Ficciones, películas y la Armada Invencible

Pocas veces una distribuidora presenta una película al público con una intención engañosa, pero esto parece ser lo que ha pasado con Elizabeth: la Edad de Oro, distribuida por Universal Pictures España. En el texto de la propaganda, se afirma claramente que «el consejero de confianza de Elizabeth, Walsingham, sigue manipulando y trabajando para consolidar la monarquía absoluta. El fiel consejero no sabe que acaba de dar comienzo el declive de Inglaterra». El problema aquí no radica en la «monarquía absoluta» que, por supuesto, no existió en Inglaterra y es una absoluta ficción. El problema es la falacia sobre el «declive de Inglaterra».

Cualquiera que haya visto la película sabe que no finaliza con una nota de decadencia, sino con una nota de exaltación sobre la gloria, paz y prosperidad en la que Inglaterra estaba cerca de entrar. ¿Es justificado preguntarse, entonces, por qué Universal Pictures nos confunde deliberadamente sobre su propia película? ¿Qué espera ganar? Ya que todos saben que al reinado de Elizabeth le siguieron triunfos sin paralelo en el país -su economía, cultura, y su imperio mundial durante los siguientes 200 años-, uno se pregunta, ¿a quién pretende engañar Universal?

La primera probable explicación es que los que han traducido la sinopsis del inglés al español no saben inglés. Si miramos el texto original, dice claramente que Walsingham «unknowingly sets England up for destruction» a manos de la Armada. Podemos dar una traducción correcta al decir que Walsingham «sin darse cuenta prepara el país para la destrucción» a manos de la Armada. Y que «destrucción», por supuesto, se convierte en gloria. La película es sobre gloria, no sobre «declive». Es un descarado himno de elogio a Inglaterra y su grandeza. Los que vayan a ver la película disfrutarán a fondo del romanticismo histórico y del nacionalismo inglés. Verán también la mejor dramatización que jamás se haya hecho de la Armada Invencible. La película, con su bella producción y entusiasta presentación, ganará sin duda muchos premios internacionales.

Sin embargo, en España causará enfado y tal vez sea ésa la principal razón por la que Universal ha falseado deliberadamente el mensaje de la película. Ya que los libros de Historia hablan persistentemente de una «decadencia de España», Universal quiere dejar a los españoles contentos poniendo el énfasis, bastante absurdamente, sobre una «decadencia de Inglaterra» que nunca existió. Ese es sólo el primero de los muchos errores absurdos que se han hecho en esta película. Quizás el más notable de todos ellos sea presentar al rey de España, Felipe II, como si fuera un residente de un manicomio. Podemos admitir, por supuesto, que las películas son ficción, y que esa película es ficción heroica, en la que todos los caracteres buenos (los ingleses) visten de blanco, y todos los malos (todos los españoles, incluyendo por supuesto a Felipe II y al embajador español) visten de negro. Desde ese punto de vista, la película es una buena ópera cómica, de la misma manera que Don Carlo de Verdi es una buena ópera musical. Se dice que cuando el compositor italiano vio El Escorial declaró que «es severo y terrible como el salvaje monarca que lo construyó», así que probablemente habría disfrutado con la película, ajustada a la idea que él tenía de cómo era Felipe II.

Sin embargo, la ópera cómica en la película es un poco excesiva. ¿Esperan de nosotros que nos riamos cuando vemos la imagen de un rey lunático rodeado en El Escorial de unos 40 hombres, todos ellos vestidos de rojo, que presumiblemente son cardenales? ¿Esperan que nos apiademos de los navegantes en la Armada cuando nos pasan las imágenes de los almirantes arrodillados rezando el rosario y pidiendo a Dios que les ayude contra los ingleses? ¿No eran los generales españoles capaces de luchar bien? Mientras Felipe II se arrastra desquiciado por su Palacio de El Escorial, murmurando y acariciando a una infanta que, curiosamente, lleva con ella una muñeca que representa a la reina de Inglaterra, va pronunciando maldiciones en contra de los herejes. Toda la presentación del rey de España es una comedia sin ningún intento de reflejar ni la más mínima fracción de la verdad.

Aun peor, se presenta a los españoles como los enemigos diabólicos de Inglaterra, cuando la verdad es al revés. Desde la Edad Media, siempre había existido una íntima amistad entre Inglaterra y Castilla. El matrimonio de Catalina de Aragón con Enrique VIII fue parte de esa amistad. En la siguiente generación, Felipe II se casó con la reina María y se convirtió en rey de Inglaterra. Cuando la reina María murió, Felipe II inmediatamente propuso matrimonio a la reina Elizabeth. Ella le rechazó, pero él continuó protegiéndola a ella y a su régimen. La famosa frase del duque de Alba -«Haz la guerra al mundo entero, pero la paz con Inglaterra»- fue también eje de la política de Felipe II, que se negó a apoyar a los católicos rebeldes contra Elizabeth, y durante más de una década no quiso ayudar a María Estuardo en sus esfuerzos para socavar el Gobierno inglés. Y así continuaron las buenas relaciones, con intervalos de crisis.

En el siglo XVII, un embajador español, el conde de Gondomar, se convirtió en la voz con más influencia en el Gobierno inglés. A pesar de muchos altibajos (entre los bajos estaban la Armada y Trafalgar), la entente entre Inglaterra y España siempre había sido generalmente cordial. Un historiador se puede preguntar: ¿para qué sirve escribir estudios sobre Historia si los realizadores prefieren presentar parodias de lo que realmente pasó? Un historiador italiano comentaba esta semana en Roma sobre Elizabeth que «una película que distorsiona tan profunda y perversamente la Historia no puede ser juzgada como buena».

A los españoles, en resumen, la película les satisfará muy poco su orgullo nacional. Uno podría argüir que Elizabeth es tan solo un entretenimiento que no hace daño. Eso es posible, pero las películas nunca son totalmente inofensivas. Las imágenes quedan gravadas en la mente con mucha más profundidad que la palabra escrita. Esa es ciertamente la opinión del presidente venezolano Hugo Chávez, que acaba de invertir millones de los petrodólares del país para crear una industria cinematográfica que empezará a producir películas ideológicas. Han empezado con un largometraje titulado Miranda, en el cual se da una interpretación muy especial a la carrera del hombre que ganó la independencia para su país a principios del siglo XIX. De esta manera, las películas sirven a una causa ideológica. Entretienen, pero también son peligrosas. Los dirigentes de la Segunda República española, en 1933 eran muy conscientes de esto, cuando prohibieron la emisión de Las Hurdes de Buñuel y El acorazado Potemkin de Eisenstein.

El gran problema sobre el pasado histórico es que es material ideal para entretenimiento, falsificación y propaganda. Hitler y Stalin lo utilizaron para este fin, pero el Occidente democrático también hizo amplio uso de películas de propaganda durante la Segunda Guerra Mundial. También el actual Gobierno español sabe muy bien que el pasado puede ser manipulado para crear una «memoria histórica» deseable. Y no hay límite de tiempo para la manipulación. Ha habido rumores de que en España se está preparando una película para glorificar a Hernando Cortés. ¿Se mencionará el hecho de que ayudó a masacrar a medio millón de aztecas, entre hombres, mujeres y niños?

De un modo u otro, la investigación histórica se hace inútil cuando los productores deciden presentar mentiras glamourosas en la gran pantalla. Es, por tanto, decepcionante que un productor británico nos ofrezca en Elizabeth una espléndida aventura que es muy placentera de ver, pero que ayudará a perpetuar una imagen absolutamente negativa e incorrecta de las relaciones históricas entre Inglaterra y España.

Henry Kamen, historiador británico y autor, entre otras obras, de Felipe de España, 1998.