La elección de un papa es seguramente y sobre todo un acontecimiento religioso y espiritual que afecta a más de mil millones de personas en todo el mundo. Pero forzosamente tiene importantes consecuencias geopolíticas. Las opciones estratégicas del nuevo Papa tendrán repercusiones sobre el peso de la Iglesia católica en el mundo y su impacto en el complejo proceso de decisión internacional.
Ciertamente la Iglesia ya no tiene el poder que tuvo antes del tratado de Westfalia de 1648, que precisamente reconoció la soberanía de los estados librándolos de la tutela del Papa y del Santo Imperio Romano Germánico. Durante la Segunda Guerra Mundial el líder soviético Stalin se preguntó “¿cuántas divisiones tiene el Papa?”. Para el amo del Kremlin, sin una fuerza militar no se tenía peso en las relaciones internacionales. Stalin no conocía más que la brutalidad de las relaciones de fuerza, no los matices del soft power. Se equivocaba. Aunque sea una exageración atribuir únicamente a Juan Pablo II la caída del comunismo, resulta indudable que la Iglesia católica tiene una influencia en los asuntos mundiales que no guarda relación alguna con el poder del Estado del Vaticano.
Resulta interesante señalar que, en cada país que tiene un cardenal, la pregunta que se planteaba antes de la elección papal era saber si un compatriota tenía oportunidades de suceder a Benedicto XVI. Se han visto muchas banderas nacionales en la plaza de San Pedro mientras los fieles esperaban la fumata blanca. En Argentina, la elección de Bergoglio ha sido celebrada con el mismo entusiasmo que una victoria de la selección nacional de fútbol. La Iglesia y el mensaje de Cristo son universales pero en este mundo globalizado la identificación nacional tiene aún una fuerza capital.
Antes de la elección nos preguntábamos si después de un polaco y de un alemán se volvería a la tradición de los papas italianos. Ello hubiera significado que la Iglesia se encerraba en sí misma sin tener en cuenta la mundialización. Si el Vaticano quiere seguir teniendo proyección mundial no debe crisparse con una identidad italiana. El 42% de los católicos son latinoamericanos (y solamente el 16% de los cardenales). Benedicto XVI había calificado a América Latina como uno de los dos pulmones espirituales del catolicismo. Francisco es el primer papa no europeo desde Gregorio III, nacido en Siria en el siglo VIII. Los cardenales se han dado cuenta de que la Iglesia debía adaptarse al nuevo orden mundial y no esperar a que este se adapte al Vaticano. Es probable que en el futuro conozcamos un papa africano o asiático.
Las iglesias latinoamericanas se han dividido entre el apoyo a las dictaduras militares y un acercamiento muy marcado a la izquierda de la teología de la liberación que encarnaban monseñor Romero en El Salvador (asesinado por la junta militar) o Helder Cámara en Brasil.
Bergoglio no se opuso a la junta de Videla. Tampoco fue cómplice de ella, como dicen algunos rumores. Aunque no se suma a la teología de la liberación, es un sacerdote del tercer mundo y de las clases populares que ha renunciado a una vivienda lujosa y a coche con chófer para desplazarse en transporte público y vivir en un modesto apartamento. En el 2009 se instaló en casa de un sacerdote que vivía en un barrio de chabolas amenazado por los narcotraficantes. Esta proximidad con las clases populares será un bagaje precioso para que la Iglesia sea atractiva a nivel mundial.
En temas sociales como la homosexualidad, el aborto, el matrimonio de los sacerdotes o la contracepción, el papa Francisco tiene posiciones que se pueden calificar de reaccionarias en la línea de sus predecesores y que explican la desafección de muchas personas respecto de la Iglesia, especialmente en las sociedades europeas. Sin embargo, también ha criticado a los sacerdotes que han rechazado bautizar a los niños nacidos fuera del matrimonio, calificándolos de hipócritas. Redinamizar la fe en las sociedades occidentales será sin duda un desafío importante.
En el campo internacional es más progresista, como lo fue Juan Pablo II. La crítica del ultraliberalismo y la necesidad de luchar contra la miseria forman parte de sus fundamentos. Para él, la pobreza es una violación de los derechos humanos.
El discurso pronunciado por Benedicto XVI en Ratisbona en el 2006 había sucitado duras críticas en el mundo musulmán. Una de las tareas prioritarias de Francisco será renovar el diálogo. También deberá tener en cuenta la situación de los cristianos de Oriente, cada vez más amenazados. También es un problema la situación de los cristianos en los países musulmanes donde la libertad de culto es raramente respetada. Respecto del conflicto israelo-palestino podrá tener más libertad que su predecesor alemán.
Y deberá afrontar igualmente el incremento de los movimientos evangélicos protestantes, especialmente en América Latina y en Asia. Permitir el desarrollo del catolicismo en China, donde coexisten dos iglesias –una oficial ligada al régimen y otra semiclandestina vinculada a Roma– permitiría sumar veinte millones de católicos en China, número que podría multiplicarse en caso de que Pekín rebajase su presión.
Francisco, si mantiene un discurso de justicia a nivel internacional y modera un discurso social de acuerdo con la realidad, podrá redinamizar la Iglesia católica. Las Jornadas Mundiales de la Juventud que tendrán lugar este verano en Brasil serán un primer test.
Pascal Boniface, director del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.