tenían libertad para hacer algo distinto de lo que hacían. En un sentido parecido, las mujeres, sometidas a la voluntad de los varones, no eran libres. Si acaso, les dejaban hacer, les consentían o autorizaban: a tener una cuenta bancaria, a conducir, etc. Como a los niños o a los discapacitados (explotadores, por cierto, pues reciben más de lo que aportan). Desde esa perspectiva se comprenden, también, sus privilegios: menor presencia en las guerras, en los trabajos arriesgados o difíciles; mejor trato judicial o penitenciario. En los Titanic del mundo, los esclavos o los obreros eran los primeros sacrificados, la carne de cañón. Las mujeres no se incluían en esa lista, como no se incluían los niños. No se las consideraba adultas y alguien tenía que tomar decisiones por ellas.

Quizá ahora sorprenda menos el olvido republicano del feminismo de UP. Porque, por otros caminos, la legislación de género que defiende asume el mismo paternalismo: protecciones especiales que parecen negar a las mujeres la autonomía a la hora de tomar decisiones acerca de cómo llevar sus vidas. La política de consentimiento explícito no deja de evocar aquello de «niño, si un hombre te da un caramelo, no lo cojas». Aproximadamente, esa era la implicación del mensaje de la Federación Mujeres Jóvenes avalado por el Ministerio de Igualdad: si un hombre te ofrece una copa, sal corriendo. Por no referirse –y si lo personal es político, hay que hacerlo– a las decisiones de Iglesias en la gestión de su partido y su entorno, si es que cabe la distinción. La patética justificación para retener la tarjeta del móvil de su asesora («para protegerla») solo resulta inteligible si la entiende como una niña o una discapacitada. No es un botón de muestra, sino una mercería entera, una realidad que parece escapada de Jarrapellejos, la novela de Felipe Trigo.

No cabe engañarse, para UP el republicanismo es un simple instrumento de erosión de nuestra comunidad de ciudadanos. El proceso secesionista nos confirmó que Iglesias no se tomaba muy en serio el principio republicano del imperio de la ley. Lo de John Adams: «La definición misma de república es un imperio de leyes y no de hombres». La ley no es enemiga de la libertad, sino del poder arbitrario. Frente a eso, el vicepresidente ha defendido el indulto –la versión actual del viejo derecho de gracia– para golpistas reales (no de chat), esto es, el uso discrecional del poder para premiar a quienes se saltaron la ley. A todos, a los golpistas en tanto que tales: esto es, a su causa. Antirrepublicanismo por partida doble. Por no hablar de su defensa de una república confederal. La adjetivación resulta inequívoca: en román paladino, confederal equivale a desmontar nuestra unidad de redistribución. Eso que, con renglones torcidos, ya sucede con el País Vasco. Nuestros impuestos para nosotros y luego, pues ya se verá.

Que los mismos que defienden ese programa critiquen lo que incorrectamente llaman dumping fiscal –que no hace más que aprovechar acuerdos impulsados, cuando no impuestos, por los nacionalistas catalanes al conjunto de España– solo confirma que su desprecio por la igualdad solo se ve superado por su desprecio por la lógica: el dumping –genuino– es inseparable conceptualmente de la confederación. La solución palabrera, en este caso, la fórmula de «la fraternidad de los pueblos de España», es tan solo la confirmación de lo dicho: la fraternidad de los pueblos es perfectamente compatible con la desigualdad entre las personas, la única que debe preocupar un socialista. La contabilidad entre pueblos era la sórdida ontología moral que sostenía la extravagancia de las balanzas fiscales. Si para España cuesta darse cuenta repasen las enseñanzas de Branko Milanovic en sus trabajos sobre igualdad y globalización.

Quizá sea cosa de pensar que con aquello de «cabalgar contradicciones» Iglesias se refería a combatir las conquistas de las mujeres apelando al feminismo y los principios republicanos apelando a la república. Licencias de la lógica dialéctica.

Félix Ovejero es escritor y profesor de Ética y Economía de la Universidad de Barcelona. Su último libro es Sobrevivir al naufragio (Página indómita).

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