Fracaso en Afganistán

Por Ahmed Rashid, escritor paquistaní y autor de Talibán y de Yihad: el auge del islamismo en Asia Central (EL MUNDO, 09/09/06):

Los británicos muertos yacen dispuestos en filas rectas, a la sombra de unos árboles bajos de ramaje retorcido que los protegen del feroz sol del verano. Sus lápidas han sido arrancadas del suelo y ahora permanecen colocadas contra un muro encalado, a fin de conservarlas. Éste es el cementerio del Imperio británico en Kabul, donde están enterrados sus soldados que lucharon contra los afganos en tres guerras, desde finales del siglo XIX hasta principios del XX.

Las tumbas son testigos de victorias, pero también de importantes derrotas y de desastres. Ahora las paredes se están llenando de placas colocadas recientemente en memoria de soldados de España, Alemania, Lituania y otros países europeos: los soldados de la Fuerza de Asistencia a la Seguridad en Kabul, y ahora de la OTAN, que han muerto en su intento de establecer la seguridad en esta tierra aquejada de problemas.

Bajo los auspicios de la OTAN, las tropas británicas han vuelto a Afganistán, con unos 4.300 efectivos que luchan contra la renaciente insurgencia de los talibán en la provincia meridional de Helmand. Diez soldados británicos han perecido en los últimos dos meses. También han caído militares estadounidenses, canadienses, italianos y españoles en las últimas semanas. Cinco años después del 11-S, las tropas occidentales podrían estar a punto de sufrir otra derrota en Afganistán, y los afganos también podrían encontrarse ante otro prolongado desastre. Posiblemente será necesario emplear una serie interminable de placas en el cementerio.

Un lustro después de que el presidente Bush y los líderes mundiales prometieran solemnemente no volver a abandonar a Afganistán y reconstruir el país como un bastión de la democracia y la modernidad en el centro del mundo musulmán, las promesas han quedado incumplidas y olvidadas.

Una fuerza de 10.000 efectivos británicos, canadienses y estadounidenses combate a los talibán, que ahora prácticamente controlan cinco provincias del sur del país. Este año han muerto a manos de los talibán más de 2.000 afganos, la mayoría civiles y profesionales, como maestros y cooperantes. En las abarrotadas ciudades hay pocos empleos y servicios para los millones de refugiados que han vuelto al país y un gran número de jóvenes impacientes, parte importante de una población en la que el 45% tiene menos de 18 años.

En mayo, tras un accidente de tráfico, una multitud amotinada se lanzó a las calles de Kabul, prendió fuego las oficinas de las agencias de ayuda humanitaria y estuvo a punto de asaltar el palacio del presidente Hamid Karzai de no haber sido repelida por los soldados. Aquel día, 20 personas resultaron muertas.

Todo lo que ha sucedido desde el 11-S -la guerra de Irak, la crisis con Irán, la situación en Oriente Próximo-, ha consumido dinero, recursos, atención y tropas occidentales que habrían sido empleados en Afganistán. Sin un liderazgo adecuado de Estados Unidos, el resto del mundo también ha dejado de prestar atención a este país.

Sin embargo, la región de la frontera entre Afganistán y Pakistán sigue siendo el centro ideológico del yihadismo internacional. Al Qaeda vive y prospera en esa zona, y al igual que la bestia de la película Alien, constantemente engendra nuevos grupos en todo el mundo. El fundamentalismo islámico está aumentando, creando una amenaza para Afganistán, Pakistán y toda Asia Central.

Para ganar la guerra contra el terrorismo, las fuerzas de EEUU deben proporcionar seguridad a los afganos y ayudar a las agencias de ayuda humanitaria a reconstruir el país. Sin embargo, la presencia militar estadounidense ha sido escasa y ha estado demasiado obsesionada con la captura de Osama bin Laden. Durante los primeros tres años tras la guerra de 2001, el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld, que nunca ha estado muy interesado en Afganistán, no permitió que las tropas de pacificación europeas se desplegaran en otras ciudades.

La falta de atención de Washington ha permitido a su astuto aliado, el presidente paquistaní Pervez Musharraf, hacer un doble juego al prometer apoyo en la guerra contra el terrorismo al tiempo que permitía que los talibán se extendieran en la región fronteriza a fin de mantener la presión sobre Karzai.

Sólo ahora -cinco años tarde-, se han desplegado las fuerzas occidentales bajo el mando de la OTAN en el feudo de los talibán, en el sur del país. Desde su derrota en 2001, los talibán han tenido libertad para reorganizarse, llenar el vacío político y militar, y aprovecharse lentamente de la frustración del pueblo por la falta de obras de reconstrucción.

El error más crítico de la comunidad internacional ha sido su incapacidad de reconstruir con suficiente rapidez las infraestructuras destruidas del país. Las carreteras, el suministro eléctrico, las viviendas y el agua era lo esencial. No obstante, cinco años más tarde, sólo una sección de la importante carretera que circunvala el país ha sido reparada.

Según el Programa de Desarrollo de la ONU, sólo el 23% de los afganos tiene acceso a agua potable. Los grandes sistemas de canales y presas, construidas en los años 60 para el regadío de terrenos, aún siguen sin repararse. La escasez de sistemas de suministro de agua y la total falta de inversiones en la agricultura ha dado lugar a una eclosión del cultivo de la adormidera, que requiere poca agua. Afganistán es el principal proveedor de heroína del mundo, un derivado de la semilla de la adormidera.

Sólo el 10% de los afganos obtienen servicio de suministro eléctrico. Apenas un tercio de los tres millones de habitantes de la capital dispone de electricidad, y sólo durante unas cuantas horas cada tres días.

La situación de escasez está empeorando. El Gobierno adquirió enormes generadores de diésel para cubrir las necesidades energéticas de Kabul y obtuvo un subsidio de 70 millones de dólares de la Agencia Internacional para el Desarrollo de EEUU (USAID, en sus siglas en inglés) para comprar combustible. Sin dar explicaciones, la USAID ha reducido el subsidio a 20 millones de dólares. Como consecuencia, el invierno será más duro aún sin calefacción ni luz. Y sin electricidad es imposible la reconstrucción.

Karzai y sus ministros han proporcionado muy poco liderazgo y visión de futuro. Muchos de ellos se han visto atrapados en una red de enfrentamientos internos, corrupción y tráfico de drogas. El presidente, frustrado, ha recurrido a las tradicionales formas de gobierno de Afganistán, pactando con los señores de la guerra y sus milicias, y renunciando a la agenda de modernización establecida en 2001.

En los últimos seis meses se ha producido un circulo vicioso en Kabul, en el que la comunidad internacional y los líderes afganos se han culpado los unos a los otros por los fracasos y por el resurgimiento de los talibán. Una señal esperanzadora ha sido la creación del Grupo Conjunto de Políticas para la Seguridad y el Desarrollo, que incluye a todos los embajadores y generales de los principales países occidentales y a Karzai y sus responsables de seguridad.

Este grupo debe establecer una estrategia común, asignar suficientes recursos a dicha estrategia y restaurar la credibilidad del Ejecutivo y de la comunidad internacional incluso mientras sigue combatiendo a los talibán. Estados Unidos y sus aliados occidentales están en este momento intentando ponerse al día en Afganistán, para corregir los efectos de la negligencia y los errores de los últimos cinco años. No hay margen para la complacencia, incluso a pesar de que muchos afganos se pregunten si el esfuerzo no es muy pequeño y llega demasiado tarde.