Fervor napoleónico

Por Robert Kagan. Pertenece al Carnegie Endowment for International Peace y es autor de Of Paradise and Power: America and Europe in the New World Order. © 2003 The Washington Post Company (EL PAÍS, 02/03/03):

¿Fue la derrota de Napoleón Bonaparte en Waterloo un momento glorioso en la historia de Francia? En una narración de los últimos días de Napoleón publicada hace dos años, y que tuvo un enorme éxito de ventas, el polifacético ministro de Asuntos Exteriores de Francia, Dominique de Villepin, sostiene que sí; incluso hoy, la derrota de Napoleón "brilla con un aura digna de la victoria". Es algo sobre lo que es necesario meditar mientras vemos cómo Francia hace girar el mundo sobre la yema del dedo.

The Times, de Londres, reimprimió recientemente pasajes del libro de De Villepin, en los que insinuaba implícitamente que el espíritu de Napoleón -es decir, el Napoleón en Waterloo- muy bien podría estar dirigiendo la política exterior francesa hoy. Sin duda, para De Villepin, el espíritu de Napoleón todavía vive y es inspirador. El despacho del ministro de Asuntos Exteriores está adornado con retratos del corso, y el notable poeta-político escribe en su libro: "No pasa un solo día sin que aspire el perfume de la discreta violeta", la flor que los partidarios de Napoleón portaban tras su huida de Elba. "Este Napoleón guía y trasciende. Ha sido portador, desde su caída, de una cierta idea de Francia, una visión superior de la política. Su gesto inspira el espíritu de la resistencia... Victoria o muerte, pero gloria, pase lo que pase".

Hoy, Francia marcha hacia otro glorioso Waterloo enfrentándose a las fuerzas reunidas no de Wellington y Blucher, sino de Tony Blair y George W. Bush. En la medida en que el objetivo de Francia es evitar que los estadounidenses vayan a la guerra en Irak, es seguro que fracasará, como el presidente Jacques Chirac y De Villepin saben. Pero incluso en la derrota hay victorias que se ganan.

Existe, por encima de todo, la victoria de un principio. Los estadounidenses cometen un grave error si creen que Francia se ha limitado a adoptar una actitud de mezquina grosería. Chirac y De Villepin creen que ellos, y sólo ellos en última instancia, están defendiendo la visión europea del orden mundial frente al enemigo más peligroso de esa visión: Estados Unidos. "En este templo de Naciones Unidas", declaró De Villepin en el Consejo de Seguridad hace una semana, "somos los guardianes de un ideal, los guardianes de una conciencia... Francia siempre ha permanecido erguida frente a la historia ante la humanidad".

Los franceses prevén que fracasarán en su esfuerzo para evitar la guerra, pero esperan que la guerra y el periodo subsiguiente traigan el desastre a Estados Unidos y a aquellos líderes europeos que han decidido compartir su suerte con la de Bush. Cuando el polvo se asiente, creen los franceses, su valiente postura será reivindicada ante el tribunal de la opinión pública europea.

Para Francia, el juego mayor siempre ha sido la lucha por el dominio en Europa. Puede que Estados Unidos gane la batalla sobre Irak, pero ¿quién es capaz de decir que Francia a la larga no vaya a ganar la guerra para trazar la dirección de Europa en los años y décadas venideros? Francia habla ya por la gran mayoría de la opinión pública europea.

El primer ministro británico, Tony Blair, y el primer ministro español, José María Aznar, puede que tengan a Estados Unidos de su parte, pero, por el momento, una mayoría de los electores de Blair y Aznar están de parte de Francia. En cuanto a los europeos del Este, una encuesta muestra que el 75% de los letones se oponen también a la guerra en Irak. Y, aunque el reciente vapuleo, nada diplomático, de Chirac a los polacos, checos y otros que se atrevieron a apoyar a Bush puede parecer hoy una herida autoinfligida, el presidente francés aún puede tener éxito a la hora de hacer que la nueva Europa se lo piense dos veces antes de contrariar a la vieja.

Los estadounidenses no deberían contar demasiado con que Europa del Este sirva eternamente como una quinta columna proestadounidense en Europa. Los próximos años, a medida que los checos, los húngaros, los polacos y los rumanos se impliquen más económica y políticamente en la Unión Europea, y a medida que las inseguridades geopolíticas y los recuerdos de la ocupación soviética - las fuentes del proamericanismo actual- empiecen a desvanecerse, la nueva Europa puede llegar a parecerse a la Europa de Francia y Alemania.

La actual idea de la nueva y vieja Europa, por muy grata que resulte a los estadounidenses, puede resultar inexacta. Quizá es realmente Francia la que representa el futuro de Europa, mientras que aquellos que intentan preservar la relación trasatlántica representan el pasado de Europa. Eso, al menos, es lo que Francia puede esperar.

Por supuesto, para hacer realidad este gran sueño, Francia está dispuesta a sembrar algo de destrucción, como hizo Napoleón, incluso en las mismas instituciones internacionales que afirma valorar. En primer lugar, la OTAN, a la que Francia no aprecia, casi fue puesta de rodillas por la oposición de ésta incluso a planificar la defensa de Turquía. Ahora, la Unión Europea, a la que Francia tiene en alta estima, se ha visto fuertemente sacudida por las amenazas de Chirac, y, como me confesó recientemente un alto funcionario de la UE, en un momento en que la frágil institución malamente puede permitirse tales presiones. Por último, está el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el templo de De Villepin. ¿Se reforzará o debilitará el orden internacional que Francia busca si una nueva generación de estadounidenses llega al convencimiento de que el Consejo de Seguridad es un círculo de debate y discusión sin carácter? Quizá Francia esté dispuesta a echar abajo el templo siguiendo el espíritu de la resistencia a la bestia americana.

No es una cuestión sobre la que deban reflexionar sólo los estadounidenses. En una visita a Berlín la pasada semana, me encontré con alemanes vehementemente opuestos a la guerra con Irak, pero que también se preguntaban en voz alta si el canciller Gerhard Schröder había sido sensato al ligar el destino alemán tan estrechamente al de Francia.

El liderazgo francés es estimulante, pero puede ser turbador seguir a un líder cuyo lema es Victoria o muerte, pero gloria pase lo que pase. Esto puede brindar una oportunidad a Estados Unidos y a sus aliados incondicionales en Europa. El éxito en Irak durante la invasión, e igualmente importante, después de ella, podría ayudar a mantener y ganar algunos apoyos en Europa. No todo el mundo encuentra la gloria en la derrota.

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