Franco y el statu quo

Cuando en 1975 los españoles de ese instante de la historia decidieron poner todo de su parte para hacer realidad la España democrática, de manera consciente e inconsciente dejaron congeladas muchas cosas, para conseguir muchas más. Volvieron del exilio personas que brutalmente fueron expatriadas, algunas que recordaron a unos y otros tragedias personales y familiares, como firmas de penas de muerte, y optaron por mirar hacia adelante. Quienes volvieron o quienes sufrieron represión prefirieron dejar en el pasado la dureza de lo vivido y mirar con esperanza el mejor de los futuros, España en libertad. Dar por válido lo que había que hacer, dejando el pasado cerrado para siempre. Manuel García-Pelayo, Claudio Sánchez Albornoz, Rafael Alberti, Santiago Carrillo, Dolores Ibárruri, en un lado muy determinado, o los anónimos de las dos orillas, centenares de miles, o los gobiernos democráticos, todos, con mayorías alcanzadas en las urnas en victorias legítimas, nunca dijeron nada. UCD, PSOE o PP. Hablamos del statu quo que permite que naciones, familias, relaciones de múltiples facetas puedan avanzar sin lanzarse a la cabeza tal o cual cuestión. Solo los que no saben qué hacer con el presente y con el futuro, arrojan desde su más absoluta impotencia el pasado a los demás. Francisco Franco está enterrado en el Valle de los Caídos estos cuarenta años porque la generación de la Guerra Civil, que aún vivía con plenas facultades y que sufrió directamente la persecución y la tortura en ambos bandos, la que en las casas prohibía hablar del pasado a sus hijos y nietos, así como las generaciones de la posguerra y de la apertura, que lideraron la Transición, lo creyeron oportuno, activa o pasivamente.

Volver a la casilla de salida es de malos jugadores. Como romper la baraja. Plantear trucos o juegos malabares. Chantajear con levantar viejas heridas, a ver si hay suerte y se cambia el rumbo de lo hecho porque apetece, o con la intención de tapar la incapacidad manifiesta para el cargo para el que no se fue elegido. Ese es Pedro Sánchez, quintaesencia de la soberbia de la nada.

A mí, personalmente, me da igual dónde han de reposar los restos de Franco, pero enmendar la plana a los millones de españoles que se embarcaron juntos sin miradas torticeras, lealmente, para hacer posible el país que disfrutan las generaciones actuales, es una bestialidad, que no tendrá consecuencias porque España puede con José Luis Rodríguez Zapatero y con su peor versión, Pedro Sánchez, pero que obliga a suscitar el debate de la incapacidad real de un presidente legal, pero deslegitimado por la fórmula utilizada para alcanzar el poder carente de toda coherencia. Un político que ha colocado a todo su staff personal en las empresas públicas, que ha asaltado la televisión pública sin despeinarse, que ha creado el mayor holding político que La Moncloa ha conocido nunca, y que está atado de pies y manos por los independentistas, los amigos de ETA y los neocomunistas de Podemos. Todos los que quieren destruir la España democrática, deshaciendo España, o acabando con la democracia, o ambas cosas a la vez, son el soporte de Sánchez. Todo lo que Sánchez haga será para ellos. Es una obviedad. No para España y no para la democracia.

El statu quo que posibilita que Francia, el Reino Unido, Alemania o Estados Unidos sean naciones de prosperidad, pese a que hayan vivido episodios brutales internos. En Inglaterra la vida de un católico no tenía valor, en Francia un hugonote, en Alemania un judío, en Estados Unidos la de un afroamericano. O que la Unión Europa reúna a viejos y contumaces beligerantes que han empapado de sangre los campos europeos en los siglos XIX y XX.

Reitero desconocer cada una de las decisiones y de las no decisiones de nuestros más recientes antepasados compatriotas en los heroicos años de la Transición. Puedo imaginarlas. Pero ponerlas en tela de juicio es cosa de historiadores, estudiosos o analistas y politólogos, o incluso de aficionados televisivos. No de presidentes en ejercicio. Es rastrero reinterpretar sentado en el diván con vara de mando lo que otros debieron hacer en otra época, sobre todo cuando aún no se ha hecho nada para lo que se ha tomado el poder, o sí.

Yes rastrero asimismo plantear debates en los que sea imposible hablar con libertad, la izquierda es maestra en matar socialmente al posible oponente. España lleva quince años, desde Rodríguez Zapatero, secuestrada por los sistemas de opinión afines a la izquierda y sus ramificaciones de alboroto, a saber, independentistas, antisistemas y neocomunistas, con trágica influencia en muchas instancias de decisión. La democracia, en todo caso, es el sistema que hace posible que la libertad acabe llevando al baúl de los recuerdos a quienes intentan arrumbarla. Y España, además, es una nación acostumbrada a deglutir a quienes no la tratan bien.

El problema es el tiempo que se pierde en las cosas que a cada cual compete y no hace, infraestructuras, industria, innovación, igualdad en los servicios públicos, investigación para ser competitivos e influencia en nuestro entorno más próximo. Los españoles de este instante de la historia nos merecemos menos líos estériles e histriónicos y más política de altura y seriedad.

Francisco Camps Ortiz, expresidente de la Generalitat Valenciana.

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