¿Fracaso del islam político? (1)

Después del derrocamiento de la presidencia islamista de Mohamed Mursi por parte del estamento militar egipcio, los comentaristas se han apresurado a anunciar el final de la era islamista. Tales conclusiones precipitadas, sin embargo, no toman en consideración cuestiones de mayor calado como las siguientes: ¿estamos presenciando el principio del fin de los partidos de base religiosa o se trata del fracaso de los islamistas a la hora de gobernar con eficacia y con perspectiva integradora? ¿Hasta qué punto la primera experiencia en el poder de los Hermanos Musulmanes ha perjudicado al movimiento islamista en la región? ¿Qué lecciones cabe extraer del comportamiento y del ejercicio del poder de los islamistas durante su mandato? ¿Socava el derrocamiento del primer presidente democráticamente elegido (islamista) de la historia contemporánea de Egipto la transición democrática?

Para empezar, la corriente islamista mayoritaria, variedad Hermanos Musulmanes, ha sobrevivido a décadas de persecución, encarcelamiento y exilio por parte de regímenes autoritarios de liderazgo militar. Y lo más probable es que puedan capear el último golpe que ha barrido a Mursi. Pese a los esfuerzos coordinados de hombres fuertes de inclinación laica como el difunto presidente egipcio Gamal Abdel Naser para debilitar y aislar a sus rivales de orientación religiosa, el denso entramado de redes islamistas y la lealtad de grupo ( asabiya) les han permitido resistir el brutal ataque de las autoridades laicas e impulsar su organización.

En el curso de mis entrevistas con islamistas de base durante los últimos veinte años en Egipto y en otros lugares, se me ha hecho evidente que los activistas de orientación religiosa se nutren de una creencia en la victoria divina del movimiento y están dispuestos a soportar el sacrificio, las privaciones y la muerte para alcanzar tal deseado fin. Décadas de persecución que llevaron a los islamistas a la clandestinidad han dejado profundas heridas en el universo mental e imaginario de los islamistas. Por consiguiente, suelen considerar a la sociedad en sentido más amplio como intrínsecamente hostil a su causa. La expulsión de Mursi por parte de los militares reforzará esta mentalidad de padecer asedio así como el sentimiento de ser víctimas y objeto de injusticia entre los Hermanos Musulmanes y sus partidarios.

Si atendemos a la historia como guía, los líderes islamistas antepondrán a corto y a medio plazo la unidad y la solidaridad de las organizaciones al juicio crítico sobre su actuación en el gobierno y a la extracción de las correspondientes lecciones asimismo críticas. Esconderán la cabeza en la arena y acusarán al mundo de confabularse contra ellos. Los Hermanos Musulmanes ya han empezado a movilizar a miles de seguidores, tarea facilitada por una profunda convicción de que los islamistas defienden la legitimidad constitucional contra un “golpe fascista” a cargo de los militares. Los Hermanos Musulmanes, uno de los movimientos más potentes de la región en el plano social y político, pueden apoyarse en sus bases, que representan entre el 20% y el 30% del electorado, para seguir siendo una fuerza con la que hay que contar tanto en las urnas como en las calles.

Aunque los islamistas seguirán siendo efectivamente protagonistas clave en los países más afectados por las revueltas populares árabes a gran escala y por los problemas propios de Oriente Medio en sentido más amplio, su marca de fábrica ha salido perjudicada. Como ha dicho el número dos de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Habib, la Hermandad no sólo ha perdido la presidencia, sino su argumento y defensa moral, su reivindicación de hallarse por encima de la lucha política y de saber lo que supone solucionar los desafíos económicos e institucionales del país. El año largo de experiencia de gobierno de los islamistas reveló un déficit de conceptos e ideas, una escasez de programas políticos y una vena autoritaria que recuerda a sus homólogos de inclinación laica. El islam político ha fracasado al nivel de la teoría y de la práctica. A ojos de un sector crítico de la clase media y baja que han querido atraer los islamistas tras la eliminación política del presidente Hosni Mubarak, Mursi y los Hermanos Musulmanes no han estado a la altura de las expectativas ni del desarrollo de sus funciones.

Al cabo de más de un año de su acceso al poder, la mala gestión de la economía por parte de los islamistas puso en evidencia su pretensión de ser administradores expertos y de estar mejor preparados que sus predecesores laicos y de corte autoritario a la hora de prestar ayudas, servicios sociales y puestos de trabajo. Han demostrado ser tan incompetentes, faltos de ideas originales y de preparación gestora y administrativa como aquellos a quienes han sustituido.

Lejos de mejorar la economía, su confuso estilo de gobierno ha exacerbado de hecho la crisis estructural y ha ocasionado más penurias a la población pobre del país y a su menguante clase media. En el primer aniversario de la presidencia de Mursi, millones de manifestantes, parte de los cuales había votado a favor de los Hermanos Musulmanes, llenaron las calles y pidieron su dimisión. Mursi se había distanciado no sólo de la oposición de tendencia progresista sino que también había incomodado a millones de egipcios por su mala gestión económica. Los Hermanos Musulmanes y otros islamistas cometieron un error catastrófico al no desarrollar un repertorio de ideas de gobierno, sobre todo en materia de economía política. En la última década, cuando yo mismo (y otros) presionábamos a los islamistas para que definieran sus programas de política económica, replicaban que era una cuestión llena de implicaciones, concebida para exponerles a la crítica pública; decían que darían a conocer sus programas cuando se les permitiera participar en el proceso político. El movimiento islamista adolece de escasez de ideas originales. Es un cuerpo enorme con un cerebro pequeño.

Fawaz A. Gerges, director del Centro de Oriente Medio en la London School of Economics

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