América Latina tiene a su primer pontífice, el primero también que no es europeo. ¿Qué puede cambiar en la región con el argentino Francisco? Lo más importante para este análisis es que tendrá una fuerte influencia política.
Antiguo jesuita, miembro de una orden religiosa que ha intervenido en política desde su fundación en el siglo XVI cuando se produjo la reforma protestante, Bergoglio siempre ha considerado a la política como parte importante de su sacerdocio.
Pocos años atrás quiso aglutinar a una buena parte de la oposición argentina, dispersa, sin imaginación y sin líderes. Quería crear un contrapeso a la hegemonía de los Kirchner que han avanzan sobre el parlamento y la justicia, y combatido al periodismo no oficialista, a la manera de otros gobiernos de América Latina.
No lo logró, pero el mero hecho de que se hubiera reunido con dirigentes políticos fue intolerable: Néstor Kirchner lo acusó de ser el jefe de la oposición y se negó a asistir a una ceremonia religiosa tradicional donde hablaría Bergoglio, ya cardenal y jefe de la iglesia argentina. Sabía que el sermón iba a ser contra él.
Su viuda, hoy presidente, no está cómoda con Bergoglio. La carta que le envió el día de su ascensión al “Trono de San Pedro“ fue tan fría como la que hubiera escrito un extraño indiferente. La tomó de sorpresa; nunca pensó en Bergoglio papa. Tanto que cuando renunció Benedicto había dicho en broma que si la iglesia aceptara papisas, ella presentaría su candidatura.
El kirchnerismo no quiere hablar. Le teme a Francisco porque sabe que su pensamiento está más cerca de Estados Unidos que de cualquier otro país. No es que piensen muy distinto; pero no les alegra que un argentino muy poderoso sea un interlocutor preferencial de Washington y pueda incidir en Argentina y modificar relaciones de fuerza en América Latina.
Bergoglio es decididamente conservador. Rechazó la legislación que equiparó en parte la “unión civil“ entre personas del mismo sexo con el matrimonio heterosexual. Se opuso al aborto. Ni hablar del sacerdocio femenino. Se lo considera misógino: sus ideas sobre la mujer en la sociedad son hasta hoy las de los sectores más atrasados de la iglesia. En otras cuestiones se muestra sensible y accesible, identificado con los pobres. Tuvo muy buenas relaciones con los sindicatos. Ha sido peronista en su juventud. Le gusta el fútbol. Toma mate, la infusión nacional que suele beberse compartiendo con muchos un sorbete de metal. Estas son algunas condiciones para llegar a la gente, si bien no ha sido hasta ahora una persona con carisma.
Es inevitable hablar de la Argentina porque aquí fue nació, se ordenó sacerdote, y produjo acciones políticas que lo identifican.
¿Qué puede hacer entonces el nuevo papa en la política latinoamericana? No hay que esperar procesos rápidos y estridentes. El Vaticano es más conservador que Bergoglio. Pero el solo hecho de que él es latinoamericano no es auspicioso para los gobiernos populistas –de Venezuela, Argentina, Bolivia, Nicaragua y Ecuador— y para Cuba más aún. Fidel Castro era el mentor de Chávez y Cuba recibía de él todo el petróleo que necesitaba y más.
Juan Pablo II, otro papa muy político, fue decisivo en la creación de condiciones que favorecieron la caída de la Unión Soviética. ¿Querrá la iglesia de Francisco ser un peso contra el populismo latinoamericano? Es posible. ¿Podrá? Para eso es necesario que el papa y Obama lleguen a entenderse como Juan Pablo y Reagan.
Los gobiernos populistas ven a la iglesia católica como el factor de poder que siempre ha sido pero también como un competidor ideológico. Y a Washington no le gusta la entrada de poderes extra regionales en América Latina, sobre todo Irán, amigo de Venezuela y de los amigos de Venezuela. Posiblemente sospeche, igual que la oposición y la comunidad judía argentinas que un acuerdo que Irán firmó con Cristina Kirchner este año sirva para exonerar a ese país de toda responsabilidad por la muerte en 1994 de 85 personas en una institución judía en Buenos Aires. Esa responsabilidad aún está en duda y hay quienes culpan a Siria por el atentado.
La llegada de un papa latinoamericano encuentra a los gobiernos populistas en un mal momento, disminuídos por la muerte de Chávez. Si bien cada uno tiene rasgos propios y distintos grados de fortaleza, extrañarán la gravitación global del venezolano -que les daba relieve- y posiblemente la riqueza inmensa de Venezuela. Además, en sus países los católicos son abrumadora mayoría. Lo son con distintos grados de compromiso práctico pero un alto compromiso emocional.
América Latina ocupará un lugar muy importante en los objetivos de Francisco. Pero el principal será sanear a la iglesia, hoy golpeada por los casos de pedofilia y otras cuestiones oscuras del Vaticano, como las finanzas. Sólo si tiene éxito tendrá fuerza. Si no lo tiene, las enormes expectativas que el papa despierta después de los reinados de Juan Pablo –que archivaba las denuncias- y de Benedicto –que no tenía fuerzas para actuar— serán un lastre para él y las jerarquías católicas.
Roberto Guareschi was for 13 years the managing editor for the newspaper Clarín in Buenos Aires. He is currently a writer and university lecturer.