En un momento desbordante de las más impactantes noticias inmediatas (el no gobierno, la crisis económica, las cumbres magnificadas, los aranceles, la emigración, la eutanasia...) me permito, en este artículo, plantear tres cuestiones que parecen lejanas, y son clave. Claves a vigilar y a exigir permanentemente su vigilancia a nuestros gobernantes: el peligro nuclear, la gran aceleración y la confrontación Estados Unidos-China.
Hoy, el jubilado que soy, puede, y debe, reflexionar sobre la actualidad, aunque fuera para hablar de Pericles. A veces ignorándola. «Usted no tiene vacaciones, tiene veraneo», me ha recordado un funcionario del INSS. Pues bien, esa es mi óptica. Óptica de quien ve cómo los años, siglos a veces, conforman la realidad de hoy y conformarán la de nuestros nietos. La de mi último nieto por quien me siento obligado a reflexionar y a pelear.
Son tres los autores cuya lectura me ha guiado desde hace ya años: Arthur Koestler y su discurso, «Hiroshima», más actual que nunca, sobre el cambio radical que para la humanidad ha supuesto el arma atómica. Thomas L. Friedman en «Thank you for being late», su último libro, sobre el momento de la gran aceleración. Graham Allison, en «Destined for war». La trampa de Tucídides. La cercana inevitabilidad de una guerra entre Estados Unidos y China.
En un momento histórico, en Praga, ante 20.000 personas, en 2009, Obama propuso el fin del arma nuclear: «Como potencia nuclear, como el único poder nuclear que ha hecho uso del arma atómica, Estados Unidos tiene la responsabilidad mundial de actuar». «No podemos lograrlo solos, pero podemos ponernos al frente».
Hoy el sistema mundial de control de armas se ha venido abajo: «Los principales componentes de la arquitectura internacional del control de armas están hundiéndose», advirtió Guterres, secretario general de la ONU, ante la conferencia de desarme. «El mundo camina sonámbulo hacia una nueva carrera armamentística nuclear».
En la sede de las Naciones Unidas, hay una gran escultura de San Jorge derrotando al dragón. Fue un regalo de la Unión Soviética. El dragón está construido con restos de misiles soviéticos y americanos, destruidos por el acuerdo alcanzado en 1987. Creíamos entonces que el discurso de Arthur Koestler, «Hiroshima», en 1969 ya no tenía sentido. Hoy, verano 2019, comprobamos exactamente lo contrario.
«Si me pidieran que nombrase la fecha más importante de la historia de la raza humana, decía Koestler, contestaría sin vacilar: 6 de agosto de 1945. La razón es muy simple. Desde la aurora de la conciencia hasta el 6 de agosto de 1945, el hombre tenía que vivir con la perspectiva de su muerte como individuo. Desde ese día, en que la primera bomba atómica eclipsó el sol sobre Hiroshima, la humanidad en conjunto ha tenido que vivir con la perspectiva de su extinción en tanto especie».
Mi segundo punto está inteligentemente desarrollado en «Thank you for being late», el magnífico libro del periodista del New York Times Thomas L. Friedman.
El término clave es la «gran aceleración». ¿Dónde radica la diferencia con otras revoluciones industriales? En que, hasta hoy, hasta ayer, todo requería una previa decisión humana. Hoy las máquinas inteligentes pueden tomar mejores decisiones que los hombres.
El ritmo del cambio y el ritmo de la aceleración crecen al mismo tiempo, siguiendo la ley de Moore. «El mundo no solo está transformándose y operando de forma distinta, sino que adopta su nueva forma mucho más rápida de lo que podemos hacerlo nosotros, nuestros líderes, nuestras instituciones, nuestras sociedades, nuestros principios éticos: llega más lejos, más deprisa y con menor coste».
Si esta aceleración sucede en el progreso científico y tecnológico, va más allá aun en los cambios geofísicos y sociales. Tanto en la madre naturaleza como en «la máquina», el genérico término económico para el mercado. En 2004 la industria de semiconductores produjo, por ejemplo, más transistores, a coste más bajo que la producción mundial de granos de arroz o de las hormigas existentes.
El segundo capítulo de su libro se titula «¿Qué demonios sucedió en 2007?». Estudie el tema que estudie todo le remite a ese año. El año que Steve Jobs anuncia que Apple ha inventado el IPhone, que nace el software para la traducción, la Piedra Roseta digital… ejemplos entre miles.
Cito, por último, al catedrático de Harvard Grahan Allison, en «Destined for war», trata de la conocida como «trampa de Tucídides» o de cómo la rivalidad entre un poder emergente (en este caso China) y un poder establecido (en este caso Estados Unidos) termina casi irremediablemente en guerra. Así lo estudió el primer y gran historiador griego Tucídides ante la rivalidad de la emergente Atenas y la poderosa Esparta, que condujo a las guerras del Peloponeso.
Después del ataque terrorista a las Torres Gemelas, 9/11, y la aparición de Daesh en Mosul en 2014, se generalizó la idea de que las amenazas habían pasado a ser transnacionales. Que solo podían resolverse con la cooperación internacional, sobre todo entre las grandes potencias: «Los retos derivados de la globalización y no los derivados de las competiciones entre los grandes poderes serán los dominantes este siglo». Ésta es la tesis del libro (2006) de Barak Obama «La audacia de la esperanza».
La ascensión en 2012 del presidente chino Xi Jinping (concentración de poder interior y expansionismo exterior, Mar del Sur de China), la invasión rusa de Crimea, y la inapreciable ayuda de Trump, no dejan lugar a dudas. Great Power Competition es el término clave: hoy la mayor parte de los americanos ven a Rusia como un adversario y a China como un rival.
Son tres grandes cuestiones que deben conformar siempre nuestro análisis. Con confianza, desde luego, en la adaptabilidad humana. Y sin hacer de Trump el causante de todos los males. Friedman termina su análisis citando a Marie Curie: «Nada ha de ser temido, solo ha de ser comprendido». Ahora es el tiempo de comprender más para temer menos.
Darío Valcárcel es fundador de la revista Política Exterior.