Formas del capitalismo madrileño

Es curioso constatar que, en Madrid, cuando ocurre algo muy gordo en el mundo de los negocios, todo los medios de comunicación hablan de ello e incluso los políticos dan su parecer. Sin embargo, en Catalunya, en circunstancias equivalentes, en general se mantiene un silencio sepulcral, casi de omertá siciliana, y prevalece el estanque dorado de aguas calmas y tranquilas a menudo fétidas. Lo comprobamos a mediados de julio pasado con la espectacular suspensión de pagos de Martinsa-Fadesa, primera inmobiliaria del país y, por volumen, el mayor desastre empresarial de la historia de España, lugar que hasta ahora ocupaba Ercros. El cataclismo fue de unas proporciones tan grandes que algunos analistas lo han comparado con la caída de Enron en EEUU. Marcaba definitivamente el estallido de una burbuja y dejaba una lista de damnificados.

El protagonista del desastre era Fernando Martín, que se inició en el sector de urbanismo de UCD en Valladolid, al igual que Florentino Pérez hizo lo propio en el mismo sector en Madrid, a quien Martín sucedió como presidente del Real Madrid y que duro solo 56 días en el cargo.

Eran los tiempos en que los palcos presidenciales de los clubs de fútbol servían de local de alterne con concejales y gerentes de urbanismo de las áreas metropolitanas, pero en el estadio Bernabéu ya habían dado el salto a una nueva dimensión. Allí se congregaba el poder fáctico del país representado por una buena parte de los 450 miembros de consejos de administración de las empresas del Ibex 35, que son las que aquí mandan de verdad por encima del Gobierno de turno, o de acuerdo con él. Y a Fernando Martín todo aquello le venía un poco grande. Propició sin éxito la fusión entre Colonial y Vallehermoso, y participó también en la de Sacyr y Vallehermoso que, esta sí, llegó a buen puerto mientras él adquiría un 6,29% de la nueva sociedad. No obstante, Martín no fue nunca aceptado como miembro del sanedrín de los mandamases. Era un advenedizo y, por lo tanto, un outsider ninguneado por los pesos pesados del club de fútbol: Del Rivero, Abelló o Fernández Tapias, Fefé, por ejemplo. Iba por libre y reclamó una plaza en el consejo de administración de la fusionada Sacyr-Vallehermoso, se negó a integrar su empresa en el nuevo conjunto y, sobre todo, se opuso en el 2004 a la operación de Sacyr para quedarse con el control del BBVA que contaba con la bendición y el apoyo de la Oficina Económica de La Moncloa (Sebastián y Taguas), pero que no logró desbancar al presidente del banco, Francisco González, designado por el innegable mérito de ser amigo del entonces presidente del Gobierno, José María Aznar.

La lista de damnificados por la operación fallida fue cruenta y a Abelló le costó la renuncia del puesto de consejero en el Santander. En buenas palabras, Botín le dio a entender que no puede formarse parte de los órganos de gobierno de un banco y, al mismo tiempo, maniobrar para apoderarse de una entidad financiera competidora. Efectivamente, en la Villa y Corte, el juego del poder es real y con las reglas éticas, estéticas y jurídicas sobre incompatibilidades no juegan. Se lo toman muy en serio. No como aquí, entre nosotros, que se toleran los conflictos de intereses o se presentan como normales actuaciones perfectamente discutibles. Verbigracia, que el presidente del Fomento del Trabajo Nacional, Joan Rosell haya sido, durante toda la batalla de la opa de Endesa, consejero de Gas Natural y a la vez de Endesa. Ya se sabe que el interesado, nunca mejor dicho, ha explicado que lo hizo con buena voluntad de hacer de puente entre los dos bandos situados en posiciones irreductibles y en hostilidades totales. Pero más allá de proclamas supuestamente angélicas o seráficas, lo cierto es que todo esto indica una escasa cultura de urbanidad llamémosle mercantil, de elegancia y autoexigencia.

Incluso en tiempos de la dictadura franquista, los que eran designados para cargos públicos se borraban de los consejos de administración y al publicarse las memorias aparecían con un asterisco que indicaba su cese temporal a fin de evitar la contaminación lucrativa y privada en las funciones públicas encomendadas. En algunos casos, y en EEUU, se aplica también siempre la saludable normativa de dejar la gestión del patrimonio personal en manos de profesionales independientes y a ciegas. Para evitar la tentación de la información privilegiada y el tráfico de influencias. Que evidentemente son delitos.

En fin, son reflexiones inspiradas por el triste final de Martinsa. Un final que se precipitó con la compra de Fadesa con créditos por valor de más de 4.000 millones de euros y el afán tan típico de este nuevo capitalismo madrileño --que, tras tanta pirotecnia ahora ha fallado-- de ser el primero del ranking europeo. Ahora, después de la eclosión fulminante caerá la lluvia radiactiva y alguien se habrá pillado los dedos, pero las cenizas que caerán sobre nuestras cabezas nos afectarán a todos y especialmente a los inocentes. Que ya se sabe que, en momentos de euforia, los especuladores saben privatizar los beneficios y que cuando vienen, por error, imprevisión o motivos peores aun, las vacas flacas saben también socializar las pérdidas a costa de los contribuyentes.

Francesc Sanuy, abogado.