Francisco, perdónalos porque son todos unos pesados

Estáis muy pesados con lo de Francisco corrigiendo a Jesús de Nazaret. Nada más fácil para el tertuliano secular que un pontífice con acento porteño para convertir un sermón como otro cualquiera en un "ponme otra bien cargada, que el papa argentino ahora corrige a dios".

Ya se sabe que al tertuliano le va lo fácil.

El hemisferio occidental habita hoy las pantallas y profesa la fe de la tontería en cadena que malbarata todo lo que venga. Visto por un boomer que ligaba en su adolescencia por conferencia, gastando las monedas en llamadas a París, lo de hoy es una especie de comuna hippie de la chorrada más grande en busca del canto aprobatorio de este fuego de campamento eterno en que nos han convertido la vida real.

Opinadores, columnistas y voceadores de micro incorporado exhiben sus ocurrencias en un mercado de saldo. Como ninguno habla para un público que desee pensar, todos regüeldan sentencias a cada cuál más exabrupta. Y como todos expectoran dosis de lo mismo para yonquis de la propia ideología, la competición ya sólo estriba en la potencia del chute, más allá del peso ingrávido de su andamiaje racional o de la adulteración del argumento.

Mola chinchar al cura máximo: "Nada como elegir un papa argentino para que alguien vaya y se atreva a enmendar a dios".

"¡Ojo! ¡Y encima jesuita!" podría añadir un dominico con memoria histórica...

Sin embargo, lo que hizo el domingo el viejo Jorge Bergoglio desde el balcón del Vaticano fue lo mismo que llevan haciendo otros apóstoles desde que el Cristo resucitado los dejó con la boca abierta al aparecerse y encargarles la misión de "id y contarlo, anda".

Uno fue criado de pequeño en el catolicismo y tardó hasta los 18 en mandar un mensaje al cielo de "ya nos veremos". La cosa fue que los jesuitas de Chamartín y unos misioneros mexicanos me humanizaron tanto al hijo de dios que empecé a escribirlo con minúscula. Y a ser más del equipo de Judas, un buen tío que se equivocó una vez, que sepamos, pero la única irreversible.

Aquel día supe que, si las parábolas había que interpretarlas, si los milagros eran lo de menos y si los evangelios se contradicen entre sí porque iban dirigidos a distinto público... supe aquel día, digo, que yo sería (ya seguro) periodista. Para hablarle a los inteligentes con voluntad de serlo cada día más.

Y todo porque si Jesús sabía que era dios, los clavos le dolerían, sí, pero la cosa entonces tenía menos mérito. Mola más arriesgarse a pecho descubierto que con la conciencia de que papá te resucitará después del sacrificio por esos que no saben lo que hacen.

Mis hijas ya son agnósticas de cuna, pero no hace tanto que yo me crié. Ya era la democracia y gobernaba Felipe, oigan, cuando todavía íbamos unos cientos de miles a misa cada domingo a que el cura de guardia nos interpretara las escrituras. Y no recuerdo uno solo que insistiera en que el nazareno era un prestidigitador al que le dabas un pescado y, detrás de un biombo, lo convertía en 1.000.

Es más, de ese pasaje todo sacerdote (jesuita o dominico) explicaba siempre que "el milagro está en compartir, en que parecía no haber nada, y entre todos pusieron cada uno lo que tenía y dieron de comer al hambriento".

Así, en singular, "el hambriento", como le molaba decir a los profetas antes de que los perroflautas pusiesen de moda lo de "persona en situación vulnerable".

Pero hoy lo que se lleva es decir que el papa argentino (o sea, engreído) ha venido a corregir a dios... o a querer ser un poco dios.

Y yo creo que esto le pasa al obispo de Roma porque es presa fácil para los tertulianos rojeras, ya que es un cura y vive en un palacio, y también para los fachoides, porque dice cosas de montonero y no sólo perdona a las putas, como Jesús, sino hasta a los maricones.

El día que le dije adiós a dios fue porque en mi vida no hace falta. Pero a vosotros parece que sí. Os mola tanto despellejar al que interpreta un texto de hace 2.000 años como reíros del que se cree al 100% los milagros: que el agua fue vino, que el carpintero se paseó el Jordán aguas arriba y que luego, desde la cruz, os perdonó a todos por pesados.

Alberto D. Prieto es periodista.

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