Fin de fiesta

El kirchnerismo argentino ha entrado en su ocaso. Cualquiera sea el resultado de la elección del próximo domingo, la omnipotencia de esa vertiente personalizada del peronismo ha entrado en su final. La sola pérdida de la gobernación de la provincia de Buenos Aires, el 38% del electorado nacional y su bastión histórico, es un signo de un nuevo tiempo.

La condición de favorito que el gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, tenía hasta hace poco, ha cambiado de signo. Con la misma rotundidad que las encuestas daban por descontado su triunfo, ahora se pronostica el de Mauricio Macri, que parece bendecido por los dioses cuando hasta Boca Juniors, el equipo que presidió durante 12 años, vuelve a ganar el torneo argentino de futbol.

Paradójicamente, Scioli, con la primera mayoría (36.8%) luce derrotado, mientras Macri (con 34.3%) y Sergio Massa (con 21.3%) aparecen victoriosos. Ocurre que esos números expresan un inequívoco rechazo al continuismo. Se percibe un hartazgo de las 46 interminables cadenas nacionales que la presidenta ocupó este año con su retórica crispada y barroca; del modo autoritario de manejar su partido con un absolutismo monárquico; de su agresividad constante para con la prensa y una situación económica que ya no cuenta con las posibilidades de derroche que el comercio exterior hasta hace poco le regalaba, con los mejores precios de la historia en los productos agrícolas. En el balotaje que se aproxima, Macri es la esperanza de un cambio; Scioli es una doble resignación: la de la presidenta, que lo aceptó como candidato sin quererlo y la del electorado kirchnerista que no lo considera uno de los suyos.

La otra elección que se aproxima, la del 6 de diciembre en Venezuela, marca también otro formidable fracaso de los regímenes populistas. Venezuela vive hoy el mayor desquicio de su historia. Su PBI ha caído del 4º al 7º lugar en América Latina, mientras se anuncia otra caída fuerte para este año. La inflación, muy difícil de calcular, es la mayor del mundo, y si desde el Gobierno se habla de un 85%, los economistas independientes estiman un 200%, con una perspectiva hiperpinflacionaria. El desabastecimiento es generalizado y el autoritarismo ya se exhibe sin pudor, al punto de que el Gobierno ni se da por enterado de que la Corte Interamericana de Derechos Humanos sentenció que el Gobierno debe devolver a sus propietarios la Radio Caracas Televisión. En medio de este panorama, el fiscal del juicio al líder opositor Leopoldo López, condenado a 13 años de cárcel, se fue a EE UU, escapando de “las inmensas presiones” de que era objeto para validar las “pruebas falsas” que el Gobierno esgrimía.

Ante esta circunstancia, el presidente Maduro desnuda groseramente su intención y anuncia que en la eventualidad de una derrota parlamentaria “no entregará la Revolución” y que “pasará a gobernar con el pueblo” en una “unión cívico-militar” (la misma expresión que en su tiempo usaba la dictadura uruguaya). Más que una amenaza es una expresión rotunda de que se intentará un fraude, a cualquier precio.

En Brasil, a su vez, la situación sigue empeorando. La economía marcha hacia otro fin de año recesivo y los escándalos de corrupción vinculados a Petrobras no tienen parangón. Las cifras son tan grandes como el territorio brasileño y están presos los principales empresarios de la construcción y las primeras figuras del Gobierno de Lula. La presidenta Dilma Rousseff administra el país sin el menor consenso nacional, en medio de un clima de descrédito moral que envuelve a su partido y al Gobierno.

Es muy significativo que esto ocurra al mismo tiempo en tres países muy importantes que hace muy poco lucían como exitosos, conducidos por líderes populares más allá del bien y del mal. La estrella de Lula se eclipsa por los escándalos de su Gobierno, la de Maduro desciende a una grosera exhibición de arbitrariedad y Kirchner sufre el hundimiento de su proyecto de continuidad hegemónica. En que terminará lo de Brasil no está claro, pero —como ha dicho Fernando H. Cardoso— si la presidente no actúa con grandeza, su régimen se irá deshilachando hasta la parálisis. En el caso de Venezuela, la pregunta es hasta dónde y hasta cuando seguirán resistiendo los civiles y militares a los que se le imponen los pesados deberes de la arbitrariedad. Sólo en Argentina parece abrirse el panorama esperanzado que alumbraría el triunfo de Macri.

Lo que sí está claro es que la fiesta populista está en su ocaso. En América del Sur el sol no sale solo para el Pacífico.

Julio María Sanguinetti fue presidente de Uruguay.

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