Final de trayecto

Todas las luces de alarma se habían encendido años atrás para la coalición de partidos de la Concertación Democrática chilena. Había tiempo suficiente para modificar los datos que apuntaban a un desenlace electoral como el que finalmente se ha producido. Pero quienes podían revertir esos malos presagios prefirieron no hacer nada, confiados en que el miedo a la derecha sería suficiente para compensar el profundo desgaste sufrido desde 1990. No hubo milagro final y la alianza de las derechas triunfó porque no había margen alguno para modificar tendencias de cambio muy consolidadas. La derrota de la Concertación tendrá consecuencias internas muy profundas, necesarias, por un significado claro de final de trayecto. Los graves errores cometidos deberían ser motivo de una severa, inmediata y rigurosa autocrítica que genere una renovación total en las formas y en los contenidos, con nuevos liderazgos que logren la refundación ambiciosa de un proyecto hoy agotado.

El triunfo electoral de las derechas nació de una grave crisis de la Concertación, que después de 20 años y cuatro gobiernos consecutivos se presentó dividida y exhausta a la primera vuelta del pasado 13 de diciembre. Tiene mucho mérito el triunfo de Sebastián Piñera, sin duda, pero el multimillonario empresario ha contado con la inestimable colaboración de un pésimo rival, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que representaba al pasado mucho más que al futuro. El triunfo de la alianza de las derechas en las elecciones municipales de octubre del 2008 situó a Piñera a la cabeza de la carrera presidencial. La Concertación aparecía, en cambio, fragmentada, sin programa común ni liderazgo definido. En ese contexto de debilidad se eligió a un candidato gris que ya había sido presidente (1994-2000) en un mandato que no era precisamente recordado con entusiasmo.
Y por si esto fuera poco, se menospreció la discrepancia interna de un joven que solo pedía la celebración de primarias para elegir al candidato de la Concertación, como estaba estipulado. Aquel joven de izquierdas, al que calificaron de díscolo y del que se hacían chistes con sus iniciales, Marco Enríquez-Ominami, ME-O, lograría, sin partido, presentándose como independiente, un nada despreciable 20,13% de sufragios en la primera vuelta del pasado 13 de diciembre, votantes todos ellos desertores de la Concertación que poco querían saber de un candidato como Eduardo Frei Ruiz-Tagle.
La imagen eficazmente transmitida por Piñera de una derecha moderna democrática civilizada ha logrado esconder el perfil de una parte numerosa de quienes le acompañan en su pesada mochila: todos los sectores no democráticos de la ultraderecha que dieron su apoyo a Augusto Pinochet, agrupados en torno a la UDI, el partido de la extrema derecha mayoritario en la coalición, plagado de exministros, militares retirados, cargos cómplices de la dictadura, destacados miembros del Opus Dei y los guerrilleros de Cristo. Las dudas sobre el grado de compromiso adquirido con ellos por Piñera empezarán a ser despejadas en el mismo instante que anuncie la composición de su Gobierno y las políticas que desarrollará sobre la búsqueda de justicia en las violaciones de los derechos humanos.
Chile ofrece la paradoja de ser reconocido en el mundo como un modelo exitoso de transición política, con una economía dinámica, con avances muy importantes en la lucha contra la pobreza, contra la exclusión social y con unas instituciones democráticas recuperadas tras la dictadura que funcionan de forma aceptable y que aportan una notable estabilidad social, no exenta de convulsiones, en absoluto comparables a otros vecinos de la región.Tal vez, la contradicción resida entonces en que todas esas conquistas no han ido acompañadas de cambios estructurales en el efectivo corsé institucional diseñado por los ideólogos de la dictadura, los mismos que han apoyado a Piñera en esta elección. Un campo de minas que los demócratas agrupados en la Concertación Democrática tampoco han sabido o querido desactivar.

La llegada de Michelle Bachelet al poder en 2006, una mujer, divorciada, agnóstica, socialista, perseguida por la dictadura, supuso un gran impacto para un país tradicionalmente católico, conservador y machista. Bachelet fue superando todas las dificultades –la pesadilla que supuso la puesta en marcha del nuevo sistema de transporte en la capital, el Transantiago; o las masivas manifestaciones de los pingüinos estudiantes contra la ley de educación– y, gracias a su carisma, credibilidad e implicación personal, hasta alcanzar el histórico porcentaje del 83% de valoración positiva de su presidencia al final de su mandato. A la vieja Concertación, en cambio, se le ha agotado el crédito que mayoritariamente le otorgaron los chilenos durante dos décadas, después de múltiples advertencias que no fueron atendidas. De la acumulación de errores no podía esperarse más que una derrota. Lo peor es pensar que lo ocurrido el domingo se podía haber evitado.

Antoni Traveria, director de la Fundación Casa Amèrica Catalunya.