Formación y educación

Estos días, entre el Informe de la Fundación Jaume Bofill y el Informe PISA, ha vuelto a ponerse de manifiesto el tema de la calidad de la educación que reciben nuestros jóvenes. Parecen existir ciertas discrepancias entre ambos documentos, así como diferencias entre las distintas comunidades autónomas, aspectos en los que no voy a entrar. La cuestión es que siendo fundamentales los aspectos relativos a los índices de escolarización, tasas entre profesorado y alumnado, inversión por alumno y otras cuestiones, la calidad obtenida en el producto final no parece ser la que debería corresponderse al contexto europeo donde nos encontramos y en relación a otros países, pues la competencia actualmente tiene carácter mundial.

Hace varios años que en la enseñanza superior se detectan lagunas de conocimiento básicas y notables que provienen de la inadecuada formación anterior. Aparte de las faltas de ortografía, lo peor es la incapacidad para comprender textos que son relativamente sencillos. Incluso para interpretar lo que se dice completamente al revés. Se observa que un número importante de estudiantes que acceden a la universidad con unos niveles determinados de calificaciones desconocen vocabulario básico, y se pone de manifiesto la falta de lectura durante todos los años de formación anteriores.

La escuela ha sido hasta fecha reciente el medio que ha permitido conocer, formarse, ascender socialmente a los hijos e hijas de las clases bajas. Sus familias, por su carencia de conocimientos, no habían podido transmitirles unas habilidades lingüísticas y comprensivas, así como unos modales y estilos de vida más aptos para ascender en la escala social, aunque en muchos casos sí unos valores sobre el esfuerzo y el logro de unas metas. Actualmente, si el sistema educativo no aporta a los niños y jóvenes de las clases medias bajas lo que las familias no tienen capacidad de aportar, quedan excluidos de ese 'capital cutural' que sí llevan consigo los hijos de familias de las clases altas y/o bien informadas, y los réditos no sólo se observan en el sistema educativo sino sobre todo a la hora de competir en el mercado laboral.

Ahora -y desde el temor en Europa a perder competitividad- se pone el énfasis en la formación técnica, y en el dominio de ciertas habilidades instrumentales y relacionales de cara a preparar profesionales de los que se entiende se precisan en la nueva economía. Ágiles, flexibles, capaces de reaccionar con rapidez y eficacia a las situaciones cambiantes, y por tanto adecuados para funcionar en las actuales organizaciones. Pero aunque se consiguieran al 100% esos objetivos, tal y como se está descuidando la adquisición de otras habilidades del intelecto adquiridas con otros conocimientos, no podrá decirse que tenemos un buen sistema educativo. Me refiero al conocimiento relativo a lo que siempre se aprendió en el bachillerato sobre historia, filosofía, literatura, lengua, que también necesitan esos futuros profesionales para ser capaces de pensar por sí mismos y ejercer la crítica inteligente -con conocimiento de causa- para evitar convertirse sólo en carne de mercado laboral.

Si sólo formamos empleados hábiles para las necesidades de la maquinaria económica actual (reconociendo que son necesarias esas habilidades también) no estamos educando en el sentido clásico, sino formando a los nuevos obreros de la economía informacional y global. Hace tiempo que siento grima cada vez que oigo a los políticos decir que estamos ante la generación más formada de la historia. Con niveles más altos de instrucción que nunca, sí. Más formada, permítanme que lo ponga en duda. Y quizá lo peor sea que diversos indicadores parecen señalar que tampoco son los más felices, más bien al contrario.

Y entiendo que el tipo y calidad de la educación es una cuestión importante a la que desde las políticas educativas se presta una atención insuficiente. El sistema educativo se ha entendido como el instrumento por excelencia para promover la igualdad social al extender el conocimiento por igual en todos los ciudadanos desde la niñez, sea cual sea su origen familiar. No sólo desaparecieron las trabas para que los niños de las clases bajas aprendieran, sino que asistir a la escuela hasta una edad es obligatorio por ley. Que la enseñanza con sus diversas especializaciones, como se requiere por la especialización creciente del conocimiento igual que del trabajo, sea accesible a todos y cada uno de los ciudadanos de un país ha sido un objetivo que se ha conseguido en las sociedades actuales más desarrolladas.

Ahora bien, si sólo se enseñan habilidades útiles para el trabajo que permitan funcionar más eficientemente a la mano de obra que precisa la maquinaria económica, estaremos -de hecho estamos ya- creando desde el propio sistema educativo (y especialmente desde la educación pública) una gran masa de empleados capaces de mover adecuada y eficientemente los engranajes de la gigantesca y mundial maquinaria económica, que nos convierte en trabajadores y consumidores de manera conjunta y continuada, al tiempo que en ciudadanos cada vez más desinteresados de la política, que dejamos en manos de 'los que saben'.

Al mismo tiempo, unos grupos minoritarios bien educados, dominando conocimientos diversos e idiomas, formados en diversas universidades de dentro y fuera de cada país, se convertirán en las élites que controlarán la nueva sociedad. En la actual sociedad informacional se perpetuará la polarización existente en las pasadas sociedades industriales, por un lado la masa de obreros preparados con unas habilidades instrumentales (en cada tipo de sociedad, las que la tecnología precisa) y por otro, los grupos dirigentes que sólo tendrán un grado o nivel más de instrucción, pero mejor educación. Quizá eso tenga que ser así, no lo sé, pero si no intentamos otra cosa al menos no nos llamemos progresistas, seguimos siendo conservadores del antiguo orden, pero ahora acríticos y muy satisfechos.

María Teresa Bazo