Francia, de Libia a Mali

¿Ha supuesto la operación militar francesa en Mali un giro en el mandato de François Hollande? El éxito que parece mostrar la operación en curso ¿es definitivo y beneficiará políticamente al presidente francés?

Los sondeos a la baja a raíz de su elección como presidente señalan un ligero sobresalto. La intervención ha contado con la aprobación de más de dos tercios de los franceses, una cifra superior al respaldo concedido a la intervención en Libia en el 2011 o a la guerra de Kosovo en 1999. No obstante, hay que ser realista; las elecciones presidenciales se celebran en algo más de cuatro años y es indudable que François Hollande será juzgado por los electores en el terreno económico y social.

No puede negarse, de todos modos, que esta operación en Mali refuerza su posición y la de Francia a nivel internacional.

Se le ha reprochado su grado de improvisación. El hecho es que la operación no estaba prevista en la medida en que implicaba el envío de instructores y otros militares europeos para formar a las fuerzas armadas malienses de la actualidad a fin de año. El empuje de los yihadistas ha sido el factor que ha conducido a una operación militar precipitada. Pero Hollande, al que se reprochaba su indecisión y lentitud, ha dado pruebas de firmeza y liderazgo. La operación era arriesgada y ha triunfado: sin ella, los yihadistas se habrían apoderado de Bamako. Algunas opiniones aluden al peligro de crear un Afganistán en África occidental. Pero eso es lo que habría sucedido a falta de una intervención. Si los yihadistas hubieran tomado el control de Bamako y del conjunto de Mali, habría sido mucho más difícil expulsarles.

A diferencia de la intervención en Libia, la operación en Mali cuenta con un apoyo internacional notable. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas ha votado en dos ocasiones a favor del despliegue de fuerzas en este país. Rusia, y en menor medida China, que bloquean la votación sobre una intervención en Siria, se han expresado de forma positiva sobre la cuestión de Mali. El argumento válido en este caso se basa, sencillamente, en la defensa de la integridad territorial y la soberanía, principio sacrosanto en Moscú. Desde el golpe de Estado militar del pasado mes de marzo y su fracaso, no han podido celebrarse elecciones; el presidente interino ha pedido la intervención de Francia. Por otra parte, la alegría con que los soldados franceses y posteriormente el 2 de febrero el presidente François Hollande fueron recibidos por la población maliense deja pocas dudas sobre el apoyo prestado a la operación. Una operación, asimismo, apoyada por los vecinos africanos de Mali por temor a un contagio de la desestabilización. Por último, y sobre todo, Argelia, que ha dudado mucho tiempo en aceptar una intervención en sus áreas fronterizas por miedo a sufrir las consecuencias negativas en su territorio y por motivos de principio, la ha aceptado y apoyado. Argel ha comprendido que el arraigo de un quiste yihadista en sus fronteras no correspondía a sus intereses.

Si por una parte las tropas africanas refuerzan a los soldados franceses, por otra parte Europa se contenta de momento con un apoyo que no incluye la participación como tal. Más que ser problemático en el plano militar, resulta mucho más impropio en el plano político. Europa, una vez más, muestra las limitaciones de su discurso sobre la política europea de seguridad común.

Las localidades que desde hacía meses se hallaban bajo la férula de los yihadistas han sido liberadas para alborozo de la población civil aterrorizada y maltratada. Los yihadistas se han refugiado en las zonas montañosas de las que será más difícil echarles. Hay que evitar a toda costa que recuperen el control de las localidades del norte de Mali. Ello implica el mantenimiento de una presencia militar francesa en suelo africano hasta que el ejército maliense pueda ser operativo.

Es menester, sobre todo, que a este éxito militar le siga un éxito político. Es lo que ha de diferenciar la intervención libia de la de Mali. En Libia no se previó “el día después” al derrocar a Gadafi. La caída del tirano, por afortunada que fuera, no ha desembocado en una estabilización del país sino que, más bien, ha conducido a su desestabilización y a la de Mali. En Mali, los franceses piensan en el día después. Esta victoria militar sería estéril si no fuera seguida de una solución política. Si se quiere evitar que vuelvan los yihadistas, hay que formar necesariamente un ejército maliense pero, sobre todo, arbitrar una solución política de la cuestión tuareg. Hay que evitar que actos de venganza por parte del ejército maliense provoquen un rechazo de las tropas liberadoras, que, como en otras áreas, se convertirían en tropas de ocupación.

Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.

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