Feminismo y cambio social

Cuando se habla de los orígenes del movimiento feminista, nos referimos fundamentalmente a Estados Unidos y Gran Bretaña, pero obviamos casi siempre los feminismos europeos, que, aunque algo más tardíos, fueron muchos y variados. En Alemania, por ejemplo, en 1870 existía ya un grupo feminista, la Asociación General de Mujeres Alemanas, una organización de carácter moderado que fue la semilla de un feminismo más radical. Al poco, moderadas y radicales crearon la Federación de Asociaciones de Mujeres Alemanas.

Aunque había diferencias entre ellas, en 1907 firmaron un programa reivindicativo que incluía la abolición de la prostitución, la igualdad en la educación, la coeducación, la igualdad de salarios, la promoción en el empleo y plenos e iguales derechos de sufragio.

Paralelamente a dichas asociaciones, mujeres feministas que militaban en partidos políticos planteaban esas mismas reivindicaciones en aquel país. Es el caso de Clara Zetkin, que lideró la lucha por la igualdad dentro de su partido, el actual Partido Socialdemócrata Alemán (SPD). El SPD fue una de los primeras organizaciones políticas europeas que reivindicaron la igualdad, de forma que en 1895 presentó una moción a favor del sufragio femenino. Además, apoyaba el salario igual por el mismo trabajo y pedía guarderías para las mujeres trabajadoras. Pero Clara Zetkin iba más allá: en su revista 'Igualdad', reclamaba a las madres que educaran a sus hijos varones para que también ellos realizaran las tareas domésticas y para que las niñas no limitaran sus intereses y ambiciones al ámbito del hogar.

Menciono a Clara Zetkin (de cuyo nacimiento se celebra el 150 aniversario) porque era un referente para las mujeres socialistas de su época, que insistían en que la lucha de clases era más importante que la lucha de sexos y rechazaban toda cooperación con el feminismo burgués. Siendo ya miembro del Partido Comunista Alemán, Clara Zetkin en una ocasión afirmó: «No tiene por qué haber una organización autónoma de las mujeres (...), los fines de los hombres comunistas son nuestros fines».

A primeros del siglo XX, se diferenciaba claramente entre feministas radicales y moderadas, y puede parecer que también estaban muy bien establecidos los límites entre las feministas socialistas y las feministas burguesas. Sin embargo, Richard Evans, en su libro 'Las feministas', afirma: «Habitualmente fue el ala radical del feminismo la que intentó activamente ganarse a las mujeres proletarias». Según Evans, «El auge del socialismo y la aparición de movimientos de mujeres socialdemócratas tuvieron profundas y a menudo inesperadas consecuencias para las feministas burguesas (...). Sylvia Pankhurst, en Inglaterra, y Lily Braun, en Alemania, fueron dos mujeres que lograron cruzar la barrera entre el feminismo burgués y la socialdemocracia (...). También en Francia muchas de las feministas más radicales, como Madeleine Pelletier, pusieron su fe en los partidos socialistas, comprendiendo que los liberales les habían fallado». El autor añade más adelante que en aquellos países en los que había un movimiento socialista fuerte y un sufragismo débil (caso de Alemania) los pactos fueron difíciles; en cambio, en países como Francia y Gran Bretaña, donde el socialismo tuvo menos peso, los pactos resultaron más fáciles.

Han pasado más de cien años desde que se establecieron algunos de esos pactos. En este tiempo, las fronteras entre el feminismo moderado y el radical han quedado difuminadas; por otra parte, ya nadie habla de feminismo socialista y de feminismo burgués. Aunque el feminismo sigue teniendo mala prensa, la igualdad está en las agendas de todos los gobiernos del mundo. Hoy hablan de igualdad las instituciones, los sindicatos, los partidos políticos y las organizaciones no gubernamentales. Pero hay más. En algunos países se han aprobado leyes específicamente antidiscriminatorias. Es el caso de España, donde en pocos años han entrado en vigor normas que van a incidir directamente en la vida de las mujeres, favoreciendo su autonomía personal e impulsando su incorporación a la vida laboral y social. Pero no es suficiente. Existe en nuestro país un déficit de políticas estructurales con perspectiva de género. Cualquier política que se aplique sin analizar previamente la situación de hombres y mujeres en la sociedad tendrá distinto impacto sobre la población masculina y femenina, y, por tanto, un sesgo sexista. No hay políticas neutras; si se plantean como tales, reforzarán los roles tradicionales de hombres y mujeres.

Las luchas sindicales del siglo XIX dieron como resultado que los sindicatos se erigieran en interlocutores necesarios de los gobiernos y de la patronal en todo lo referente a las condiciones de trabajo de las personas asalariadas. Pero no sólo eso, los sindicatos de este país también han colaborado en grandes pactos de Estado en asuntos como las pensiones o la Seguridad Social, entre otros. Teniendo en cuenta que el movimiento feminista lleva más de siglo y medio incidiendo en la sociedad para impulsar los cambios necesarios para que las mujeres sean sujetos de plenos derechos, éste puede ser el momento para que un amplio movimiento de mujeres se convierta en interlocutor de los poderes públicos en todo lo referente a políticas de igualdad.

De hecho, se están dado pasos en esa dirección. Organizaciones feministas y de mujeres de todas las comunidades autónomas llevan más de dos años debatiendo la composición y los contenidos de un futuro Consejo Estatal. Precisamente este 8 de marzo, más de cincuenta asociaciones de mujeres (entre ellas, el Fórum Feminista María de Maeztu) han firmado un manifiesto en el que reivindican la puesta en marcha de un Consejo Estatal de Mujeres, representativo, plural y autónomo. Un órganos que establezca una interlocución con los poderes públicos, para conseguir la igualdad real de hombres y mujeres en el empleo, las responsabilidades familiares, la atención a personas dependientes, la educación, la salud y todos los ámbitos de la vida personal y social.

Pero hay que ir más allá. Los pactos entre asociaciones de mujeres y asociaciones feministas deben incorporar también a mujeres de sindicatos y de partidos políticos, superando antiguas suspicacias y antagonismos entre feministas burguesas y feministas socialistas. No hay que inventar nada. Los pactos del pasado pueden ayudarnos a reflexionar, pero, de cara al futuro, nuestro referente principal deben ser los países nórdicos, que se sumaron al movimiento feminista un poco más tarde que Gran Bretaña y Estados Unidos, pero donde las mujeres han conseguido las mayores cotas de igualdad y de participación ciudadana de todo el mundo.

Begoña Muruaga