Frankenstein debe morir

En latín suena más suave: Frankenstein moriendum est. No le deseo la muerte a nadie, ni siquiera a los personajes de ficción, pero ustedes entienden mi metáfora. Sí, en las próximas elecciones, la segunda y última vuelta, no sólo Sánchez debe desaparecer de nuestras vidas, sino también aquellos corifeos que lo han venido acompañando durante estos años calamitosos. Aquellos jóvenes que venían a salvarnos de nuestros pecados, gracias a los cuales fueron educados, alimentados y cuyas familias pudieron vivir por primera vez en libertad. Sí, Frankenstein debe morir y sus restos deshilachados deben ser llevados al Museo Reina Sofía y colocados en el aberrante tramo final de la colección permanente. Allí, entre tantos despojos, este fantoche no desentonaría. Además, leyendo las declaraciones del nuevo director, estaría muy bien custodiado por él, que defiende la interseccionalidad, el género y la etnicidad. ¿Quién da más? En la película La chaqueta metálica, de Kubrick, el bestial sargento le grita a uno de sus más incapaces novatos: «¡Eres tan feo que podrías estar en un museo de arte contemporáneo!».Sí, Frankenstein, ya tiene su lugar en la Historia.

Frankenstein debe morir
Sean Mackaoui

El presidente podría haberse ahorrado sus últimas intervenciones, pues representan uno de los momentos más vergonzosos de la democracia. Aclamado como un autócrata (¿qué habría pasado de haber ganado?), comparó al vencedor con Trump y Bolsonaro. No se estaba dando cuenta de que él mismo, lo mismo que sin cesar hace Zapatero, repetía la penosa actuación del ex presidente de los EEUU. Nuestro personaje de tragedia griega roza la psiquiatría, y esto no le favorece para sus pretensiones en el exterior. Si se refiere despectivamente a sus oponentes como «de extrema derecha y derecha extrema», debería aplicarse a sí mismo los términos de «extrema izquierda e izquierda extrema». Él representa todo esto y mucho más, pues está en la humillante compañía de asesinos, anticonstitucionalistas, sediciosos, malversadores, pedófilos, comunistas y violadores. ¿Es acaso Vox peor que Bildu, Esquerra, la difunta Podemos o el nuevo Movimiento Sumar, que defiende a las claras la autodeterminación de varios territorios de España, así como todos los náufragos coaligados? Aunque, como estamos viendo estos días, el principal aliado de Frankenstein está siendo Vox. En realidad, parece un miembro más de esa alianza totalitaria. Por otro lado, hoy las disputas ideológicas entre Podemos y Sumar se centran en el plato de lentejas que le han suprimido al matrimonio Montero-Iglesias. Una ministra condenada por el Tribunal Supremo por llamar maltratador a quien no lo era.

El presidente, en la reunión que mantuvo en el Parlamento con sus diputados y senadores, entre los que con toda seguridad estaban aquellos del Teatro de Pompeyo que acogotaron a César, mostró una inestabilidad peligrosa para hacerse cargo de la OTAN. ¿Imaginamos en sus manos una situación como aquella del filme, también de Stanley Kubrick, ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú? ¿Sánchez interpretando a George C. Scott? Reprender a sus conciudadanos porque no le votaron fue tan arrogante como querer cargar él solo con la cruz. Y ahora, copiando al Aló Presidente, entrevista a sus ministros abochornados. La democracia, entre otras cosas, equivale a la libertad de votar y a cumplir con la expresión de la mayoría. Sánchez está empeñado en cambiar la libertad por el terror. El dominio político de un individuo es lo opuesto a la democracia y a la libertad. La autocracia como acto democrático no existe. Sin reconocer ningún error propio, culpó a todos los españoles. Es decir, el empleado riñó a los accionistas de la empresa para la cual trabaja. Porque, muy a su pesar, él no es el dueño de este país, sino un mal trabajador a sueldo pagado por todos los reñidos y vilipendiados. El dominio político de un individuo es lo opuesto a la libertad.

Según me contó Isabel de Madariaga, una de las más grandes especialistas en la Rusia de los zares, hace ya años, el título que más le gustaba ostentar a la gran Catalina era el de Autócrata de todas las Rusias. Autócrata de todas las Españas, buen título para nuestro presidente, si no fuera por el rechazo que todos los territorios le han mostrado. Una vez acontecida la catástrofe, en vez de haber reunido al centenario Partido Socialista y tomar una decisión colegiada, de madrugada, puso en manos de tres amigos el destino de España. El debate, una vez más, fue evitado. «Patria ingrata», sólo le quedó por decir, pero él no es Cornelio Escipión el Africano. Sánchez siempre ha antepuesto ser presidente a demócrata.

Y a pesar de que, como cuenta Costanza Rizzacasa d'Orsogna en La cultura de la cancelación en Estados Unidos, en algunas universidades norteamericanas y británicas se ha estudiado suprimir la cultura griega y romana, así como sus lenguas, por atentar contra los afroamericanos, voy a citar a Tito Livio. En el prefacio a los primeros cinco volúmenes de su obra publicados entre el 27 a. C. y el 25 a. C., es decir, durante la decadencia republicana de la antigua Roma, escribe: «Hemos llegado a un tiempo presente en el que no podemos tolerar ni nuestros vicios ni su remedio». Otro gran historiador, Tácito, en sus Historias, retrató al emperador Domiciano de la siguiente manera: «Hostil a la excelencia, sólo hallaba compañía en la mediocridad, rico en desastres, implacable con los propios disidentes, creador de desgarradores conflictos civiles e, incluso, no querido por sus conciudadanos ni en la paz».

¿Qué hay detrás de frases como «extrema derecha y derecha extrema», los ataques a los medios de comunicación, la Ley de Educación ideologizada, el menosprecio a nuestra clase empresarial y tantas otras asechanzas? En el año 1965, Herbert Marcuse (1898-1979), filósofo y sociólogo germano-estadounidense, publicó Tolerancia represiva. El profesor exiliado comentaba que la tolerancia y la libertad de expresión eran beneficiosas para la sociedad si en ella se daba la igualdad absoluta. Cuando existen diferencias, decía, la tolerancia refuerza a los más poderosos, aquellos que dominan instituciones como la educativa o la comunicativa. La tolerancia indiscriminada era para el autor de Eros y civilización «represiva»: bloqueaba la agenda política y suprimía las voces de los menos poderosos. Pero además de «represiva», era «injusta». La tolerancia que discrimine era, para el padre de la Nueva Izquierda, una verdadera tolerancia liberadora que favorecía al débil y limitaba al fuerte. Para quien había trabajado con los Servicios de Inteligencia norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial, los débiles eran la izquierda y los fuertes la derecha. La primera se preocupaba de los estudiantes, la cultura, así como de las minorías de todo tipo; era el Partido de la Humanidad. La derecha solo era poderosa y opresora. Para el autor de El hombre unidimensional, la tolerancia indiscriminada era mala. Marcuse hablaba de «tolerancia liberadora»: «Significaba una intolerancia total hacia los movimientos del centro, la derecha y la social democracia; y una gran tolerancia hacia los movimientos de la izquierda radical». Esto, por supuesto, viola el espíritu de la democracia y la tradición liberal de la no discriminación, pero él sostenía que, cuando una parte de la sociedad está siendo reprimida, es justificable utilizar el acoso y el adoctrinamiento para permitir que la «mayoría muy minoritaria y subversiva» alcance el poder que merece. Marcuse fue uno de los más izquierdistas filósofos de la Escuela de Fráncfort, adelantado de la cultura de la cancelación y demás plagas que sufrimos.

Entre otras cosas terribles, el que fuera profesor en la Universidad de Columbia, en Nueva York, sugirió que para tener una verdadera democracia había que negar derechos básicos a las personas que defendían causas conservadoras o distintas a su propia radicalidad. Animó a que la auténtica libertad de pensamiento podría requerir que los profesores universitarios adoctrinaran a los alumnos. Esto lo acaba de aprobar el ministro de Universidades. Optaba el también el autor de Marx y Freud por la bondad en la utilización de medios absolutamente antidemocráticos: prohibir la libertad de expresión, de reunión, censurar los libros y suprimir los pilares de la democracia liberal y parlamentaria.

Greg Lukianoff y Jonathan Haidt, en su libro La transformación de la mente moderna, achacan la implantación de muchas de estas ideas totalitarias y extraparlamentarias al hecho de que los alumnos de aquellos profesores antisistema son hoy profesores. A partir del año 2015, en los campus norteamericanos se empezó a escuchar que las palabras eran «violencia» y, por tanto, había que acallarlas. Evidentemente, Sánchez no ha leído ni a Marcuse ni a nadie, pero sí lo han hecho los populistas por los que se ha dejado secuestrar ideológicamente. Sánchez ya no tiene remedio. Si gana las elecciones, el Partido Socialista ya será plenamente Sumar. Si las pierde, debe refundarse para no desaparecer como en Francia o Italia. Un partido que, tras una profunda penitencia, debe hacer examen de conciencia y propósito de enmienda.

Sí, Frankenstein moriendum est. Y también todas sus futuras malformaciones.

César Antonio Molina es escritor y ex ministro de Cultura. En otoño se publicará el tercer y último tomo de su trilogía compuesta por La caza de los intelectuales. La cultura bajo sospecha (Destino); ¡Qué bello será vivir sin Cultura! (Destino); y ¿Qué hacemos con los humanos? (Deusto)

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