‘Fiable y seguro como Kaká’

¿Cómo no van a tener tan mala opinión los alemanes de nosotros si acaban de ver cuál es la mentalidad con la que salimos al campo? Sergio Ramos reflejó bien el problema: «Tenemos que reflexionar, del primero al último. Nos ha faltado actitud, empezando por mí». Al menos lo reconoce. No sé si algún jugador del Barça lo ha dicho con la misma claridad, pero a quien no se lo hemos oído es a ningún miembro del Gobierno o dirigente del PP tras el bochornoso Consejo de Ministros del viernes. Y acercarse a la mitad de la legislatura con más de seis millones de parados, un déficit del 7% sin contar los casi 4 puntos de la ayuda a la banca, una deuda galopante y enlodados en la recesión es todavía peor que perder por 8-1 en los partidos de ida. Como para encima bajar los brazos.

Todo se resume en la falta de ambición a la hora de afrontar un desafío. Sales a empatar, dando incluso por bueno perder por la mínima, pensando que lo que te favorece es que el tiempo vaya transcurriendo sin grandes empeños y sobresaltos, y te terminan goleando. Sobre todo si tu rigidez táctica te mantiene bloqueado y te impide reaccionar cuando la realidad se va apartando flagrantemente de tus planes. Las cosas van de mal en peor y los cambios no llegan: ni en las personas, ni en los esquemas de juego. Sólo faltaba dar por perdida la Liga antes de que acabara la primera vuelta. Ésta es la crónica de la terrible segunda temporada de Rajoy.

Si alguien nos hubiera dicho que al cabo de 16 meses de gobierno con mayoría absoluta del PP habría en España 6.200.000 parados, tras añadir otro millón a la desastrosa herencia recibida, lo hubiéramos tomado por cenizo y agorero. Mucho más que si hubiera pronosticado la debacle acaecida en las semifinales de la Champions. Una cosa es que las declaraciones previas a los grandes partidos haya que leerlas siempre con reservas y otra que cuando un entrenador con fama de serio, concienzudo y previsible se retrata sobre el césped junto a la banda de la cola del desempleo prometiendo que «cuando gobierne bajará el paro», luego resulte que su equipo no sólo no mete goles sino que los encaja de cuatro en cuatro.

En la introducción a su reciente libro Los señores del poder, Varela Ortega sostiene que «la manera menos insegura de evaluar» a los gobernantes «consiste en medirlos con arreglo a los resultados obtenidos en relación a sus propios objetivos». O sea, examinarles «no de la asignatura que a nosotros nos hubiera gustado que cursaran» sino de la que eligieron ellos. Eso implica, según él, tasar a Mola como «golpista», a Largo Caballero como «revolucionario», a Cánovas como promotor de «alternancia»; y claro, añado yo, a Rajoy como creador de empleo.

El examen todavía no ha concluido pero las primeras pruebas las ha hecho rematadamente mal y si él mismo se suspende al final de la legislatura, pronosticando que dejará más paro que el que encontró, pues apaga y vámonos. ¿Cómo es posible que nos esté pasando esto con un jefe de Gobierno que expresamente aparcó la reforma de la Constitución, o al menos la del Estado autonómico, la regeneración democrática, la redefinición del papel de España en el mundo y demás aspiraciones de su electorado para concentrarse en el único objetivo de garantizar la disciplina fiscal para generar crecimiento económico y empleo?

Pues precisamente por eso: porque en ningún momento ha querido ver el campo en su conjunto, porque se ha obsesionado con proteger las cuentas públicas mediante recortes y ajustes de emergencia como quien se limita a tratar de parar a Robben, Ribéry o Lewandowski en las inmediaciones del área –o incluso en su interior– sin darse cuenta que la suerte del partido se dirime en la zona de creación de juego y de que la mejor defensa es un buen ataque. Esa falta de perspectiva, al negar la naturaleza esencialmente política de nuestros problemas y tratar de afrontarlos con el raquitismo de una mentalidad tecnocrática y defensiva, es la que está llevando a un lamentable Rajoy a arrastrarnos por el oscuro valle del desastre.

En esa famosa entrevista en la que posó para EL MUNDO ante la cola del INEM, mientras uno de los demandantes de empleo le gritaba: «Mariano, sácanos del paro» como remedo angustioso del célebre «Natalio, colócanos a todos» de la Restauración, Rajoy certificaba que «un señor que gobierna un país donde cuatro millones y medio de personas quieren trabajar y no pueden es que está haciendo la política más antisocial que se puede hacer». ¿Qué debería decir ahora de sí mismo cuando la báscula está sobrecargada con un millón setecientas mil razones más y reconoce, impotente, que no es capaz de ofrecer remedio alguno para los próximos tres años?

La portada de ese 10 de enero de 2010 ha circulado profusamente por las redes sociales con motivo de esta trágica EPA y la enclenque reacción del gabinete, pero nadie se ha acordado de lo que Rajoy contestaba al final de la entrevista cuando Casimiro García-Abadillo le preguntaba a qué futbolista se parecía más. No era una cuestión trivial pues todos sabemos que lo que de verdad le interesa al líder del PP es el fútbol y el ciclismo. «Yo sería un mediopunta», dijo en primer lugar, desatando sus sueños de verticalidad, sus fantasías de progresión en pos de ese gol que lleva toda su vida sin marcar. Y luego añadió: «Como Kaká, Cesc o Iniesta. Son jugadores fiables, seguros».

Teniendo en cuenta que Rajoy es del Madrid, está claro que el nombre que le salió del alma fue el que dijo en primer lugar –sí, sí han leído bien: zis, zas, Kaká– y que añadió los otros dos para rendir homenaje a la selección nacional y complementar el amor a los propios colores con la admiración por el contrario. Pues bien, el paralelismo resultó premonitorio. Tres años después no creo que nadie discrepe en el diagnóstico: Rajoy ha resultado ser tan «fiable y seguro como Kaká».

Examinemos sus números. Tras haber sido adquirido por 65 millones de euros –uno de los cuatro fichajes más caros de la historia– y festejado en el Bernabéu por la entusiasmada mayoría absoluta de los socios madridistas, Ricardo Izecson dos Santos Leite sólo ha sido titular en 52 partidos de Liga durante cuatro temporadas, en los que sólo ha marcado 21 goles. Si computamos los demás torneos –Champions, Copa del Rey, Supercopa…– hay que añadir 19 partidos y 6 goles más. Teniendo en cuenta que cobra los mismos 11 millones de ficha que Cristiano Ronaldo, de momento cada una de esas 27 dianas le ha costado al club 4.037.037 euros. ¿Cuánto nos terminará costando a los españoles la flojera de Rajoy?

Está claro que Kaká sólo ha resultado ser «fiable» en el sentido de que nadie duda de su liquidez bancaria. Y en cuanto a lo de «seguro», teniendo en cuenta que el principal lance que recuerdan los aficionados fue el fallo de uno de los penaltis decisivos de la semifinal del año pasado frente al Bayern, habrá que interpretarlo como «seguro en sus equivocaciones», al modo en que Don Juan lo decía de Areilza.

Todos los especialistas coinciden en que el bajo rendimiento de Kaká tiene que ver con la mentalidad conformista con que salta al césped. Nadie le ha visto nunca con el cuchillo entre los dientes. De vez en cuando ofrece destellos de su talento, como hace Rajoy en la tribuna de oradores del Congreso, pero a la hora de fajarse en las situaciones arduas tiende a escurrir el bulto. Comparece tan poco en el área que cualquiera diría que le pasa como al presidente y la ve llena de periodistas con micrófonos, a punto de hacerle preguntas sobre los sobresueldos de Bárcenas.

En el fútbol como en la política, si no dominas los acontecimientos, son ellos los que te dominan a ti. Cuando lo imperioso es tomar la iniciativa, de nada sirve la especulación y el postureo. En cuanto te descuidas, en vez de desarrollar tus fantasías como mediopunta creativo, terminas dando hachazos como Pepe y jugando al cerrojazo. En eso han consistido estos 16 meses de recortes, subidas de impuestos y demás tantarantanes. Es el momento en que la afición deja de entender tu esquema de juego y comienza la espiral de la desconfianza. Llegan los abucheos y el desquiciamiento. Hace tres meses le sacaron a Kaká dos tarjetas en Pamplona en 17 minutos. Si hubiera que hacer lo mismo con Rajoy cada vez que ha incumplido alguno de sus compromisos, nos habríamos quedado ya sin una baraja entera.

Cuando el rendimiento de un supuesto crack queda tan por debajo de las expectativas y genera tanta decepción, lo primero que se intenta es recuperarlo física y anímicamente. Procurar que cambie, hacerle jugar de otra manera, recordarle sus declaraciones de principios, su aportación a pasadas rachas gloriosas. Con Rajoy estamos aún en esa fase y aunque su autismo político, el desdén hacia la crítica, la incomunicación en la que vive, su negativa a hablar con nadie que no le haga la pelota y la mediocridad de su entorno jueguen a la contra, serían tantas las ventajas de conseguirlo que merece la pena seguir empleándose a fondo al menos durante lo que queda de esta temporada. ¿Se imaginan lo felices que nos sentiríamos los madridistas si Kaká resurgiera el martes con su fútbol de videojuego para liderar la remontada? ¿O los votantes del PP si Rajoy volviera a ser el de aquel discurso de la Puerta del Sol que hacía de la igualdad entre los españoles la base de la prosperidad de la Nación?

Pero si de aquí a fin de año se produce ninguna mejoría, habrá que entrar en la siguiente fase, que consiste en pedirle que se vaya y deje libre la suculenta ficha de su mayoría absoluta para poder contratar a otro. Por la experiencia vivida con Kaká ya sabemos cuán peliagudo y frustrante puede ser también ese camino. Máxime cuando el interesado antepone su egoísmo a los intereses del club y se aferra a la literalidad de los plazos consignados al ficharle. Sólo una asamblea general extraordinaria en la que una rotunda mayoría de compromisarios le pidiera dar ese paso atrás, proponiendo a la vez su sustituto, podría tener efecto. O sea, un escenario casi tan inverosímil como la dimensión de la crisis en la que seguimos adentrándonos.

Si tampoco esto funciona no quedará otra que esperar al vencimiento del contrato –tanto el de Kaká como el de Rajoy expiran en 2015– con la firme determinación de no renovárselo en ningún caso por mucho que bajen sus pretensiones. El problema es que mientras en un equipo galáctico si te falla un crack tienes a otros, cuando el que no da la talla en un gobierno es el presidente, de poco sirve tener buenos ministros. Y mientras el mejor club del mundo puede apañárselas unas cuantas temporadas sin demasiados títulos, España difícilmente mantendrá la paz social si no deja de ser en los próximos tres años el país desarrollado con más paro del mundo. No queda otro remedio, pues, que intentar cambiar al presidente o, en su defecto, intentar cambiar de presidente.

Pedro J. Ramírez, director de El Mundo.

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