Flores marchitas en Kabul

Qué lejos queda aquella hermosa campaña de 1998 (una flor para las mujeres de Kabul) emprendida por la polvorillaEmma Bonino en marzo de 1998 como comisaria europea al frente de la Oficina europea de ayuda humanitaria (ECHO). Después vino el sorprendente ataque del 11-S en 2001. Ahí empezó todo lo que ahora termina. EEUU se lo tomó con calma -venganza en plato frío-, y su respuesta de legítima defensa, contra lo establecido en la Carta, no fue inmediata sino aplazada. En compañía del Reino Unido, tres meses después invadió Afganistán y derribó al régimen talibán que cobijaba a Al Qaeda. La ONU legalizó ex post la intervención armada de Estados Unidos y el Reino Unido en la Res. 1386 de 20.12.2001 y autorizó una «Fuerza Internacional de Asistencia para la Seguridad».

El objetivo de la ISAF no era una misión humanitaria sino crear «seguridad» para lo que se permitía combatir legítimamente con el fin de erradicar a los grupos terroristas que utilizaban el territorio afgano. Se autorizó una guerra limitada, si bien nunca apoderarse de Afganistán, como de facto hizo EEUU, y esa autorización no era de validez intemporal. El boleto era de ida y vuelta sin mucha pausa. Debieron marcharse hace años, muchos años, pues nunca tuvieron «expectativas razonables de lograr un resultado diferente», como ha dicho Joe Biden.

Flores marchitas en KabulEn 2009, el presidente Barack Obama ya tenía tomada la decisión ante la impotencia para reconstruir un Estado sostenible y notificó a los aliados ISAF que la retirada empezaría en 2011 y la operación militar concluiría en 2014. La ofensiva del Estado islámico (ISIS) en Siria e Irak y el terrorismo yihadista en Europa retrasó los planes, pero los talibán sabían que podían ir ocupando poco a poco el territorio más rural y ofrecer un proyecto propio a la tribal sociedad afgana. Resaltemos que tres presidentes consecutivos, Obama, Trump y Biden, han apoyado la inevitable retirada -la única opción legal-. Los insurgentes sabían el calendario de salida completa para 2021 pues el hoy emir Ghani Baradar lo había pactado con Trump en 2020.

Cuando EEUU quiso vengarse de su protegida Al-Qaeda -a la que entrenó, armó y financió en 1980 para hostigar a la antigua Unión Soviética-, lo hizo mediante una guerra convencional. Gran error. No cabe guerra contra el terrorismo (despliegue militar, invasión aérea y terrestre), sólo mucha inteligencia militar, diplomacia para aislarlo y medios policiales y judiciales.

Demostró EEUU que carece de inteligencia diplomática y estrategia político-militar para luchar contra un enemigo no convencional: se vengó sin saber de qué en Afganistán y atacó sin saber a quién, dejando ahora tras su derrota en Afganistán y en Irak dos Estados fracasados. Y guerras que han desestabilizado parte de Asia y todo el Mediterráneo por medio siglo más.

Los errores cometidos por EEUU durante más de medio siglo en Vietnam, Chile, Líbano, Libia, Irak (apoyó primero a Sadam Hussein) invalidan a una gran potencia que solo cosecha errores diplomáticos y derrotas militares. Sus discípulos muyahidines de 1980 sobreviven en 2021 y saben por qué luchan: junto a la población rural, lo hacen por liberar a su tierra ocupada por el occidental extranjero, por su modo de vida tribal, por una religión en su expresión más radical.

Una parte menor de las fuerzas armadas de ISAF, como las españolas, tuvieron un excelente desempeño procurando seguridad y también bienestar a la gente, cooperando en infraestructuras y hospitales. Pero EEUU autorizó la presencia de la nueva industria corsaria del siglo XXI: empresas militares privadas externalizando funciones militares y de seguridad. El santo y seña del Estado moderno, el monopolio de la fuerza, fue abandonado al arbitrio del uso sicario de la fuerza, amenazando las obligaciones del Derecho Internacional Humanitario y el funcionamiento mismo de las instituciones ocupadas.

Los muyahidines no han tomado el control de su Estado y de su población sin previos pactos informales con los vecinos fronterizos; también con Rusia y Turquía. Y China, que comparte frontera, sabe que ahora nadie le podrá discutir el control de Asia Oriental y Central. Se reinicia en 2021 el Gran Juego abortado por los británicos en el siglo XIX. La entrevista, hace semanas, de Ghani Baradar con el ministro chino de Asuntos Exteriores es reveladora de sus desempeños diplomáticos. La ascendente China se congratula de la retirada americana y occidental, presencia que nunca fue de su agrado aunque aceptaba el desgaste militar y económico que debilitaba a EEUU, la potencia declinante.

También Rusia tendió puentes con los talibán hace tiempo y la Turquía de Erdogan tenía más relación con ellos que con el títere Gobierno afgano sostenido por la OTAN de la que forma parte. Los talibán tienen la bendición de Pakistán, que nunca ha disimulado su doble juego: engañar a los estadounidenses para recibir cientos de millones de dólares y ofrecer su territorio para la retaguardia talibán, incluida la protección a Bin Laden hasta su muerte.

China ha aprendido a hablar suave y mostrar el gran garrote en Asia y lo ha hecho con los dirigentes talibán. Tendrán que moderar su discurso y prácticas yihadistas; ya lo han hecho. Tienen la lección aprendida desde 2001 y ya no mostrarán igual su garra. China no va a tolerar que Afganistán sea una base terrorista expansiva ni interferencias en su política con los musulmanes chinos (los uigures) y con los grupos islamistas de la región de Xinjiang; y Rusia tiene malos recuerdos del terrorismo checheno y razones para persuadir a los talibán. Los nuevos dirigentes se lo pensarán mucho antes de desafiar a estas dos potencias plenas de determinación, sobre todo a la ascendente superpotencia global china. Pekín y Moscú consiguen contrarrestar a EEUU, prácticamente sacarlo de Asia Central y arbitrar en los nuevos equilibrios resultantes de esta gran jugada. EEUU abatida en la mitad del tablero mundial.

Con el único argumento de su fuerza militar, Washington ha demostrado que ya no tiene capacidad de liderazgo global. Y, por su parte, Rusia y Turquía están dejando claro en conflictos varios (Libia, Nagorno-Karabaj, Siria y Afganistán) que tienen más capacidad para influir y ser determinantes. Se ha confirmado el fin de ciclo de dominio de EEUU. Su declive material y político se hace algo más evidente.

¿Reconocer o no al régimen talibán? Es de manual de Derecho y de sentido común que el reconocimiento de un nuevo Gobierno por perverso que sea no lo legitima. No se reconoce a los gobiernos por su bonanza democrática y respeto a los derechos humanos; en ese caso habría que romper relaciones con Cuba, Venezuela, Turquía, Hungría, Nicaragua, Corea del Norte, Marruecos, Arabia Saudí y un centenar largo de Estados.

La comunidad internacional -incluida España- sigue la práctica de reconocer gobiernos efectivos al margen de su legitimidad; solo importa el principio de efectividad, evitando decirles qué valores o instituciones deben tener. Los Estados, al reconocer, se limitan a confirmar la realidad existente en el ejercicio efectivo del poder: si hay una Administración estable bajo el control, dominio territorial (control de fronteras, etcétera) y capacidad para mantener el orden público; y, externamente, que está en situación de proteger los derechos de los Estados extranjeros y de sus nacionales en el territorio y que tiene capacidad para hacer cumplir sus obligaciones internacionales.

Se insiste mucho en las grandes víctimas de esta victoria: las mujeres afganas. Pero ni la izquierda ni la derecha ni la prensa se enojan por el trato vejatorio, la lapidación o decapitación de las mujeres en Pakistán o en Arabia Saudí (también de los hombres). No será mucho peor. Los talibán ya saben de nuestro nivel de tolerancia. La Superliga española se juega en Arabia Saudí. Y Qatar -país de cobijo de los talibán-, albergará el campeonato del mundo FIFA.

Araceli Mangas Martín es académica de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas y catedrática de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UCM.

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