Francia «es Charlie»: ¿por cuánto tiempo?

"Somos Charlie". Este es el mensaje de unidad que se oía el domingo, 11 de enero en París, en la place de la République. Después de la operación que ha permitido neutralizar a los responsables de los ataques terroristas (el 7 de enero en la sede de Charlie Hebdo y el 8 de enero en Montrouge), ciudadanos franceses, líderes políticos (con la excepción del Frente Nacional) y hasta cincuenta jefes de Estado y de Gobierno – han participado en la masiva marcha republicana convocada en París y en toda Francia para honrar la muerte de las víctimas, y para promover un mensaje de unidad nacional ante el peligro que acecha Francia. Mientras la investigación aún sigue su curso, el mensaje de unidad empieza a resquebrajarse en favor de agendas políticas particulares y del debate público marcado por los entresijos de esta carnicería. Así las cosas, ¿por cuánto tiempo Francia seguirá siendo Charlie?

Si el año 2014 terminaba con la idea del “Suicidio Francés” (Le Suicide français), el título y tema de un libro del ensayista y periodista Eric Zemmour, 2015 se inició con el ataque más mortífero acaecido en suelo francés durante más de un siglo y medio. Como respuesta, casi 4 millones y medio de personas se manifestaron en las calles francesas el domingo, 11 de enero: Efectivamente, fue la movilización más grande sucedida en Francia desde la Liberación. ¿Podríamos considerarlo una “reacción francesa” al llamado “suicidio francés”? Como en cualquier acontecimiento trágico de este tipo, la emoción se apodera del debate acerca de qué responsabilidades deben ser depuradas y qué lecciones deben ser aprendidas.

En primer lugar, hechos como éste golpean a la opinión pública por la fuerte carga simbólica que acarrean. De entrada, por el lado de las víctimas: Charlie Hebdo, un semanario satírico que ganó en popularidad sobre todo a partir de febrero de 2006 por sus caricaturas del profeta Mahoma. Las fuertes controversias y reacciones a veces muy violentas que suscitaron (un incendio provocado el 2 de noviembre 2011) les habían conferido una especie de símbolo de la libertad de expresión. Después, el asesinato de un oficial de policía en Montrouge, símbolo del Estado francés. Y por último, los ciudadanos franceses de confesión judía retenidos en un supermercado kosher en el centro de París. Cuatro de ellos fueron asesinados.

El peso de la carga simbólica proviene igualmente de lo que representan los autores materiales del ataque y las organizaciones a las cuales ellos reivindican: dos hermanos - Saïd y Chérif Kouachi – así como Ahmedy Coulibaly. Que lleven apellidos de origen africano no impide que sean, a todos los efectos, franceses. Sus puntos en común, más allá de la extrema violencia con la que actuaron todos ellos, residen no sólo en esta Francia que representan -una Francia plural y, se quiera o no, multicultural y multiconfesional- sino también en la religión que dicen profesar y a la cual pertenecen casi 6 millones de franceses: el Islam.

Por último, los referentes utilizados: los primeros dijeron actuar en nombre de Al Qaeda en Yemen, y el último pretendía haber recibido órdenes del emir Abu Bakr al-Baghdadi. Partiendo del uso de estos símbolos, que colocan a Francia ante una amenaza terrorista que emana directamente del Hexágono, es fácil poder imaginar los debates a los que se enfrentará –y ya se enfrenta- el público francés en los próximos meses.

Radicalización y auto-radicalización. En cuanto a las responsabilidades directas, el proceso de radicalización y/o de auto-radicalización que los responsables de estos asesinatos habrían experimentado forma parte ya de los elementos de análisis y de explicación de este complejo fenómeno. En este sentido, parece que el paso por prisión de estos tres individuos ha desempeñado un cierto papel en todo ello. Estos procesos que, ante todo, son individuales y dejan su traza en las trayectorias personales, no puede ser combatido a través de medidas generales. En este caso, los resultados de las investigaciones en curso sin duda revelarán los detalles detrás de estas tres trayectorias cuyo grado de violencia es el denominador común.

Servicios de inteligencia. Considerados entre los más eficientes en la lucha antiterrorista, los servicios de inteligencia franceses han sido acusados de haber fallado en la prevención del ataque, a pesar de que todo el mundo coincide en que el "riesgo cero" no existe. Si los hermanos Kouachi tenían responsabilidades penales y se les creía bajo vigilancia, ahora parece que este seguimiento cesó a partir de verano del 2014 por falta de indicios. En los últimos tiempos se alzan voces que acusan de incompetencia a los servicios de inteligencia; acusaciones que sus representantes achacan a una supuesta falta de recursos. Otras voces apuntan hacia una supuesta miopía sufrida por los servicios de inteligencia ya que se trataba de lo que podríamos considerar “antigua generación yihadista” y no una "nueva". Asimismo, otros visiones señalan, a la luz de los hechos, la relación existente entre el fin de la vigilancia de los hermanos Kouachi, el bombardeo mediático acerca del Estado Islámico y la cuestión espinosa del retorno de los yihadistas franceses de Siria e Irak. ¿Podría ser que la presión política y mediática focalizada, en los últimos tiempos, hacia el Estado Islámico hubiera provocado que los servicios de inteligencia cesaran en su vigilancia a los hermanos Kouachi? ¿O fue más bien debido a una falta manifiesta de evidencias sobre la posibilidad que éstos estuviesen planeando un ataque? Esta es una de las cuestiones centrales sobre las que los servicios afectados deberán responder ante los franceses.

Esta otra Francia. Nos llegan acusaciones aún más duras y más polémicas: las relativas a la identidad o supuesta pertenencia de los terroristas. Representan ante todo y sobre todo, los errores del modelo de integración francés. ¿O es que tenemos que recordar que estos individuos nacieron en Francia, se formaron en escuelas francesas y crecieron allí? El principal problema con el sempiterno debate sobre la integración -más allá de la cuestión terminológica de hablar de integración cuando se trata de ciudadanos franceses- es que convertimos un caso especial en generalidad: tres personas que "representan" la Francia "de los inmigrantes" encarnarían, con sus acciones, el fracaso de todo un "modelo" (si el modelo existe). Habría que empezar por tomar en consideración el hecho de que los autores son franceses y, por tanto, debemos librarnos de las cuestiones relacionadas con la inmigración e incluso con la integración. Debemos remarcar que se trata de un fenómeno marginal en comparación con la inmensa mayoría de minorías con las cuales lo relacionamos y que permitirían desarrollar la idea de que existe un vínculo implacable entre integración y terrorismo. Porqué entonces la pregunta inmediata sería la siguiente: ¿cómo ciudadanos franceses, nacidos, educados y criados en Francia, pueden haber llegado tan lejos?

Islam. Del mismo modo, que su origen no puede condenarlos, su supuesta pertenencia al Islam no debería resultar un factor explicativo de nada. En primer lugar, un análisis sobre este punto requeriría hacer una distinción entre el Islam como religión y el Islam como una ideología, que además, en este caso, se habría llevado hasta el extremo. El proceso de construcción mental que caracteriza a estos jóvenes, les hace identificarse y proclamarse soldados de Dios, encargados de "vengar al profeta". Los yihadistas pasan por un proceso de triple ruptura antes de dar el paso de entrar en acción: ruptura con una sociedad que consideran que los dejó de lado, o directamente los marginó; ruptura con la comunidad musulmana que les rodea y que consideran demasiado laxa ante las intervenciones occidentales en "tierra del Islam" y las medidas consideradas islamófobas en Francia; y, finalmente, ruptura con su propia familia, que ellos no consideran como suficientemente musulmana ante las injusticias infligida a la Umma aquí, en Europa, y en otros lugares del mundo musulmán.

Una agenda influida por la derecha y la extrema-derecha

Unas semanas después de los ataques, ciertas voces en la oposición se han alzado a fin de instalar en la agenda política cuestiones propias y tradicionales de la derecha y la extrema derecha: la propuesta de un referéndum sobre la pena de muerte lanzada por Marine Le Pen; las severas críticas a las políticas de inmigración que, según el ex presidente Nicolas Sarkozy (cuyo gobierno fue el artífice de muchas de ellas) son un "agravante del problema"; y finalmente, el tradicional y eterno debate de la solvencia del Islam dentro de la República. Más preocupantes son las propuestas para establecer una Patriot Act a la francesa, en un momento en que los EE.UU. descubren los efectos contraproducentes de este tipo de medidas, esencialmente represivas y en gran parte liberticidas. Actuar teniendo en cuenta el fracaso de la mayoría de medidas antiterroristas aplicadas al otro lado del Atlántico, sería una de las mejores maneras de preservar el equilibrio, cada vez más frágil, entre seguridad y derechos y libertades fundamentales.

Moussa Bourekba, gestor de proyectos, CIDOB.

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