Franco no fue el autor de su testamento político

Franco no fue el autor de su testamento político
RODRIGO PARRADO

El día 12 de octubre de 1975, Franco enfermó de gripe y cinco días más tarde, presidiendo el Consejo de Ministros, padeció un ataque al corazón. Aquella noche, a las tres de la madrugada, el arquitecto Javier Carvajal no podía conciliar el sueño. Por su relación con el Almirante Nieto Antúnez, Carvajal sabía que el final de Franco se precipitaba.

Su mujer, Blanca García-Valdecasas, preocupada por la inquietud de su marido le pregunto qué le pasaba y Carvajal contestó: «No me puedo dormir. Este hombre se va a ir sin dejar nada escrito. No puede ser. Tenemos que hacer algo».

Acto seguido acudió a su estudio de la calle Goya nº 7 de Madrid, ubicado en el mismo piso que su domicilio. Allí tenía una pequeña máquina de escribir portátil marca Olivetti, y en un arranque, en unos minutos hizo un esfuerzo, entre extravagante y genial, de ponerse en la cabeza del dictador y escribió una carta de apenas cinco párrafos.

En el texto, Franco, en primera persona, pedía perdón a «todos», incluso a sus enemigos y pedía a sus seguidores tuvieran para el Rey de España, «el mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado». Javier Carvajal acababa de redactar el testamento político de Franco que iba a tener una importancia decisiva en el inicio de la Transición democrática.

Javier Carvajal llevaba varios días con la idea de entregar a Adolfo Suárez, su jefe político en la asociación UDPE (Unión del Pueblo Español), un texto para que lo hiciera llegar a Franco, bien a través de su hija, la marquesa de Villaverde, o a través del jefe de la Casa Civil del Generalísimo, el general Fuertes Villavicencio.

Carvajal pasó todo el día siguiente, el 18 de octubre, pensando que quizás había sido un atrevimiento, un exceso, redactar y ponerse en la mentalidad, en el cerebro del Jefe del Estado en un momento tan crítico y elaborar una carta que, si se publicaba justo tras la muerte de Franco, tendría una enorme repercusión.

Además, Carvajal no estaba seguro de la calidad del escrito ni de su oportunidad. En la víspera, había tenido un impulso de redacción que le satisfizo, pero salvo la opinión de su esposa, necesitaba otras referencias para decidirse en poner en conocimiento el contenido de la carta a varias personas relevantes que tendrían que persuadir o convencer a Franco sobre la conveniencia de firmar aquel texto.

Francisco Franco, en su despacho en el Pazo de Meirás. ABC
Francisco Franco, en su despacho en el Pazo de Meirás. ABC

Se trataba de dar varios pasos, cada cual más difícil e improbable. Lo primero era consultar a sus amigos sobre la calidad y oportunidad de su escrito. Después, tenía que aprobarlo Adolfo Suárez, que éste (o quien él dijera) asumiera un riesgo político de primer orden y lo hiciese llegar a la familia de Franco; que a la familia de Franco les pareciera pertinente; que el Jefe del Estado, enfermo de gravedad, lo aceptara y firmara y que el presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, eligiera el momento más propicio, de mayor efecto, para leerlo.

Franco apreció la importancia y calidad de aquel mensaje póstumo y decidió reforzar su contenido haciendo creer a la opinión pública que no era un texto de encargo, sino que él mismo lo había redactado. Con gran esfuerzo, dada su precaria salud, copió a mano textualmente la carta que le facilitó su hija Carmen sin cambiar apenas dos palabras.

Breve, directo, conciliador

Unos días antes, Javier Carvajal comentó con su cuñado José Guillermo García-Valdecasas, jurista, escritor y director durante treinta años del Colegio Español de Bolonia, la necesidad de redactar una carta de despedida de Franco a modo de Testamento político. José-Guillermo desaconsejó a su cuñado y amigo que escribiera un texto largo, clásico, «a la romana» pues no sería creíble ni por la erudición ni por el carácter de Franco. El Testamento político tenía que ser breve, directo, y conciliador… Y sobre todo, que la carta de despedida reforzara la difícil posición política del Príncipe Juan Carlos frente a inmovilistas y rupturistas.

El manuscrito, de puño y letra del Caudillo, apareció en la prensa poco después para demostrar que lo había redactado el general Franco en sus últimos días de capacidad política e intelectual. El Testamento político de Franco sorprendió e influyó en el conjunto de la clase política franquista y en el Ejército.

Resulta notable que un arquitecto, sin experiencia política, fuera capaz de dar con una redacción tan afinada teniendo en cuenta que Javier Carvajal no era un 'escribidor', un periodista, un escritor 'negro' con experiencia: Carvajal era un prestigioso profesional, catedrático en la Escuela de Arquitectura de Madrid; tampoco era un político, no era siquiera miembro del Movimiento Nacional. Su reciente incorporación a la UDPE respondía más a un intento de colaborar con los reformistas del régimen hacia la libertad, la democracia y la estabilidad que a una vocación política que, en su caso, fue circunstancial y breve.

Más que una anécdota

El secreto de falsificar la autoría del Testamento político es mucho más que una anécdota. Posibilita una cierta revisión de la Transición en la que resulta relevante el reforzamiento del Rey y de los reformistas y la complicidad de diversos actores (el más destacado e inesperado el líder de los inmovilistas: José Antonio Girón de Velasco) que participaron activamente en la teatralización de la autoría y el mantenimiento de este secreto durante casi cincuenta años.

Después de su crisis cardiaca del 17 de octubre, entre el 18 y el 23 de octubre, el Jefe del Estado dispuso de los últimos seis días con capacidad de discernir y actuar en la dirección de importantes asuntos políticos que iban a marcar e influir poderosamente en el régimen, en sus dirigentes, en el desarrollo político y por tanto en el conjunto de la vida de los españoles. Después del 23 de octubre Franco estuvo incapacitado para decidir cualquier cuestión política e, incluso, cualquier tema referente a su salud.

La copia del testamento apareció publicada en prensa días después. ABC
La copia del testamento apareció publicada en prensa días después. ABC

Entre el 20 de octubre y el 22, Franco y su hija, la marquesa de Villaverde, orquestaron una operación destinada a fortalecer la posición política del futuro Rey, sabiendo que el Príncipe iba a nombrar a Torcuato Fernández-Miranda como presidente de las Cortes. La revelación del secreto que narro en este libro permite sugerir que Franco emergió en aquellos días como un reformista de ultratumba y un actor positivo en la operación de la Transición democrática. Franco no quiso una reforma en vida pero facilitó el camino de la reforma política después de su muerte.

La corriente de opinión y los dirigentes franquistas más hostiles a la reforma del régimen parecían, en 1975, un muro infranqueable a cualquier iniciativa en favor de los planes democráticos del Rey. De ahí la sorpresa de los periodistas, políticos y dirigentes del régimen cuando José Antonio Girón de Velasco, el líder más destacado del Bunker franquista e inmovilista, fue determinante en favor de la elección de Torcuato Fernández-Miranda como presidente de las Cortes, el primero de diciembre de 1975.

La inclusión de Fernández-Miranda en la terna de elegibles fue un 'misterio' que tampoco desveló Girón de Velasco en sus memorias publicadas en 1994: si la memoria no me falla. Ahora, en este libro relato y documento la razón que llevó a Girón de Velasco a 'traicionar' a su amigo, el inmovilista Rodríguez de Valcárcel, que contaba con el voto e influencia de Girón de Velasco para continuar en el cargo de presidente de las Cortes. La actitud de Girón de Velasco se explica por su conocimiento y complicidad en el secreto de Franco.

En este libro sugiero, y creo poder demostrar, que la operación de comunicación y propaganda desarrollada por Franco y su hija, entre el 20 y el 22 de octubre de 1975, facilitó por completo la agenda reformista del Rey.

En otras palabras, sin la acción secreta de Franco y su hija, la Transición habría discurrido de un modo diferente. El montaje de la publicación en Televisión Española el 20 de noviembre de 1975, del Testamento político de Franco, con la participación de Antonio Girón de Velasco, arrastró a los más inmovilistas del régimen en favor de la capacidad política del Rey, en diciembre de 1975 y primeros meses de 1976, para elegir a Torcuato Fernández-Miranda presidente de las Cortes.

La libertad y la democracia habrían llegado en todo caso a España después de la muerte de Franco, pero en otras fechas, de otro modo y con otros protagonistas. Estos hechos que relato afectaron, en 1976, a todos los españoles y asombraron a los observadores extranjeros.

Franco asumió el texto de la carta de despedida a los españoles y eso es lo relevante. Pero el hecho de que Franco quisiera reforzar su alcance y contenido, falsificando su autoría, copiando a mano un texto escrito a máquina, redactado por un tercero desconocido, tenía un indudable significado político.

En este libro recojo numerosos testimonios del Rey, de políticos, colaboradores y personas de confianza del Caudillo que han atribuido a Franco declaraciones en el sentido de que su régimen era personalísimo y que inevitablemente, después de su muerte, vendría un cambio político en el sentido democrático. España estaba interesada en la entrada en la Comunidad Económica Europea y la democracia era el único horizonte posible.

El Rey, fortalecido

El Generalísimo, al atribuirse una redacción ajena se convirtió en un actor que fortalecía al Rey en su carta de despedida y expresaba de modo fehaciente una opción política: pedía para el Rey manos libres en la dirección política de la Nación y no ponía límites al previsible cambio ni referencias al sometimiento del monarca al Movimiento Nacional ni a sus «principios permanentes e inmutables».

En este libro no pretendo contradecir la amplia y reciente bibliografía hostil a la Transición que forma parte de la libertad de opinión y del debate historiográfico. Creo que la Transición de 1976-1978 es la mejor operación política española desde la que articuló Cánovas del Castillo en 1876 y se prolongó hasta 1923. El debate historiográfico es iluminador y positivo. Otra cosa es la 'verdad histórica' oficializada en una ley o la torticera utilización política de la historia, desde el gobierno o las instituciones, para alimentar nuevos caminos de exclusión y ruptura de la convivencia de los españoles.

El historiador tiene que atenerse a los hechos. Nuevas evidencias, documentos o testimonios pueden alterar o cambiar la interpretación o percepción de un acontecimiento. Esto es lo que creo aporta este libro: una interpretación novedosa sobre un hecho desconocido, secreto, que abre al menos una visión distinta o complementaria del final de franquismo y permite una visión más completa de la Transición democrática.

El lector compartirá o disentirá de la interpretación que aporto en este libro sobre la Transición revisitada. Pero eso es la esencia de la historia. Un debate sereno y respetuoso sobre nuevas evidencias que nos permiten entender mejor el sentido de una época. Comparto la opinión del historiador Enrique Moradiellos, experto en la amplia historiografía sobre el franquismo:

Casi medio siglo después de haber enterrado a Franco, su figura sigue siendo objeto de polémica, pero irónicamente, a pesar de que ahora se hable tanto de él, quizá no lo conozcamos tanto como pensamos.

Guillermo Gortázar es historiador. Su último libro es El secreto de Franco: La Transición revisitada.

1 comentario


  1. El testamento del General Franco es genuinamente suyo. El hecho de que en él aparezca la mención de los "enemigos de España y la Civilización Cridtiana" -frase genuinamente suya- lo corrobora. Que fuera retocado por otros no importa. El texto refleja SUBSTANCIALMENTE el pensamiento del General.

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