Frente al hambre, nuestras acciones son nuestro futuro

Un año más, mañana celebramos el Día Mundial de la Alimentación. En esta ocasión, el lema escogido es «Un mundo #HambreCero para 2030 es posible». Viene acompañado de una invitación para cada uno de nosotros: «Nuestras acciones son nuestro futuro». A día de hoy, unos 821 millones de personas carecen del pan cotidiano. Desde hace tres años, para sonrojo de la humanidad, la cifra de los hambrientos no ha dejado de aumentar. Lo sorprendente es que, en septiembre de 2015, en el seno de la ONU, 193 países se comprometieron a acabar con la pobreza y el hambre, proteger el planeta y garantizar la prosperidad para todos, de forma que nadie quede atrás. Concretamente, el Objetivo 2 de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible se propone alcanzar el Hambre Cero.

El Papa Francisco, cada vez que se detiene en estas cuestiones, insiste en la necesidad de superar la retórica y las meras declaraciones para pasar a la acción con gestos tangibles e iniciativas bien coordinadas. Individual y colectivamente, todos deberíamos poner lo mejor de nosotros mismos, abandonando la indiferencia y el egoísmo. Solo así terminará la penuria de los postergados de nuestro planeta. A este respecto, cuatro puntos adquieren particular relieve.

Necesitamos actuar ya. La llamada a la acción no es algo opcional. Es imprescindible, sobre todo si miramos el trayecto recorrido. Es triste recordar que, ya en 1974, se aprobó la «Declaración universal sobre la erradicación del hambre y la malnutrición», que marcaba el objetivo de que, para el año 1984, «ningún niño, mujer u hombre se vaya a la cama con hambre». A su vez, la Conferencia General de la FAO reiteraba este compromiso al instituir el Día Mundial de la Alimentación en 1979. Ahora se fija el año 2030 como nuevo horizonte para acabar con la lacra del hambre. Es obvio que este plazo queda demasiado lejos para quienes sufren por no tener nada, o casi nada, que llevarse a la boca. Los pobres no merecen esta espera.

Necesitamos actuar mejor. En este trayecto, hay lecciones aprendidas, iniciativas exitosas y proyectos fracasados. El problema fundamental no es de producción de alimentos, sino de acceso a los mismos y su distribución equitativa. Sabemos que lograr la seguridad alimentaria exige un enfoque integrado que aborde todas las formas de malnutrición, la productividad y los ingresos de los pequeños productores de alimentos, la resiliencia de los sistemas alimentarios y el uso sostenible de la biodiversidad y los recursos genéticos. El reto es que nada de ello se quede en papel mojado, sino que haya recursos suficientes y voluntad política para emprender una acción eficaz. Desgraciadamente, los datos de seguimiento indican que hay poco avance y algunos retrocesos. A este ritmo, dice la FAO, no se lograrán alcanzar los objetivos trazados en la Agenda 2030.

Necesitamos actuar concretamente. Ante la envergadura del drama del hambre, podemos caer en la tentación de la parálisis, al sentirnos desbordados. Sin embargo, siendo un desafío global, es también una realidad muy cercana. Recordemos, por ejemplo, que un tercio de los alimentos producidos en todo el mundo se pierde o se despilfarra. En Europa cada consumidor desperdicia unos cien kilogramos de comida por persona y año. Son estadísticas escandalosas. Algo se podría remediar si, cada día, en la cocina y el comedor de nuestros hogares, en los restaurantes y supermercados de nuestras ciudades, tomáramos medidas más incisivas y solidarias para que mucha comida no acabara en la basura.

Necesitamos actuar con visión amplia. Alrededor del 80 por ciento de las personas que sufre pobreza extrema en el mundo vive en zonas rurales. La mayoría de ellas depende de la agricultura. Según informes recientes, los conflictos y el cambio climático están afectándoles gravemente, sobre todo

en África y Asia. Es necesario cambiar de rumbo, invertir en paz, sumar esfuerzos para paliar los desastres relacionados con la variabilidad climática extrema, que causan incontables daños en el sector agrícola y ganadero.

El Señor, Jesús, al ver que sigue habiendo una multitud hambrienta, nos dice a cada uno de nosotros con toda claridad: «Dadles vosotros de comer» (Mt. 14, 16). A este imperativo se agregan las palabras del apóstol Santiago: «Suponed que un hermano o hermana andan medio desnudos, faltos del sustento cotidiano, y uno de vosotros le dice: “id en paz, calientes y saciados”, pero no le da para las necesidades corporales, ¿de qué sirve? Lo mismo la fe que no va acompañada de obras, está muerta del todo» (2,1517). Frente al hambre no bastan las palabras. Obras son amores y no buenas razones. Serán las acciones las que posibilitarán el futuro de nuestros hermanos más pobres. Y también el presente.

Fernando Chica Arellano, observador permanente de la Santa Sede ante la FAO.

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