¡Fiesta! ¿Qué fiesta?

La fiesta tradicional ocupa un espacio importante que llena de imágenes imborrables la memoria individual y colectiva. En la fiesta tradicional participa todo el mundo, no hay espectadores. Los pueblos empezaban semanas antes del día del Patrón a preparar la celebración que tiene lugar siempre el día propio. La preparación y la celebración de la fiesta aumentaba y privilegiaba la participación de cada uno de los miembros de la comunidad y multiplicaba la interrelación entre todos ellos. La fiesta era el momento de la iniciación de los jóvenes, del paso del adolescente a mozo, de la iniciación de las experiencias sexuales para no pocos, y del inicio de muchas relaciones que llevarían a sus protagonistas al altar.

Muchos de los grandes momentos de la vida tienen un cierto carácter iniciático. En la fiesta la actuación individual solo tiene sentido y es elogiable en la medida en que refuerza y potencia la comunidad. Como en la vida rural tradicional, en la fiesta la comunidad está por encima del individuo. En las fiestas del ciclo de vida: bautismo, casamiento, aniversarios, la fiesta tiene un protagonista: el individuo sujeto de la celebración y todo va orientado a resaltar su persona.

¡Fiesta! ¿Qué fiesta?La fiesta supone una ruptura, un acto de rebeldía frente al tiempo productivo, al mecanicismo, al economicismo. Es un tiempo inútil, improductivo, tirado, desperdiciado pero esencial, intenso, recordado, para la memoria de la comunidad; una prueba fehaciente de la utilidad de lo improductivo, de la utilidad de lo inútil. La fiesta tiene un aspecto destructor, anárquico y otro positivo de constructora de comunidad; una función agregadora y otra de disgregación porque pone negro sobre blanco a los vecinos que colaboran en las tareas comunitarias y a los que se ponen al margen.

La potencia de la fiesta es destructiva al tiempo que creadora, de caos y de renovación. En muchos pueblos al final o el mismo día de la fiesta, se leían públicamente los nombres de quienes no habían querido participar y habían quedado al margen de la celebración. Para la comunidad, el individuo solo existe en la medida en que participa de las celebraciones y trabajos colectivos y, muy especialmente, en la preparación y celebración de la fiesta el pueblo. La fiesta es la ocasión para aprender a superar en común muchas dificultades porque el contagio afectivo juega un papel importante en la marcha de la comunidad.

La fiesta del pueblo es uno de los auténticos momenticos y una de las referencias que tiñen parte del calendario de los pueblos y jalonan el tiempo y llenan el espacio y los llena de significado. La fiesta es la integración en la memoria colectiva del paso del tiempo y la fijación de los pensamientos errantes a través del ritual, de la ceremonia, del banquete, del encuentro de familias y amigos. Todo pasa y todo dura, aquí está lo que fue, lo que es y lo que volverá a ser en próximo año, lo mismo: el eterno retorno.

La fiesta, contradicción en sus propios términos, es destructora del orden, causa el caos y, al mismo tiempo, es fruto y creadora de solidaridad, argamasa de cohesión social. Con frecuencia, la fiesta terminaba en tragedia y es que el juego y la fiesta, como dice el poeta por lo bello, son la víspera de lo terrible. La sociedad se configura por un equilibrio entre lo oscuro y lo luminoso. La fiesta evidencia los dos aspectos de la tragicomedia que es la vida.

El cristianismo, las revoluciones rusa y china, los nazis, los colonizadores, se propinaron de fechas importantes de las culturas y calendarios anteriores para implantar la celebración de sus acontecimientos importantes. Los colonizadores han tratado siempre de destruir la cultura de los indígenas y arrancarles su identidad imponiéndoles la celebración de nuevas fiestas en los días de sus fiestas importantes, y dedicando sus templos o lugares de culto al culto de los nuevos dioses o destruyéndolos cuando no se pueden poner al servicio del nuevo culto. Los países que lucharon o luchan por liberarse de aquel que consideraban el "opresor", celebran sus fiestas, exhiben sus símbolos, difunden sus mitos y sus cuentos tradicionales y su historia, y enseñan sus bailes propios con la misma pasión y determinación que atacan, difaman, ridiculizan y prohíben los símbolos, los mitos, las fiestas que identifican al país del que quieren liberarse.

Los elementos de la fiesta son el qué: la celebración de algo; el dónde: un lugar fijo para las fiestas; un cuándo: un momento del calendario; y un cómo: un ritual, una ceremonia. En la celebración de estos momentos no se puede olvidar el día y la noche. Desde la noche de los tiempos, lo misterioso, la poesía, lo místico, han sido asociados a la oscuridad, a la noche. La noche facilita la fusión de los cuerpos. Si se recuerda que los momentos importantes del cristianismo, la Navidad y la Vigilia Pascual, ocurren durante la noche se podrá comprender más fácilmente la importancia que la fiesta acuerda al día y a la noche.

La comida, el banquete, hacen parte importante de una fiesta tradicional y el vino es imprescindible en el banquete festivo. Beber hasta perder la razón es parte integrante del banquete de la fiesta tradicional. El individuo cede a los dioses el control de su palabra cuando pierde el control de sí mismo, se pierde a sí mismo para abandonarse en los brazos de los dioses. Al mismo tiempo, la bebida, lubrificador del cuerpo, al desinhibir el habla, refuerza la esencia de la fiesta, la relación entre los miembros de la comunidad. Se trata de la borrachera sagrada, exigida por la fiesta. Cosa absolutamente diferente del botellón, donde los participantes beben para poder divertirse.

La fiesta del pueblo ha desaparecido en muchos lugares por falta de vecinos, por los altos costes de los fuegos artificiales, de la orquesta. Algunas comunidades la suplen con una reunión de la gente del pueblo, especialmente en verano con motivo de la llegado de sus miembros que viven en otros lugares. "Antes los vecinos se reunían para hacer trabajos comunales y en común, ahora para hacer fiesta", dicen. La gran parte de las fiestas de hoy día son fiestas promovidas por los partidos políticos para impartir doctrina y borrar o restar importancia a las que no refuerzan su ideología; por grupos productores o distribuidores de alimentos o bebidas. El calendario litúrgico y las fechas de acontecimientos importantes para la comunidad, han sido sustituidos por días que los organizadores consideran más favorables a sus intereses.

La mayor parte de las fiestas de hoy son espectáculos destinados a fomentar el consumo y una forma de huir por un día la pesantez de la cotidianidad. La fiesta no ha podido liberarse del imperio de lo ligero, de lo superficial impuesto por la sociedad líquida. Los organizadores hacen todo por seducir al consumidor durante un tiempo sin dejar huella ni constituir un referente, aunque algunas de ellas sean espectáculos de gran calidad estética producto de un diseño muy estudiado pero muy alejadas de lo que fue, y en muchos lugares sigue siendo, la fiesta.

El silencio del vacío que dejan el dulce vocerío y el acariciador estrépito de la fiesta tradicional del pueblo, y la tupida bruma que hoy nos oculta, recrean momentos propicios para, mientras recogemos y guardamos los vestidos de la fiesta, rumiar y saborear, allá en el fondo del corazón, emociones y recuerdos, más grandes que abarcamos de un golpe de vista, un mundo más allá de las lágrimas y las sonrisas. Las pocas palabras que he oído han avivado los recuerdos y ahondado las emociones que vienen de más allá de las estrellas y sobreviven a la noche, eso que somos sin saber que lo somos, eso que infunde un soplo de vida y llena de magia todo.

La vida son momentos entre el nacimiento y la muerte. La fiesta es uno de esos momentos que fecunda la simpatía de la comunidad con el mundo que la rodea. Con la fiesta tradicional, caos llegado de la hondura del tiempo, la comunidad se pone fuego a sí misma para renacer de sus cenizas. El día 15 de agosto en muchos pueblos aún se celebra al modo tradicional fiesta en honor de Nuestra Señora.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC y escritor. Su último libro es la novela En blanco (Unomasuno Editores).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *