Fragata Navarra: tres milagros

Hay vivencias inolvidables. En estas fiestas de Navidad, los Reyes Magos nos han dejado en la fragata Navarra uno de los más bellos recuerdos en nuestra vida militar: el nacimiento de un bebé a bordo. Sean estas líneas un homenaje a mis compañeros y a nuestra Patria, porque también en Navidad los militares del pueblo somos y al pueblo servimos bajo nuestra bandera de España.

Tres milagros en nuestra Fragata Navarra que empiezan cuando en lugar de una alegre cabalgata se nos aproxima un temporal con tornados de agua como gigantescas peonzas, bailando sobre la mar encrespada mientras el helicóptero localizaba dos destartaladas barcazas llenas de inmigrantes, a la deriva como juguetes rotos por las hijas de Neptuno. Aterriza el helicóptero y el comandante da la orden: rugen las turbinas, machetea la proa al maretón, avanzamos a veintiocho nudos y, rompiendo azules olas de blanca espuma, navegamos veloces para salvar a quienes los traficantes de personas condenaron a muerte en el mar.

Controlada la posición de una de las dos embarcaciones, al mando de los jóvenes alféreces de navío se alistan las lanchas con los patrones, intérprete, nadadores, enfermero e infantes de Marina. El puente comunica las decisiones del comandante y a su voz el segundo organiza la operación. Arrecian las olas y quien tiene fe se encomienda al Señor de la Calma y de la Tempestad. Porque si es complicado un salvamento con buenas condiciones climatológicas, ahora la mar de fondo, el vendaval, las trombas de lluvia y el oleaje tornan heroico el rescate: la naturaleza contra el hombre, la mar contra el marino, la muerte contra la vida.

Balanceándose el barco por ambas bandas, arriamos las lanchas sin que se golpeen contra el casco. Tras una maniobra que requiere óptima destreza y coordinación, arrancan motores, se largan los cabos al tocar el agua y, en el negro horizonte, sus luces de posición son engullidas por la tormenta. No es todavía el ocaso, y aún el oleaje no impide el uso de las zodiacs. Llueve y empapados atendemos en el alerón las novedades por radio de los compañeros. Si en la distancia sobrecoge el drama de los inmigrantes, en su cercanía estremece el corazón contemplarlos acurrucados y ateridos en un charco de combustible y agua, flotando hacia una muerte segura. Mas la voluntad es la que forja el cumplimiento del deber militar y, arrostrando el peligro, se trabaja con serenidad y firme eficacia. Desde las semihundidas barcazas pasan mujeres y niños, y después los hombres, a nuestras rhibs. Tarea difícil. En más de una ocasión los nadadores arrancan de las garras de las sirenas a algún náufrago. Fatum eterno de vida y muerte, pero regalo de la Navidad. Hoy toca vivir.

Se intuye el atardecer, el cielo descarga el diluvio, el viento no amaina y la mar de fondo complica el paso de los rescatados a nuestro buque. Al acabar, ¡todos salvados! Empero, una sombra empaña nuestra alegría cuando el toque de oración anuncia el ocaso. Incluso los ateos rezan por los náufragos en el infinito mar, hasta que, primer milagro, con júbilo avistamos la balsa.

La dotación no descansa. Obscurece y el crecido oleaje obliga a recuperar la escala real. Llegan más niños y mujeres con las zodiacs, dando peligrosos cabeceos. Con los inmigrantes se abarloa esta segunda barcaza junto a la fragata, el puente protege las rhibs con la vela del buque, y se evita caer demasiado a estribor y babor para que mujeres y hombres trepen por la escala del práctico. Pero los golpes de mar, el frío, la noche y el ruido siniestro de las olas impiden que los niños suban. Y con prudencia y decisión un marinero, enganchado a un arnés, con el pescante es descolgado por nuestros compañeros para cargar cada niño a bordo. Aunque la situación está controlada, el más duro de los presentes siente un nudo en la garganta cuando una dentellada de la enfurecida mar atenaza al compañero con un bebé aferrado en sus brazos. Unos segundos de tensión, se tira del arnés y, segundo milagro, entra por la escotilla nuestro marinero con el niño a salvo en su regazo. Casi hay que arrancárselo a este héroe, a quien en casa le espera su hijo recién nacido, que hasta hundiéndose en las aguas custodió su precioso tesoro. Se recupera, tose algo de agua y regresa al vacío hasta salvar a los veinticuatro niños.

Y tercer milagro: al alba un llanto rompe desde enfermería el silencio. Regalo de los Reyes Magos: nace en nuestra fragata «Navarra» una niña que, como me dice un veterano marinero, se podría llamar María del Mar. Porque esta Navidad, tres milagros, a militares y náufragos, nuestra patrona, la Virgen María, nos salvó del mar.

Alberto Gatón Lasheras, capellán de la Fragata Navarra.

3 comentarios


  1. Es de lo mas humano, cariñoso, y mejor escr ito que lei a lo largo de mis años que ya son unos "pocos" Pater le pongo un DIEZ con mayuscula se lo merece
    Un fuerte abrazo y Feliz Año
    Pedro Duran Florit

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  2. Enhorabuena al Capitán y tripulación de la Fragata Navarra.
    Me viene a la cabeza, leyendo este emocionante relato, lo siguiente:
    ¿Qué dirán los que pretenden la independencia de Navarra unida a las provincias vascas y los que pretenden la independencia de Cataluña? ¿Piensan que, en su día, dispondrán de fragatas de "no se qué nuevos países" que puedan realizar un salvamento como el relatado? ¿No creen que "La unión hace la fuerza"? ¿No se sienten orgullosos de que La Armada Española realice misiones como ésta?
    VIVA ESPAÑA

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  3. Mi reconocimiento a toda la tripulación de la Navarra y mi felicitación a su capellán por su emocionante y bien descrito episodio que nos enorgullece a casi todos los españoles. Yo pediría a nuestras autoridades que la madre, la hija y su familia pueden vivir y crecer en nuestro país, mientra ellos lo necesiten y quieran, concediendo la nacionalidad si fuera necesario.

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