Final de trayecto

¿Qué es democracia? Si me obligan a elegir, sólo tengo una respuesta: las urnas (casi) llenas y el civismo impecable del domingo 22 de mayo. Secuelas políticas: hasta aquí llegó Zapatero, aunque nos espera un tiempo de agonía por fascículos que España no merece como Estado, como nación ni como sociedad. Conviene hablar de realidades y no de ilusiones. Sin embargo, ya conocen la opinión de Marcel Proust: «Los hechos no penetran en el mundo de las ideas; por eso, como no les dieron la vida, tampoco se la pueden quitar». Así que la gente disfruta en ese universo imaginario donde nadie distingue entre lo probable, lo posible y lo imposible. Por ejemplo, la sedicente democracia «real». En la consulta del historiador de las ideas todos preguntan lo mismo: ¿qué pasa en Sol y en las otras plazas ocupadas? Todo fluye, decía el filósofo, y yo creo que las cosas cambian de un día para otro en el ágora improvisada. En mi opinión, procede juzgar con benevolencia a los ingenuos cargados de buenos propósitos y resolver con arreglo a las leyes el problema que plantean los pescadores en río revuelto…

¿Cuál es la cobertura ideológica? Respuesta sencilla. Un amplio sector de la izquierda sufre de mala conciencia por su entrega (a veces entusiasta) a los encantos del capitalismo. Como el gran capital es intocable, hay que poner en solfa la democracia «burguesa», esto es, la selección de élites políticas mediante elecciones competitivas. Al final, dicen, consumidores y ciudadanos son víctimas del mismo «marketing» alienante. ¿Soluciones? Según ellos, hay «otra» democracia, que ahora llaman participativa, deliberativa o inclusiva. Para empezar, debates en red, consejos de barrio, jurados ciudadanos, «town meetings», presupuestos estilo Porto Alegre y, con mucho cuidado, una suerte de «república.com». Para los más radicales, hay que ganar «microespacios» de poder. Eran casi siempre ocurrencias académicas, pero esta vez han conseguido su cuota mediática en la sociedad del espectáculo. ¿El futuro? Eterna condición humana: el gremio de la queja genera sus propias élites «profesionales» que buscan un asiento en la parte oficial de la mesa negociadora. Verán ustedes dónde y cómo surge una nueva cantera de políticos…

Volvamos cuanto antes a la democracia constitucional, la única que tenemos, igual de buena y de mala que sus homónimas europeas y acaso un poco peor —pero no mucho— que su atractiva versión norteamericana. Si me aceptan un buen consejo, les propongo dos libros muy recientes como guía para una literatura inabarcable. Me refiero a la «nueva» historia de la democracia, obra de madurez del maestro Rodríguez Adrados, y al riguroso análisis del concepto a cargo de mi apreciado colega Joaquín Abellán. Otro día comentamos más ejemplos de buena literatura política. Por lo demás, España necesita a medio plazo recuperar un proyecto sugestivo al estilo orteguiano, agotado tal vez el ímpetu fundacional de la Transición, nuestro mayor éxito colectivo: el destino era Europa, faltaría más… ¿Alguna intuición? Acaso el futuro deba orientarse hacia la calidad (moral, social, institucional) y desterrar las falacias que alientan el «todo vale». Los coloquios que organiza ABC bajo el rótulo certero de «Regeneración» abren un espacio público a la reflexión. Este es el buen camino, aunque una y otra vez mandan las urgencias y se aplazan las cuestiones de fondo. El asunto ahora es el adiós a plazo fijo de un presidente que ya no gobierna: final de trayecto, por tanto.

Debacle electoral y terremoto en el PSOE. Paradojas del zapaterismo: el candidato premoderno arrolla a la aspirante posmoderna. Cuando pintan bastos, la tribu se agrupa en torno al hechicero. Escena verosímil: atrincherado en La Moncloa, el presidente recibe noticias sobre las maniobras internas con el mismo espíritu que Luis XVI en Versalles cuando le informan de la toma de la Bastilla. «¿Es una revuelta?», preguntó el monarca. Aquel 14 de julio de 1789 la respuesta fue: «No, Sire, es una revolución». Formidable pensadora, Hannah Arendt construye sobre esa escueta frase una teoría novedosa acerca del sentido de la historia. Como es notorio, Zapatero se mueve en otro nivel. Pero comprende también los mensajes: pierde Chacón; gana Rubalcaba; salvo hecatombe, la legislatura sigue hasta el último minuto. Por trayectoria y por vocación, otorga prioridad a la lógica partidista sobre la responsabilidad institucional. Así, un Ejecutivo con respiración asistida busca apoyos efímeros para sobrevivir unos pocos meses. Objetivo: esperar y ver, porque la vida da muchas vueltas… Coincide con otros grupos en la conveniencia de impedir una mayoría absoluta del PP. Necesita cerrar heridas con sus fieles defraudados y lanzar cables a clientes potenciales, tal vez ahora menos indignados. Confía en la eterna querencia de la derecha por marcar goles en su propia puerta. En fin, al margen de la razón ilustrada, busca consuelo en la vieja figura del personaje freudiano: «tótem» y «tabú», versión Ferraz, siglo XXI.

Turno para el PP. Es tiempo de prudencia, de perseverancia y, valga el tópico, de grandes dosis de sentido común. La entrevista de Mariano Rajoy en este periódico marca pautas muy razonables para un período difícil, plagado de trampas y asechanzas. Hay que controlar los nervios. Valga el símil taurino, muy conocido: recuerden cuando Bismarck puso la muleta roja ante el toro francés y acabó proclamando el Imperio alemán en el salón de los espejos… de Versalles: otra vez nos llevan allí los ejemplos caprichosos. Los ciudadanos quieren ideas claras y soluciones eficaces, lejos de los debates artificiales y la retórica vacía de contenido. Ante todo, hay que hacer las cosas bien en ayuntamientos y comunidades autónomas: el recto ejercicio del poder territorial alcanzado con brillantez en las urnas debe ser la seña de identidad. Principios inequívocos servidos por estrategias flexibles. Lanzar mensajes convincentes en el terreno que importa: creación de empleo; vertebración social y territorial; regeneración institucional. Situarse de verdad en el centro-derecha, una actitud que suele ser atractiva para conseguir una mayoría necesariamente heterogénea. El centro es una actitud muy digna en la política democrática: recuerden a los mejores de UCD… No es, ni debe ser, una derecha acomplejada o una izquierda disfrazada. Hay que cuidar la batalla de las ideas. Aquí y ahora se trata de recuperar valores éticos; defender la excelencia y el sentido de la responsabilidad; proclamar (y, por supuesto, practicar) las virtudes liberales. Confianza, pues, pero no triunfalismo. La política es incompatible con las profecías grandilocuentes en clave determinista. Piensen ustedes, por decir algo, en el día de Año Nuevo. ¿Alguien adivinaba la suerte que les esperaba, pocos meses después, a Hosni Mubarak, Osama bin Laden, Dominique Strauss-Kahn o Ratko Mladic? Mediten sobre el sabio consejo de un gran pensador liberal, Isaiah Berlin: «A pesar de mi nombre, yo no soy profeta». Por eso, el futuro ya habrá tiempo de conocerlo cuando llegue su momento…

Benigno Pendás, catedrático de Ciencia Política, Universidad CEU San Pablo.

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