En términos generales, en los últimos cincuenta años el mundo ha mejorado. Los escépticos se negarán a aceptarlo, pero las cifras no mienten. La tarea que tenemos por delante es mejorarlo todavía más.
En el año 1960, murieron 20 millones de niños menores de 5 años. En 2011 seguían muriendo demasiados, pero había una población infantil total un 40% mayor, mientras que sus fallecimientos bajaron en dos tercios, a 6,9 millones.
En 1970, apenas un 5% de la población infantil estaba vacunada contra el sarampión, el tétano, la tosferina, la difteria y la polio. Para el 2000 la proporción había llegado al 85%, permitiendo evitar cerca de tres millones de muertes al año. Cada año, por sí solas estas vacunas salvaron más vidas de las que hubiera salvado la paz mundial en todo el siglo veinte.
La contaminación del aire, el mayor problema ambiental del planeta, ha bajado drásticamente. Si bien ha habido un pequeño incremento de la polución del aire exterior, se ha reducido muchísimo el problema mucho más grave de la interior (cocinar y climatizar con fuegos contaminantes y expuestos). Desde 1960, el riesgo de morir a causa de cualquiera de las formas de polución se ha reducido más de la mitad.
La educación ha mejorado también. En 1962, un 41% de los niños del planeta no iban a la escuela, mientras que hoy la cifra es menos de un 10%. La tasa de alfabetización mundial se ha elevado de uno a dos tercios.
De manera similar, la proporción de quienes viven en la pobreza en el mundo ha descendido del 43% a menos del 18% desde 1981. Durante ese periodo, más de tres mil millones de personas han podido salir de esa condición.
Muchas razones explican este avance, en especial el rápido desarrollo económico, particularmente en China. Pero también ha habido un esfuerzo internacional concertado, cuyo reflejo son los Objetivos de Desarrollo del Milenio adoptados por las Naciones Unidas en 2000 para que tras 15 años el mundo sea un mejor lugar donde habitar. Los ODM definieron 18 metas claras y realistas en ocho ámbitos como la pobreza y el hambre, la igualdad de género, la educación y la atención de salud materno-infantil. Desde el año 2000, la ayuda mundial para el desarrollo llegó a unos $900 mil millones, de los cuales probablemente unos $200 mil millones correspondieron a los ODM.
Hoy la ONU está queriendo ampliar este proceso de fijación de objetivos desde el año 2015 al 2030. Si el próximo plan, denominado Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) tiene un impacto similar, podría determinar la asignación de hasta 700 mil millones de dólares. Obviamente, esto significa que todos quieren que su problema favorito quede incluido en el temario: se han propuesto más de mil objetivos, lo que en la práctica equivale a no tener prioridades.
Por lo tanto, sería útil tener una idea de lo que realmente funciona y no solo lo que suena bien. Mi centro de investigación, el Centro del Consenso de Copenhague, ha pedido a 57 equipos de economistas que estudien 19 áreas principales y cerca de 50 objetivos (inquiriendo cuánto costaría cada uno y los beneficios que implicaría) para fines de este año, mucho antes de que la ONU deba tomar la decisión sobre sus ODS, a fines de 2015. Las negociaciones ya han comenzado y la ONU quisiera contar con cierta información ahora mismo. Así es que pedimos a nuestros economistas que hicieran una evaluación rápida de cerca de 100 de los objetivos propuestos.
Algunos objetivos, como lograr acceso generalizado a la planificación familiar, son fenomenalmente buenos, porque la anticoncepción es por lo general poco costosa y sirve de ayuda tanto a las personas como a la sociedad. Cada dólar que se invierte en este tema puede llegar a rendir $150.
Del mismo modo, deberíamos prestar atención a reducir la desnutrición al menos a la mitad, ya que existen claras evidencias de que una buena nutrición a edad temprana genera grandes beneficios para el resto de la vida: mejor desarrollo cerebral, mejor rendimiento académico y, en último término, mayor productividad como adultos. Por cada dólar destinado a ello, las generaciones futuras recibirán casi $60 en beneficios.
Pero el borrador de la ONU señala que debemos “poner fin a la desnutrición”: los economistas advierten que aunque un objetivo así de absoluto puede sonar atractivo, probablemente sea demasiado optimista y poco eficaz. No podemos lograrlo, y aunque pudiéramos, los recursos que se destinaran a ayudar a la última persona con hambre podrían rendir mucho mejor en otros ámbitos.
De manera similar, la ONU quisiera eliminar el VIH, la malaria y la tuberculosis. Si bien la reducción de estas dos últimas sería un gran logro, es probable que proponerse erradicarlas sea poco realista y antieconómico.
Al otro lado de la balanza, algunos de los objetivos que ha propuesto la ONU son totalmente imprácticos, como prometer empleo para todos. No sabemos cómo hacerlo y, en todo caso, para que el mercado laboral funcione bien es necesario que haya un pequeño nivel de desempleo que dé espacio para que los empleadores puedan captar trabajadores. En lugar de ello, los economistas sugieren poner énfasis en la reducción de las barreras al empleo, sobre todo para las mujeres.
Otros objetivos cuestan más que el beneficio que generan. Suena bien duplicar la proporción de energías renovables para el año 2020, pero es un modo caro de reducir apenas un poco de CO₂. En vez de eso deberíamos esforzarnos por hacer que los pobres tengan mejor acceso a la energía, una manera comprobada de elevar el crecimiento y reducir la pobreza. Y para reducir las emisiones de CO₂, podríamos ir eliminando los importantes subsidios a los combustibles fósiles que caracterizan a gran parte del mundo en desarrollo, produciendo derroche en el consumo y sobrecargando los presupuestos de los gobiernos.
La decisión final de qué objetivos se han de fijar para los próximos 15 años será fruto de un debate político complejo y profundo, y los consejos de los economistas no solucionarán por arte de magia todas las complicaciones. Pero si se proporcionan evidencias de qué funciona bien y qué no, aumentarán las probabilidades de que se escojan buenos objetivos y se descarten los menos buenos.
Hablando claro, puede que este enfoque ayude a excluir solo unos cuantos objetivos mediocres, o incluso apenas uno, y que genere suficiente viento favorable para incluir un buen objetivo adicional en la lista final. Aun así, puesto que el planeta probablemente acabe destinando $700 mil millones en los ODS, incluso un pequeño cambio puede generar beneficios equivalentes a decenas o hasta cientos de miles de millones de dólares. Y esa es la razón de que ayudar a la ONU a definir mejor sus prioridades con el fin de que se incluyan los mejores objetivos puede ser nuestro aporte más importante en esta década.
Bjørn Lomborg, an adjunct professor at the Copenhagen Business School, founded and directs the Copenhagen Consensus Center, which seeks to study environmental problems and solutions using the best available analytical methods. He is the author of The Skeptical Environmentalist and Cool It, and is the editor of How Much have Global Problems Cost the World?. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen