Francisco

Aunos les sorprenderá la persona del cardenal elegido. A todos, el nombre con el que debíamos llamarlo: Francisco. Después, y con la admirable y absolutamente original lógica de Dios por delante, veíamos que la persona y el nombre correspondían perfectamente a lo que la Iglesia deseaba y esperaba del nuevo Papa.

Los perfiles, tan rigurosamente elaborados, más se parecían a estatuas inertes que a lo que debía ser el pastor universal de la Iglesia católica. La figura del Papa aparecía raquítica y alicorta. Se le presentaba, y deseaba, como un tecnócrata que había de empeñarse en solucionar unos problemas que más eran reciclaje de asuntos pasados que de la realidad actual. Una especie de director general y eficaz gerente en una empresa, en el mejor de los casos, de asuntos religiosos. Todavía más, se reducía su acción poco más allá de los límites cerrados por los muros del Vaticano.

El Papa es el Pastor de la Iglesia universal, el Maestro de la fe, el animador de nuestra esperanza y el que mantiene siempre encendida la lumbre de la caridad. Ha de ser juez justo y padre misericordioso. Sucesor de Pedro y principio de unidad entre todos.

Como decía el recordado y querido Benedicto XVI, «la Iglesia no es una organización, una asociación con finalidades religiosas o humanitarias, sino un cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas unidos en el mismo Cuerpo de Cristo» ( Audiencia 27-22013) .

No se puede esperar del Papa Francisco que sea una especie de figura de fantasía y con lámpara y genio incluidos. Buscará el camino de las posibilidades de arrancar en la fe, sin olvidar los tropiezos y problemas del laicismo. Las dificultades habían de convertirse en oportunidades para el ímpetu apostólico y las reformas que exijan una nueva evangelización. La esperanza y el buen hacer cambiarán el agobio de lo inmediato por la búsqueda del camino adecuado. Los errores, ni repetirlos ni exagerarlos, poniendo coto, con la justicia, a lo que de mal se hiciera y dictando normas que garanticen en el futuro una conducta más leal y coherente con el Evangelio.

Ni nostalgia del pasado ni miedo al futuro. Que la Iglesia no existe para adaptarse a las circunstancias, sino para evangelizar en todo momento. La Iglesia no impide, sino que ofrece lo que Jesucristo ha puesto en sus manos para remedio y salvación de todos.

Habrá que tener en cuenta que la Iglesia no se enfrenta en cada pontificado. Es la Iglesia de Jesucristo que sigue su camino por la historia de este mundo, entre las bendiciones que Dios nos da y los tropiezos que hacemos los hombres.

No está la Iglesia, ni mucho menos, en retirada y guardándose en los cuarteles del conservadurismo, sino adentrándose, con el Evangelio en la mano, con nuevo ímpetu, con nueva esperanza y una renovada alegría de la fe, en las tierras y los desiertos de este mundo. El relativismo, la indiferencia, la agresión a lo religioso, el subjetivismo moral serán enemigos que, agazapados en la cuneta, esperan poder asaltar al evangelizador.

La Iglesia seguirá su camino hacia delante. Unos la criticarán por esto y otros por aquello. Pero esta familia de Cristo, hoy guiada y alimentada por el Magisterio del Papa Francisco, estará siempre más preocupada por la fidelidad al mensaje de Cristo que por la efímera credibilidad de un aplauso halagador.

A Pío XII se le conocía como el Papa de la paz. A Juan XXIII, como el bondadoso Papa del Evangelio. Pablo VI, el de la evangelización del mundo contemporáneo. Juan Pablo I, el de la sonrisa fugaz. Juan Pablo II, el fascinante pastor universal. Benedicto XVI, el Papa del profundo y esencial magisterio. ¿Y al Papa Francisco?

Benedicto XVI había convocado a la Iglesia a una nueva evangelización. No es que los apóstoles realizaran mal su tarea, sino que es necesario hablar a los hombres y mujeres con el lenguaje de su tiempo, sin menoscabar en lo más mínimo la esencia e integridad del mensaje. El pastor tendrá que vigilar el rebaño y discernir los caminos por los que ha de discurrir el hacer apostólico de la Iglesia. Cuidar de la unidad entre todos y dejar que Dios sea el que vaya siempre delante.

Es costumbre del día de Pascua, en algunos monasterios orientales, el que los monjes se postren y pongan el oído muy cerca de la tierra para sentir en ella el latido del corazón de Cristo Resucitado. Así tendrá que hacer el buen pastor : poner el oído muy cerca de los sentimientos y necesidades de la Humanidad. Pero sin perder que el Papa pueda dar otro pan sino aquel que tiene y del que él mismo se alimenta: la palabra de Dios, los sacramentos y la caridad fraterna.

Maestro de la continuidad en la verdad, la renovación no puede ser un sobresalto, sino disponer y cambiar lo necesario para que el Evangelio llegue mejor y con fuerza de esperanza; para que resplandezca la justicia y llegue el premio de la paz. Obligación del servidor es dirigir y gobernar, pues el rebaño necesita de orientación y guía, pero también de emoción y llamada a entrar en el buen camino. ¿Cómo quieres que te llamen? Francisco. En memoria del santo de Asís. Gustaba el nombre y el espíritu que anunciaba: la creación entera será mi hermana, seguiré las huellas que Cristo dejara a su paso por la Tierra, seré un pobre entre los pobres y llevaré el mensaje de la alegría y de la esperanza que del Padre Dios he recibido.

También el «Poverello» recibió el encargo de reparar la Iglesia. Si había pecado, que triunfaran la justicia y la misericordia; si el amor superaba siempre al odio, que la bondad de la luz disipara todas las tinieblas.

Francisco Papa. Que el Señor te bendiga, te guarde, te muestre su rostro y te dé su paz.

Por Carlos Amigo Vallejo, cardenal elector en el Cónclave que eligió a Francisco.

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