¿Fue un error el confinamiento?

Sin duda, aún es prematuro hacer un balance de la pandemia de Covid-19, pero nada nos impide hacernos algunas preguntas fundamentales que nos permitan juzgar la efectividad de los gobiernos, compararlos y prepararnos para una posible segunda oleada este otoño, en Europa y en Estados Unidos. Dejemos de lado, de momento, a los países africanos y latinoamericanos donde la pandemia todavía está en la fase de crecimiento y sobre los que disponemos de poca información fiable. Si echamos un vistazo al mundo desarrollado, donde la pandemia parece haberse estabilizado o incluso estar desapareciendo, nos sorprenden las espectaculares diferencias en el número de muertes: algunos centenares en Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Vietnam frente a varias decenas de miles en Italia, España, Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos. Alemania y Turquía se encuentran en un término medio.

¿Cómo explicar estas diferencias entre sociedades que comparten la misma forma de vida, están urbanizadas, y disponen de instalaciones sanitarias comparables? La respuesta es evidente: las estrategias políticas han supuesto una diferencia. Cuanto antes han comprendido los gobiernos la gravedad de la pandemia, mejor la han controlado, de modo que hay una especie de relación inversa entre arrogancia y mortalidad. Donde la negación alcanzó su máximo, con Donald Trump, por ejemplo, las consecuencias fueron más dramáticas. Donde prevaleció la modestia, desde Nueva Zelanda hasta Alemania, pasando por Eslovaquia y Taiwán, la infección y la mortalidad se han contenido mejor. ¿Nos atreveremos a escribir que el Gobierno francés por arrogancia, y los Gobiernos español e italiano por arrogancia e ineficacia, dejaron pasar unos días preciosos antes de actuar? Los historiadores y analistas podrán elegir entre citar a Trump, que negaba la enfermedad, a todos los que la identificaron con una gripe estacional o a aquellos que creían que estaba claro que lo que estaba sucediendo en China y Corea del Sur no iba a llegar a Occidente. A las personas omniscientes que gobiernan en Europa y Estados Unidos no se les ha ocurrido que podemos aprender algo de estos «pequeños» países asiáticos.

A la arrogancia le sucedió el pánico: en marzo, dos meses después de su inicio, tan pronto como la pandemia fue evidente, los gobiernos occidentales cometieron una serie de errores. El primero fue confiar exclusivamente en el asesoramiento de médicos epidemiólogos, que impusieron la técnica más clásica, pero también más brutal, para limitar el número de víctimas y evitar que se desbordaran los servicios hospitalarios. Así es como se adoptó el confinamiento general en Europa occidental y en Estados Unidos. En aquel momento nadie se planteó detenidamente las consecuencias indirectas de este encierro, como otras enfermedades no tratadas o los traumas psicológicos, humanitarios y económicos a corto y largo plazo. Sin embargo, ahora resulta que los países con menor número de víctimas son aquellos que no han impuesto el encierro generalizado, como Corea del Sur, a menudo citada, pero también Turquía, donde solo se confinó a los mayores de 65 años y a los niños. Hay que tener en cuenta, además, la posibilidad de que el confinamiento general agravara la pandemia al obligar a las familias a vivir juntas, de modo que una persona enferma podía contagiar a todos los que la rodeaban, e incluso a sus vecinos y a todo su edificio. El confinamiento indiscriminado podría haber sido la causa de muchos focos de infección y muerte.

¿Cuáles podrían haber sido y cuáles serían las alternativas al confinamiento general? Utilizar mascarillas, rastrear los casos y aislar exclusivamente a los enfermos. Es lo que se ha hecho en Corea del Sur y no aquí. Si hubiera que comparar las estrategias políticas en términos simples y sin medias tintas, habría que decir que las mascarillas salvan más vidas que el confinamiento. Identificar a los enfermos y aislarlos también salva más vidas que el confinamiento. Esto, que es evidente en junio, no se le ocurrió en marzo a la mayoría de los líderes europeos, porque a la arrogancia se unió la incompetencia, e incluso las mentiras. A este respecto, Francia es ejemplar: al imponer el confinamiento en marzo, el Gobierno explicó que el rastreo y las mascarillas eran inútiles, incluso contraproducentes, porque los franceses no habrían sabido llevarlas. ¿Realmente hay que ser un licenciado universitario para aprender a ponerse una mascarilla? La verdad, que descubrimos ahora, es que Francia no tenía existencias, ni capacidad de producción, ni técnica de rastreo nacional, y el Gobierno se negó a usar software estadounidense o coreano. En esta ocasión se inventó el nuevo concepto de «soberanía digital». Sin temor a contradecirse y contando con la amnesia de los ciudadanos, Francia ahora está saliendo del encierro imponiendo el rastreo y las mascarillas.

Se me reprochará que es más fácil dar lecciones después de la crisis que antes, pero no se puede eludir el debate sobre la naturaleza de algunos gobiernos: el «machismo» de Trump mata, el rigor científico de Angela Merkel salva. Esto es innegable. Ya es hora de echar cuentas y de sacar conclusiones para encontrar a los culpables, no para guillotinarlos, pero sí, al menos, para obligarlos a hacer autocrítica, y prepararse para la próxima pandemia, de Covid-19 o de lo que sea. Obviamente, esta evaluación tendrán que llevarla a cabo grupos independientes, no politizados y multidisciplinarios, y mejor inmediatamente que en un futuro indefinido.

Guy Sorman

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