‘Filomena’, una cara más del cambio climático

Efectos del temporal 'Filomena' en Talamanca del Jarama, Madrid.J.J.Guillen / EFE
Efectos del temporal 'Filomena' en Talamanca del Jarama, Madrid. J.J.Guillen / EFE

Hace ahora dos años, ante una de esas grandes nevadas que asolan de vez en cuando Estados Unidos, Donald Trump se preguntaba: “¿Dónde está el cambio climático cuando se le necesita?”. No es de extrañar que alguien de su naturaleza no alcanzase a verlo. Ese año marcó récords de huracanes en el Atlántico, de intensidad superior a la habitual, se dio el mayor número de tormentas simultáneas, se marcó la más alta temperatura absoluta del aire jamás medida (54,6) e incluso se vivieron un par de medicanes, es decir, huracanes mediterráneos, fenómenos climáticos absolutamente inusuales. Trump, con su ignorancia, habría necesitado tener a alguien cerca que, parafraseando al asesor de Clinton, le hubiera espetado: “¡Es el cambio climático, estúpido!”.

En España, hace casi un año mirábamos atónitos cómo desaparecía el delta del Ebro bajo la furia de la borrasca Gloria, el temporal más duro que han sufrido España y el sur de Francia en los últimos 40 años. Ahora, Filomena está dejando las mayores nevadas registradas en la Península durante el último medio siglo y ha pulverizado el récord de temperatura mínima con -35,6º en Vega de Liordes, León. Ambas tormentas son manifestaciones de un clima extremo e inestable que está batiendo récords cada vez más deprisa.

Pese a estas evidencias, se tiende a asociar el cambio climático con las olas de calor, olvidando que el cambio del clima resulta en una sucesión de fenómenos meteorológicos extremos de características distintas: olas de frío, de calor, huracanes, etcétera.

¿Cómo combinan frío extremo y calor creciente? La conexión no es directa, pero es indudable. El calentamiento trae consigo un debilitamiento de la “corriente en chorro”, esa corriente de aire que se da en la estratosfera y permite separar las regiones polares de las templadas. Dicho debilitamiento favorece la formación de “vaguadas”, áreas anticiclónicas que se forman debido al ascenso de aire cálido y húmedo. De esta forma, grandes masas de aire frío provenientes del norte entran en contacto con masas de aire cálido y húmedo provenientes del sur. Por un lado se obtienen récords de bajas temperaturas provocados directamente por ese aire frío que cada vez llega a latitudes más sureñas y, por otro, se obtienen precipitaciones históricas, en forma de lluvia o de nieve.

No tenemos aún certeza estadística para afirmar que la frecuencia de olas de frío ha aumentado, pero sí su crudeza. Es muy probable que a medida que se reúnan series temporales más largas, vayamos comprobando también cambios en la frecuencia de olas y temporales de frío en el hemisferio Norte. Algo así ocurrió en las últimas décadas con los huracanes. Hace 20 años, lo que sabíamos de su conexión con el cambio climático era débil debido a la fuerte variabilidad interanual del clima, pero a medida que se fueron obteniendo más datos, la conexión se confirmó.

No deberíamos distraernos mucho esperando más información. Herbert Simon, premio Nobel de Economía en 1978, explicó magistralmente cómo la racionalidad de muchas de las decisiones que afectan a nuestra vida es siempre limitada, tanto por factores psicológicos como por la falta de disponibilidad de información perfecta. Sin embargo, eso no nos impide actuar.

Los efectos del cambio climático y de la destrucción de nuestros ecosistemas tienen mucha inercia: persisten durante un largo período de tiempo aunque cesen las causas que los originaron. Los próximos años tendremos que resistir los golpes de nuevas filomenas, que afectarán seriamente a nuestra seguridad y nuestra economía. Necesitamos aumentar la inversión para adaptarnos a este nuevo entorno a la par que construir un modelo más sostenible. El programa Next Generation puede ser la gran oportunidad.

Aunque falta mucho por conocer, las evidencias son lo suficientemente contundentes como para no dilatar las decisiones ni las inversiones. Los informes que han alertado sobre las consecuencias de traspasar los límites del planeta parecen el guion de una serie distópica que estos días estrena un nuevo capítulo rodado en las calles de muchas ciudades españolas.

No es solo una cuestión de voluntad política. La transformación para llegar a un acuerdo de paz con nuestro planeta, como días atrás propusiera el secretario general de la ONU, requiere un enorme esfuerzo de colaboración pública, privada y social. En estos últimos meses hemos aprendido mucho de misiones colectivas que nos obligan a ir al límite de lo posible, como el desarrollo de la vacuna. Cuando junto a la urgencia creamos el estímulo y las condiciones para cooperar entre saberes, organizaciones y países, tenemos una gran capacidad para escribir el guion de nuestro futuro.

Fernando Valladares es científico del CSIC y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos. Carlos Mataix es profesor titular de la Universidad Politécnica de Madrid y director del itdUPM. Cristina Monge es politóloga, profesora de Sociología en la Universidad de Zaragoza.

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