Fernando Chueca Goitia

Por Gonzalo Anes, director de la Real Academia de la Historia (ABC, 08/11/04):

Arquitecto, historiador, humanista. Todo esto era Fernando Chueca, formado en el estudio del urbanismo, en sus proyecciones prácticas y sociales. Disfrutó siempre con su trabajo porque hacía lo que le gustaba, lo que le apasionaba. El espíritu profundamente liberal lo manifestó siempre en sus obras y en su conversación. Dejaba ver enseguida la conformidad, la actitud bondadosa que mantenía siempre, incluso en situaciones que le eran injustamente adversas. Sus saberes como arquitecto, como historiador, como humanista, se integraron en interpretaciones inteligentes, innovadoras, que se mezclaban en él, se fundían, confiriéndole unas posibilidades de análisis, de acción y de claridad expresiva muy difíciles de alcanzar. Fernando Chueca, por la integración de sus saberes y experiencias, consiguió ver las realidades que estudió, interpretarlas y exponerlas de forma que sorprende siempre a sus lectores y a quienes le oían en sus clases, en sus conferencias, en sus disertaciones académicas, en su conversación.

Tuvo grandes éxitos profesionales. En 1943, ganó el concurso nacional de Arquitectura por el proyecto de terminación de la catedral de Valladolid y publicó un gran libro sobre ello en 1947. En 1944, obtuvo el Premio Nacional de Arquitectura por el proyecto de terminación de la catedral de la Almudena, obra complejísima de adaptación de lo nuevo a todo lo edificado según concepción neogótica con una cimentación que parecía impedir todas las soluciones posibles, si se quería armonizar el gran templo con el conjunto palacial próximo. La catedral que emerge sobre las arquerías neogóticas la vemos hoy como muestra y ejemplo de armonía y de integración en el espacio en que se halla. También es prueba de humildad, de sencillez y de buen hacer, que le hubiera ilusionado tanto esta obra, cosa sorprendente en nuestros días, ante arquitectos que quieren dejar su sello, su impronta destacada, por ser desacorde con el entorno en el que actúan.

Las obras de Fernando Chueca en Madrid, en Toledo, en Nájera, en Cuenca, en Álava, en tierras aragonesas, son muestras de su saber y de su ponderación en el tratamiento de los edificios del pasado, siempre atento a que, los de nueva planta, armonizasen con lo preexistente.

Como historiador, Fernando Chueca supo siempre ir a las fuentes, hacer investigaciones detenidas y detalladas para fundamentar sus intuiciones de arquitecto al contemplar los edificios del pasado y la acción de quienes habían hecho sus trazas y la elevación de sus muros. Las investigaciones que publicó sobre Martín de Aldehuela, sobre Vandelvira, sobre Ventura Rodríguez, sobre Villanueva, así lo muestran, lo mismo que el interesantísimo discurso -un verdadero libro- Casas reales en Monasterios y conventos españoles con el que ingresó en la Real Academia de la Historia, en noviembre de 1966, y como en tantos libros y trabajos a los que no puedo refirme aquí y que culminan con su monumental Historia de la arquitectura española, desde la antigüedad a nuestros días, completada, en dos grandes volúmenes, en el año 2001. En esta gran obra, Fernando Chueca presenta la arquitectura como «petrificada reliquia inestimable de la historia y el alma de España»

En los análisis que hizo, como historiador de la arquitectura del pasado, Fernando Chueca comprobó el expresionismo manifiesto en los edificios. Vio también un hecho que sorprende al profano y que él supo sintetizar con la frase: «hay edificios en los que lo principal está dominado por lo accesorio y superpuesto». Por eso supo ver lo imposible de historiar la arquitectura española, sometiendo lo edificado en cada época a los esquemas tradicionales clasificatorios. Pudo, así, escribir el libro Invariantes castizos de la arquitectura española (1947), en el que presenta la discontinuidad y la ausencia, en tantos edificios del pasado, «de composiciones trabadas y aritméticas de directriz quebrada» que, a su vez, parece haber imperado también en los conjuntos urbanos. Fernando Chueca utilizó el mismo método para estudiar la arquitectura de la América de los virreinatos. Vio en ella un «mudejarismo estructural», cuestión básica en el proceso civilizador en Indias, con influencias recíprocas, tan visibles en las edificaciones. En el trabajo Invariantes de la arquitectura hispano-americana se recogen estos planteamientos enriquecedores.

Los saberes de Fernando Chueca sobre la arquitectura renacentista, según la interpretación universalizadora del concepto, se concretan en el conjunto de publicaciones que dedicó a las diferentes obras y autores. El tomo Arquitectura del siglo XVI, que forma parte de la colección Art Hispaniae, muestra el universalismo de los saberes de Fernando Chueca en los que coinciden planteamientos de historiador, de arquitecto y de sociólogo-humanista. Después de presentar y de revisar los temas objeto de estudio, Fernando Chueca expuso en este libro sus ideas sobre los distintos renacimientos «nacionales» y sobre las peculiaridades del renacimiento español.

Las influencias de Herrera en la arquitectura barroca fueron vistas por Fernando Chueca con sutil claridad: el barroco español, en sus manifestaciones arquitectónicas, no es otra cosa, para él, que lo herreriano decorado «sin freno ni medida y sin lógica tectónica de ninguna clase». Supo ver y presentar el dinamismo y el dramatismo del barroco y percatarse de la influencia que las nuevas formas tuvieron en la concepción de la ciudad, que dejó de ser una para transformarse en «un horizonte de totalidad envolviendo las cosas». Para Fernando Chueca, el siglo XVIII fue la época de las mayores posibilidades del barroco, en el que la perspectiva supuso la contemplación del mundo desde un solo punto de vista que permitió abarcar todo el panorama. Con esta visión centralista, pudo valorar lo que fue el absolutismo monárquico y el centralismo, al presentarlos como la vertiente política del barroco.

Los estudios de Fernando Chueca sobre Villanueva, el arquitecto que diseñó el edificio del museo del Prado, sobre Ventura Rodríguez y sobre palacios y sitios reales muestran su capacidad para ver e interpretar el neoclasicismo y su legado. La anticipación del romanticismo, las actitudes precursoras, manifiestas en la literatura y en la pintura de finales del siglo XVIII y de comienzos del XIX, las vio Fernando Chueca en el edificio sede del museo del Prado, cuyos valores románticos sintió al contemplar el dinamismo de sus diversos cuerpos, los contrastes de luz y sombra, la pintoresca variedad y oposición de formas y algo indiscutible, «de elocuencia antigua» mezclada con «lirismo moderno» que le hacian pensar en Beethoven o en Byron.

Fernando Chueca supo interpretar las realizaciones arquitectónicas del siglo XIX y de los primeros decenios del XX. En 1960, publicó su estudio Antecedentes y evolución de la arquitectura moderna europea y otro escrito análogo con el título La arquitectura moderna y el problema del estilo. Sus conclusiones son dignas de que se les dedique una reflexión profunda, dadas las alteraciones que, en el presente, se originan, en determinados entornos históricos, por arquitectos que se sienten muy satisfechos de que permanezca visible y perdure la muestra de su genio. Decía Fernando Chueca que, «el arquitecto ya no vive de la historia». Tiene el deber y la necesidad de hacerla, cosa que es muy distinta, aunque hacer historia exija vincularse a ella y vivirla como una experiencia valiosa. Esa vinculación a la historia obliga a respetar sus huellas y a no alterarlas innecesariamente. Pensaba Fernando Chueca que había espacio suficiente en los ámbitos urbanos, a pesar de haber crecido tan rápidamente en los últimos años, para que pudieran libremente aplicarse las creaciones actuales, que son un componente de la historia de nuestro tiempo. Así, los rascacielos, que caracterizan a tantas ciudades de hoy, son vistos por Fernando Chueca como «calles verticales». Mientras permanezcan, serán el componente esencial de las macro-ciudades del presente, tan inmersas en la historia general, y en la historia contemporánea, como las ciudades de todos los tiempos.

Se nos ha ido un arquitecto miembro de número de las Reales Academias de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando, catedrático de Historia de la arquitectura, que conoció muy bien las técnicas de su profesión; que fue historiador, que supo unir presente y pasado en esa síntesis enriquecedora que sólo pueden captar hombres de mente amplia y de espíritu abierto como fue Fernando Chueca. Gran escritor, de estilo claro y brillante, gran arquitecto y humanista y gran amigo, al que tanto debemos por sus enseñanzas sobre el arte de todos los tiempos y por saber enriquecerlas con el conocimiento del mundo de hoy.