Fray Luis de Granada

LA gran travesía de Magallanes-Elcano de circunnavegación de 1519-1522 está siendo objeto de homenaje no exento de cierta polémica por arrogarse algunos en Portugal, quizá más en parte, la nacionalidad del éxito. El contexto histórico fue de tensiones por las limitaciones geográficas en la época de los descubrimientos de Castilla y Portugal, en un momento en el que Magallanes, ciertamente portugués aunque naturalizado castellano, encontró cobijo, comprensión y sobre todo financiación en un rey como Carlos I, acaso el menos castellano de nuestros reyes y a las puertas de una guerra civil, por lo que no estaba para pensar en proyectos poco seguros.

Carlos, tan joven pero con tan gran visión universal, encontró el modo para financiar la empresa y buscó personas que la llevaran a cabo en el mismo Sevilla, y de allí salieron, según parece porque no hubo suficientes voluntarios castellanos, hombres de otras naciones, como portugueses, venecianos, genoveses, franceses, griegos y alemanes, valientes que hicieron algo grande y que supieron vencer las infinitas dificultades que atravesaron. Así, de los 234 hombres sabemos que regresaron a Sevilla ciertamente al menos 18 de esas diversas naciones, y ahí ya no estaba Magallanes, porque había muerto, sino Elcano.

Fray Luis de GranadaUna de esas dificultades fue la incomprensión castellano-lusa, algo frecuente ayer y hoy porque nuestra frontera parece que es un Océano. Esa incomprensión se trasladó incluso a cuando portugueses y castellanos, ya en Unión de Coronas, viajaron a Persia, y ahí vemos el poco edificante espectáculo de luchas internas en carmelitas, jesuitas, agustinos y tantos otros en razón del lugar en el que uno había nacido. Así le pasó al embajador García de Silva y Figuera, que tenía más de arqueólogo que de diplomático y quizá por eso tuvo éxito en su misión en Persia para ganar la alianza de los safávides. Otro caso parecido fue el de fray Luis de Granada, que pasó la mayor parte de su vida en Portugal, y tuvo la mala suerte de morir en Lisboa tratando de ganarse a los frailes más nacionalistas portugueses, y quizá por eso todavía no está en los altares, porque incluso se tuvo que incoar el proceso de canonización no donde murió sino donde nació. Es el español más traducido del mundo, hace casi un siglo ya localizaron más de 4.000 ediciones, en portugués, inglés, francés, italiano, alemán, checo, polaco, tagalo, turco, japonés, griego, chino…, se podría decir que fue, salvando las enormes distancias, uno de los mejores abanderados de lo que hoy día es un Instituto Cervantes.

No sorprende la admiración que sintieron por los él los de la Generación del 27, por su elegante prosa castellana. Nació cuando moría la reina Isabel la Católica, en 1504, y murió cuando el fracaso de la Gran de Armada contra Inglaterra, en 1588. Fray Luis tiene un influjo enorme, indiscutible e imperecedero sobre la espiritualidad y la cultura, su mensaje de democratización de la santidad, de perfección accesible a todos, está vivo sobre todo por haber escrito tan elegantemente en castellano que la puerta para entrar en Dios es la oración. Pues bien, fray Luis no solo escribió en castellano ediciones de sus obras en Portugal, porque todos los portugueses entendían perfectamente su castellano, sino que también escribió en portugués, como el Compendio de la doctrina cristiana, por orden de la reina Catalina, hermana del emperador, y así ha influido tanto sobre la cultura portuguesa. Precisamente lo que une a Magallanes y a fray Luis, siendo tan distintos, es que uno nos abrió el camino de la globalización y el otro, de la universalización de la santidad, hombres que tendieron puentes, el uno de los hombres entre sí, más allá de que la empresa que llevó a cabo la culminó un vasco, y el otro de los hombres con Dios, más allá de que fuera un castellano entre lusitanos.

A veces no han sido precisamente los españoles de aquí los que han recuperado para la historia nacional a grandes personajes españoles, así fray Luis tuvo al menos la suerte de tener a un exiliado en Inglaterra como José Joaquín de Mora que editó sus obras, acaso porque leyó las numerosas ediciones en inglés de Granada que circularon por Inglaterra en vida del propio fray Luis. Uno de los aspectos más significativos de Granada fue su condición también de biógrafo, porque escribió seis biografías, algunas vidas de eminentes portugueses. Fue tanta su compresión de la historia que no solo decía que el historiador debía escribir la verdad, sino que debía escribirla bien, como una obra de arte. Esto explica que el célebre padre Ribadeneira le dijera que sus biografías le sirvieron de modelo para escribir la suya de Ignacio de Loyola.

A la hora de las efemérides, no cabe duda que la actualidad marca un camino de comprensión del pasado, pero también debería ser al revés, por eso es bueno que nuestros gobernantes tengan un sentido de la historia, porque si el amor es el principio del conocimiento, es necesario amar la historia para entenderla. Que hombres como Lord Rosebery o Wiston Churchill, ambos grandes primeros ministros y también historiadores, dijeran que cuanto más atrás miramos más lejos llegaremos, debería hacer reflexionar a nuestros gobernantes y diplomáticos sobre la necesidad de la historia en nuestros días y de poner en el futuro Museo de Europa a hombres como Magallanes, Elcano o Granada.

Si Carlos I hubiera hecho caso a la corte del rey lusitano, Magallanes no hubiera encontrado ayuda, y eso no quita que el rey portugués se casara con tres infantas castellanas. Los intentos de unión continuaron, y quizá es momento de retomar lo que dijo Juan Valera, nuestro embajador en Portugal a mediados del siglo XIX: «Nuestras glorias y las glorias de los portugueses son las mismas, y no pueden quitárnoslas sin quitárselas: las mismas son también nuestras culpas, y así no pueden injuriarnos sin que la injuria recaiga sobre ellos».

Por aquella época levantaba el gobernador de Cebú un monumento a Magallanes. Acaso hoy, en un mundo globalizado pero lleno de complejos, no podemos recordar a Magallanes y a Elcano hermanados, quizá porque no miramos hacia atrás para mejorar. Nos quedaremos, pues, con Granada, el cual se dice escribió un tratadito titulado Sermón que predicó a los portugueses, persuadiéndoles que les estaba bien que Portugal se uniese con Castilla. No estaría mal que España y Portugal unieran fuerzas para recordar, en el contexto de la Unión Europea, lo que hicieron para beneficio de la humanidad Magallanes, Elcano y por qué no también Granada.

Enrique García Hernán es profesor de Investigación del Instituto de Historia. CSIC.

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