Fraga y la coherencia

Han pasado unos días desde la muerte de Manuel Fraga y, lógicamente, la discusión sobre su trayectoria pública ha ido quedando atrás. Podríamos resumir afirmando que han conseguido condicionar el debate las voces que buscaban condenar al franquista que fue Fraga y aquellas que elogiaban floridamente la contribución de don Manuel a la democracia. Como otras veces, los intentos de introducir matices y de ir más allá han quedado en segundo plano, prácticamente inaudibles. Las posiciones de blanco o negro y la superficialidad suelen revelarse imbatibles cuando determinados asuntos irrumpen en la actualidad. Es una lástima.

Manuel Fraga fue franquista y estaba en el Gobierno cuando se dictaban sentencias de muerte y se perseguía duramente a los que no comulgaban con el régimen. Igualmente, es cierto que el expresidente de Galicia jugó un papel valioso y constructivo en los delicadísimos momentos de la transición a la democracia y, después, como dirigente de la derecha española. Pero no es aceptable, me parece, como han hecho muchos estos días, coger la parte, sea la parte peor o la mejor de la larga biografía de Fraga, para confundirla con el todo y construir un discurso sesgado y con pretensiones moralizadoras. Un discurso que no tiene como meta la aproximación a la realidad histórica y a su sentido, sino, sencillamente, fabricar combustible para impulsar unas determinadas posiciones ideológicas, por otro lado legítimas. Mientras unos reprochaban a Fraga no haber pedido nunca perdón por su participación en la dictadura, otros replicaban que Santiago Carrillo -otro héroe de la retirada como él, si empleamos la expresión de Javier Cercas- tampoco lo había hecho por Paracuellos o por obedecer ciegamente las órdenes de Moscú.

Del tira y afloja sobre Fraga y su pasado lo que no quisiera dejar de comentar, sin embargo, es el uso intensivo que estos días se ha hecho de la idea de coherencia. En ello han coincidido tanto los enemigos como los admiradores. Para unos y otros, Fraga fue coherente. Para los primeros, porque en el fondo nunca dejó de ser un franquista. Para los segundos, porque siempre aspiró a un país democrático, por el que habría trabajado calladamente desde el interior del régimen dictatorial. La apelación a la coherencia es uno de los recursos más usados cuando de lo que se trata es de escribir el obituario o evaluar a alguien, sea quien sea. El término se visita y revisita constantemente, hasta el agotamiento y la banalización.

Si consultamos los diccionarios, nos daremos cuenta de que la coherencia se da cuando una acción presenta una continuidad lógica con las acciones precedentes, es decir, con el pasado. Si decimos que no nos gustan las cerezas y, un minuto después, o cinco días, nos tragamos un puñado, estamos siendo incoherentes. Pero, además de lo dicho y hecho, la coherencia puede tener como referentes los principios, es decir, las normas o reglas que guían las acciones y los comportamientos de las personas. Por eso, términos como ética o valores -u otros similares- chispean al abordarse el asunto de la coherencia. Si cogemos esta acepción más profunda de coherencia, que es a la que se alude muy a menudo al hablar de Fraga, nos adentramos irremediablemente en el terreno de los valores y, por lo tanto, del alma humana, dicho sea en su sentido laico. ¿Cuáles eran realmente los valores de Manuel Fraga?

¿Los que le endilgan sus enemigos? ¿Los que le atribuyen los admiradores? ¿Los que proclamó en un momento o en otro de su vida? ¿O sospechamos que los ocultó y simuló o se los guardó para él? Es difícil decirlo. ¿Quién puede conocer el alma humana?

Fíjense que al hablar de principios o valores estamos asumiendo, implícitamente, que en el individuo estos son permanentes, inmutables a lo largo de su vida. Y este es un grave error. Los principios y los valores de la gente, su manera de ver el mundo, cambian a partir de la experiencia. Se transforman poco, bastante o mucho. Y es positivo que sea así, son los militantes del sectarismo y los que sufren desórdenes psicológicos los que permanecen totalmente insensibles a la realidad, ajenos a la experiencia surgida de la relación con el entorno. Nuestros principios y valores son modelados por el enriquecimiento que proporciona nuestro itinerario vital.

¿Dónde se halla la coherencia, entonces? Como decía, la más auténtica, seguramente encerrada en el interior de cada hombre o mujer. Pero suponiendo que conozcamos los principios de un individuo, la coherencia la tendríamos que constatar, al menos desde mi punto de vista, en la correspondencia entre estos principios y sus acciones, considerando que, cuando cambian los principios -y lo normal es que lo hagan-, no solo pueden, sino que también deben, cambiar los comportamientos, tanto en el ámbito público como en los demás ámbitos.

La coherencia no tendría carácter estático, sino evolutivo y sincrónico, toda vez que iría adoptando formas distintas. Quizá habría que hablar, pues, de coherencias, de correspondencias entre principios y actuaciones que el tiempo va modelando.

Por Marçal Sintes, periodista.

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