Fin del letargo sahariano

La transición marroquí es un proceso inacabable que se inició poco después de la muerte de Hasan II (1999) y no pinta que vaya a completarse de hoy para mañana. Más parece que forma parte del ADN de la democracia imperfecta que promueve el palacio real y administra el Gobierno. En esta transición sin límites, la libertad de expresión es un derecho elástico -se estira y se encoge a voluntad del poder-, el pluralismo está en vigor con matices y la disidencia está más o menos consentida según convenga en cada momento. Palacio hace y deshace, investido de un poder arbitral y sin topes, aunque Mohamed VI aparece a ojos de la UE, en general, y de Francia y España, en particular, como un gestor de la modernidad marroquí en progresión permanente.

Dentro de este Estado de derecho en construcción, el Sáhara Occidental apenas plantea incomodidades durante largos periodos de tiempo. El territorio funciona bajo la autoridad del Reino de Marruecos hasta las líneas de fortificación orientales, la opinión pública vive convencida de que aquella es tierra de indiscutible ascendencia marroquí y una parte rotundamente mayoritaria de la intelligentsia marroquí apoya la marroquinidad de la excolonia. Los refugiados de Tinduf (Argelia) -unas 150.000 personas- viven aparentemente resignados a su suerte en medio de la nada y el Frente Polisario alimenta el sueño de la nación irredenta.

Esta letargia histórica entraña un riesgo: que, de repente, el artificio salte por los aires. En estas se está desde que el Gobierno marroquí asaltó el campamento de Gdeim Izik, a las puertas de El Aaiún, se desencadenó la crisis y la represión se adueñó del escenario a juzgar por el interés del Gobierno marroquí en aislar la ciudad del resto del mundo. En un suspiro se ha pasado de la enfermedad crónica a la dolencia aguda, la derecha española se ha envuelto en la bandera, Rodríguez Zapatero y sus ministros se han escudado en la razón de Estado, y el Gobierno marroquí ha puesto en marcha la maquinaria de propaganda. Pero nada es tan sencillo como quiere cada parte que se crea; más parece que todo es bastante más complicado.

¿Por qué? En primer lugar, todos los mecanismos de autodeterminación que se han manejado soslayan una realidad: ni Marruecos ni el Frente Polisario aceptarán jamás una consulta con un resultado adverso a sus intereses. En segundo lugar, el Gobierno de España difícilmente puede tomar por su cuenta y riesgo un camino diferente al que se corresponde con los intereses generales de la UE y la condición de Marruecos de socio preferente de la Unión. En tercer lugar, Marruecos es una pieza importantísima para España en términos de seguridad de sus fronteras y control de los flujos migratorios. En cuarto lugar, Marruecos es un actor relevante, por no decir capital, en el dispositivo de seguridad diseñado por Estados Unidos para controlar la extensión del fundamentalismo islamista, cuya expresión más dinámica en la región es Al Qaeda del Magreb Islámico. En quinto lugar, no debe dejarse a beneficio de inventario la manipulación del conflicto por parte de Argelia y, como consecuencia, el riesgo que corren los refugiados de Tinduf de convertirse un día en una hipoteca de la que el Gobierno argelino quiera desembarazarse. Para acabar, la comunidad internacional mantiene sobre el terreno la Minurso, bajo mandato de la ONU, que se atiene a lo aceptado en su día por Marruecos y el Frente Polisario.

En las relaciones internacionales y en los conflictos surgidos al calor de los procesos de descolonización, nada es inmutable, pero conviene saber cuáles son los datos esenciales, insoslayables y determinantes. Al mismo tiempo, es saludable no ser prisionero de las palabras y las promesas de cada parte. Más allá de la buena educación y de los usos diplomáticos, las explicaciones dadas en Madrid por el ministro marroquí del Interior, Taib Cherkaui, no deben tomarse como pruebas de convicción bajo ninguna circunstancia. En cuanto a los testimonios aportados por las oenegés o los portavoces saharauis, hay que acogerlas con el respeto a que tienen derecho las víctimas de cualquier conflicto.

Justamente, es la dificultad en acercarse a una versión verosímil e independiente de los acontecimientos la que obliga a exigir a Marruecos que aplique a los sucesos de los últimos días la libertad de información que, al mismo tiempo, puede garantizar el respeto a los derechos humanos más que todas las promesas que se lleva el viento. De la misma manera, disponer de esta versión verosímil e independiente de la que ahora se carece puede ayudar a comprender que, después de decenios de sufrimiento, solo cabe ejercitar el realismo y trabajar por una solución intermedia, con garantías, entre el sometimiento absoluto del Sáhara y la independencia: esta solución se llama amplia autonomía. Tienen derecho a ello, más que nadie, quienes sobreviven en el pedregal sahariano y sueñan año tras año con la vuelta a casa.

Albert Garrido, periodista.