Francia: ¿qué hacer? (y 2)

Por Walter Laqueur, director del Instituto de Estudios Estratégicos de Washington. Traducción: José María Puig de la Bellacasa” (LA VANGUARDIA, 14/11/05):

Cuando las cosas van mal siempre es positivo leer un libro de talante optimista… El libro de la profesora Jytte Klausen, The islamic challenge. Politics and religion in Western Europe (Oxfortd University Press, 2005), es uno de esos libros; acaba de ser publicado en Londres y aparecerá próximamente en EE.UU. La profesora Klausen ha entrevistado a la elite musulmana en Europa; a trescientos médicos, ingenieros, parlamentarios, abogados, empresarios, líderes comunitarios y otras personas de similar condición e influencia en el norte y oeste de Europa (no en Italia ni en España), y es del criterio de que, con un poco de buena voluntad por ambas partes (aunque sobre todo de parte de los europeos), todo irá bien. Los líderes musulmanes en Europa han suscrito la causa del liberalismo y, en sentido amplio, de los derechos humanos. La tesis de Huntington sobre el choque de civilizaciones es absurda. Los musulmanes europeos desean integrarse o en todo caso tienden hacia un euroislamismo, que esta profesora asocia de alguna manera al eurocomunismo, una forma evolucionada de socialismo, algo así como un estadio a medio camino en dirección al capitalismo. La mayoría de ellos optan por la laicidad, y hacia tal tesitura se verán secundados por sus respectivas comunidades. El terrorismo no es la principal de sus preocupaciones: los principales motivos de inquietud de los musulmanes tienen que ver con cosas como por ejemplo dónde comprar carne sacrificada según su manera tradicional (halal). Si los europeos son un poco menos xenófobos, todo irá bien.

Si ello fuera realmente así, las ciudades francesas no deberían haber ardido, pero lamentablemente ha sucedido lo contrario. Manifiestamente, el mensaje de la elite musulmana no ha alcanzado el núcleo de la gente joven; acaso, más probablemente, lo que pasa es que nunca les ha importado menos lo que pueda pensar gente como abogados y empresarios… Como dijo el padre de un joven alborotador en un barrio periférico de París, cuando le rogué a mi hijo que no se uniera a los revoltosos, me amenazó con un cuchillo”. Resulta patente que la lista de gente entrevistada por la profesora Klausen es algo incompleta; debería haber entrevistado también a los jefes de bandas que ahora parecen figurar también en las filas de las elites, evidentemente tan influyentes por lo menos como los abogados, los ingenieros e incluso los imanes. Y como no cabe esperar a que las predicciones de la profesora Klausen se hagan un día realidad, surge con fuerza la pregunta de qué hacer mientras tanto con respecto a estas revueltas.

Si estos disturbios hubieran estallado por ejemplo en China o en Marruecos -o, de hecho, en la mayoría de países fuera de Europa-, el Gobierno habría empleado de inmediato mano muy dura contra los alborotadores, posiblemente se habría producido una matanza y el orden se habría restablecido en 24 horas. Pero en un país democrático europeo la solución plaza de Tiananmen (sugerida por algunos chinos) es inadmisible a menos que la situación hubiera empeorado mucho más. Algunos han propuesto un mecanismo de recambio, un tanto in extremis, consistente en que a los jóvenes oprimidos, explotados, tratados sin respeto o marginados se les faciliten recursos para regresar -inexcusablemente- a sus países de origen.

Sin embargo, todo esto son fantasías de mentes sulfuradas; el enfoque que resta y permanece es la llamada discriminación positiva. O, en términos más sencillos, la opción de apaciguar y aplacar a los descontentos… Tal alternativa no puede significar la exculpación automática de los acusados de homicidios y algaradas ni tampoco la introducción y aplicación de la charia en Europa, pero sí entraña que los inmigrantes reciban trato preferente sobre la población local en cuestiones como la vivienda y el empleo. Y, sobre todo, que los jóvenes reciban incentivos suplementarios en enseñanza y formación de modo que se reduzca la proporción de fracaso escolar y educativo o abandono de los estudios. Lo propio puede decirse del mercado laboral. Es posible, ciertamente, que esta política no funcione ya que un puesto de trabajo ofrecido por el Gobierno puede representar un escaso atractivo a ojos de quienes viven de la economía sumergida (el narcotráfico, por ejemplo). Sin embargo, caben posibilidades de que se abra paso una cierta vía de normalización de modo que la próxima generación sea menos problemática y llegue el día en que la mencionada discriminación positiva sea innecesaria y superflua. Todo ello entraña asimismo que debería evitarse el lenguaje incendiario. Marx y Engels podían escribir en su tiempo sobre el lumpemproletariado (desecho social) sin verse por ello acusados de ser políticamente incorrectos. Actualmente ya no es posible.

Este tipo de política sulfurará a mucha gente y suscitará, indudablemente, una reacción social y política. Además, tampoco es seguro que funcione. Sin embargo, es el precio que hay que pagar por la inmigración incontrolada del pasado, por disfrutar de un razonable y pacífico modo de vida en las capitales europeas, por el declive demográfico europeo. Para que el Estado de bienestar siga adelante, la población europea ha de reproducirse, cosa que no hace… lo que significa que la inmigración será necesaria para aumentar la mano de obra europea. ¿De dónde vendrán? Tal vez debería hacerse un mayor esfuerzo para atraer inmigrantes del Sudeste Asiático.

Si alguien tiene mejores sugerencias para solucionar la crisis actual -que es, asimismo, una crisis permanente-, debería darlas a conocer.

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