Inna Osipova señaló los escombros de 9 metros, todo lo que queda de su edificio de apartamentos. Ella y su hijo de 5 años escaparon por poco cuando los bombardeos rusos destruyeron la estructura, pero su abuela no pudo salir y está enterrada en algún lugar de las ruinas. Para poder darle una sepultura adecuada, Osipova espera que su cuerpo sea encontrado.
Su voz se quebró por la emoción, pero se mantuvo firme hasta que le pregunté qué pensaba de los estadounidenses que, dicen, es hora de retirar el apoyo a Ucrania.
“Somos personas, lo entiendes”, dijo, y empezó a llorar. “No importa si somos ucranianos o estadounidenses: estas cosas no deberían ocurrir”. Y luego lloró a un grado que le impidió continuar.
Estas zonas del noreste de Ucrania, hace poco liberadas tras meses de ocupación rusa, muestran lo que está en juego cuando algunos estadounidenses y europeos tratan de recortar la ayuda a Ucrania. Hay edificios bombardeados, sobrevivientes que cocinan en hogueras al aire libre, niños heridos por minas terrestres, cámaras de tortura rusas recién desalojadas —23 descubiertas hasta ahora solo aquí, en la región de Járkov— junto con fosas comunes de cadáveres con las manos atadas y las extremidades destrozadas.
“En estos momentos, la gente está encontrando fosas por todas partes en los pueblos”, dijo Tamara Kravchenko, quien dirige la única funeraria que sigue funcionando en Izium. “Los rusos a menudo solo arrojaban tierra sobre los cuerpos donde los mataban. Todos los días encontramos a alguien”.
“Nos enfrentaremos a esto durante mucho tiempo”, añadió.
Mientras que el presidente ruso, Vladimir Putin, parece incapaz de doblegar el espíritu de los ucranianos, ya está destrozando la voluntad de algunos estadounidenses y europeos.
“Con los republicanos, ni un centavo más se destinará a Ucrania”, aseguró la representante Marjorie Taylor Greene, la republicana más incendiaria. El líder de los republicanos en la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, dice que es hora de acabar con el “cheque en blanco” para Ucrania. Una encuesta del Wall Street Journal publicada este mes reveló que el 48 por ciento de los republicanos cree que Estados Unidos está haciendo demasiado para ayudar a Ucrania, frente al 6 por ciento de marzo. En la izquierda estadounidense y en Alemania y Francia también hay señales de impaciencia, aunque menos.
“No tengo miedo de que los ucranianos se cansen de ser atacados con misiles, sino de que la gente de otros países diga: ‘Basta. Es hora de pasar a otra cosa’”, opinó Oleksandr Danylyuk, de 47 años, exministro de Finanzas que se alistó como soldado tras la invasión rusa de febrero, fue herido en junio y ahora se está recuperando.
Tiene razón. Ánimo, Estados Unidos y Europa. Y tomen un poco de inspiración de los ucranianos. Aquí, veo a gente que sufre enormes dificultades, pero está cada vez más decidida a luchar.
Anastasia Blyshchyk, de 26 años, era una periodista de televisión cuyo novio, Oleksandr Makhov, se alistó como soldado inmediatamente después de la invasión de Putin. Tras llegar al frente, Makhov le propuso matrimonio por videollamada, ofreciéndole en broma un anillo de una granada. “¡Sí!”, dijo ella, y planearon de manera vertiginosa el nombre de sus hijos.
Después, Makhov murió en mayo a causa del fuego ruso y Blyshchyk se alistó en el ejército. Me reuní con ella una tarde helada cerca de su base. Puede que se sienta destrozada, pero proyecta fuerza, con equipo de protección y caminando con cuidado para evitar las minas terrestres. “Sigue mis pasos”, me aconsejó.
“Hoy se cumplen exactamente seis meses desde que mataron a Oleksandr”, relató temblorosa pero sin lágrimas. “Me he prometido no llorar”.
Le pregunté por qué se alistó para luchar contra los rusos.
“Mataron al hombre que amaba”, respondió simplemente. “Por supuesto que estoy aquí”.
Hay largas listas de espera para los voluntarios deseosos de servir en el ejército ucraniano y la gente hace uso de sus contactos en la milicia para que la llamen antes, lo que contrasta con los cientos de miles de hombres rusos que huyen de su país para evitar el reclutamiento.
Al verse bloqueada en el campo de batalla, Rusia está probando una estrategia alternativa: disparar misiles para aterrorizar a la población civil y destruir la red eléctrica y el suministro de agua. Este ataque a los civiles, un crimen de guerra, tiene como objetivo infligir un sufrimiento tan brutal a los ucranianos de a pie que quieran llegar a un acuerdo con Putin.
No está funcionando. Los ucranianos no están vacilando como lo hacen algunos estadounidenses, franceses y alemanes.
Conocí a Volodímir Rusanov, un hombre de 72 años que vive en un edificio de departamentos bombardeado cerca de Járkov. Ha reparado las ventanas rotas, ha instalado un cable de extensión desde otro edificio y ha sellado otras habitaciones para que él y su esposa puedan sobrevivir al invierno en su dormitorio con un calentador que funciona cuando hay electricidad. Va a un pozo a 800 metros a buscar agua y la sube por las escaleras hasta su décimo piso, y me enseñó a cocinar sopa de betabel con una pequeña estufa de leña. Y está preparado para enfrentarse al ejército ruso.
“Mis piernas todavía funcionan”, me dijo Rusanov. “Mis dedos aún funcionan bien. Tomaré un arma y lucharé”.
Lo que anima a los ucranianos, y debería animar a los estadounidenses y a los europeos occidentales, es la brutalidad bélica de Rusia. Hay muchas cuestiones complicadas en las relaciones internacionales, pero esta es cruda: Rusia ha intentado anexarse parte de un país soberano y comete de manera persistente crímenes contra la humanidad.
Mykhailo Chendey, de 67 años, me contó cómo los rusos lo detuvieron y lo acusaron (falsamente, aseguró) de ayudar al ejército ucraniano. El primer interrogatorio comenzó con una paliza que le rompió el brazo de forma que el hueso sobresalía de la piel, dijo, y fue seguido de descargas eléctricas.
Chendey afirmó que oyó los gritos de otras personas torturadas, incluyendo mujeres, y vio los cuerpos de dos personas que al parecer habían sido torturadas hasta morir.
Después de que la tortura dejara a Chendey vomitando sangre e inconsciente, un guardia ucraniano persuadió a los rusos para que permitieran que una ambulancia llevara a Chendey a un hospital. Allí permaneció en coma durante tres días, según declaró su esposa, Valentyna.
Eso no quiere decir que todos los soldados rusos hayan sido monstruos. Los ucranianos de a pie que vivieron durante meses bajo la ocupación rusa me dijeron que algunos soldados rusos se comportaban bien y pensaban que estaban rescatando a los ucranianos de los fascistas. Hubo saqueos y torturas, dijeron los residentes, pero eso no fue universal y varió según la unidad militar.
La estrategia de Putin en Ucrania parece un eco de su enfoque en Chechenia a partir de 1999 y en Siria en 2015: infligir tal dolor a los civiles que la resistencia continua sea imposible. Oleksandr Filchakov, el fiscal jefe de la región de Járkov, señaló que su equipo está investigando 7700 crímenes de guerra que cometieron los rusos en la zona, desde ejecuciones hasta ataques a escuelas. La liberación de Jersón en los últimos días ha dado lugar a informes similares sobre cámaras de tortura descubiertas allí.
Las atrocidades dan una razón moral para apoyar a Ucrania, pero también hay una razón práctica para hacerlo. Muchos estadounidenses y europeos piensan que Occidente le está haciendo un favor a Ucrania al proporcionarle armamento, pero en realidad son los ucranianos quienes se ofrecen como escudo humano que beneficia a Occidente.
“La resistencia ucraniana ofrece beneficios extraordinarios de seguridad a los estadounidenses”, dijo Timothy Snyder, experto en Ucrania de la Universidad de Yale. “Lo menos que podemos hacer es estar de nuestro lado”.
Los planificadores militares de Estados Unidos llevan mucho tiempo preocupados por un ataque ruso a los países bálticos de la OTAN. Pero con un enorme costo en vidas, Ucrania ha degradado tanto las fuerzas armadas rusas que el riesgo de que eso ocurra hoy es mucho menor.
La resistencia de Ucrania también puede aumentar la posibilidad de que Putin sea derrocado. Eso podría llevar al surgimiento de militaristas agresivos que serían más propensos a usar armas nucleares, pero también podría moderar a Rusia y conducir a un mundo más seguro, al tiempo que se acabaría con la dictadura en la vecina Bielorrusia, así como la división de Moldavia y Georgia.
La forma más importante en la que Ucrania puede hacer que el mundo sea más seguro está más al este. Si Rusia es derrotada en Ucrania, China podría tomarlo como advertencia y sería menos probable que avanzara sobre Taiwán, reduciendo el riesgo de una guerra cataclísmica entre Estados Unidos y China. Los republicanos a favor de medidas agresivas contra China deberían entender que una de las formas más eficaces de enfrentarse a Pekín y apoyar a Taiwán es respaldar a Ucrania.
Nada de esto quiere decir que Estados Unidos o Europa deban acceder a todo lo que diga el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski. Se ha comportado con maestría desde la invasión, pero su torpeza en los preparativos demuestra que no tiene una gran comprensión de Putin y una guerra prolongada cobrará las vidas de los niños que se mueren de hambre en Somalia y en otros lugares por el aumento de los precios de los alimentos. Puede que en algún momento los de fuera deban animar a Zelenski a hacer concesiones (como ofreció al principio del conflicto).
Sin embargo, la conclusión es que todos estamos en deuda con los ucranianos y debemos seguir apoyando a David contra Goliat. Podemos aplaudir a los ucranianos por su valentía y determinación, que me recuerdan al arrojo inglés durante la Batalla de Inglaterra. (Los ucranianos tienen el mismo pensamiento: en las gasolineras se venden biografías de Churchill).
Un simple eslogan capta la dinámica: “Si Rusia deja de luchar, no habrá guerra. Si Ucrania deja de luchar, no habrá Ucrania”.
Deberíamos aprender de la determinación ucraniana. En Kiev, conocí al sargento mayor Dmytro Finashyn, de 28 años, quien resultó gravemente herido en los combates de mayo y fue separado de su unidad.
Durante dos días, recuperó y perdió la conciencia, arrastrándose hacia sus líneas a través de un campo de minas cuando podía, bebiendo de un pantano, preguntándose si debía cortar su brazo izquierdo destrozado. Los soldados ucranianos lo encontraron, medio muerto, y los médicos le amputaron el brazo izquierdo y un dedo de la mano derecha. Está a punto de que le pongan una prótesis de brazo, y luego piensa volver a su batallón.
“Estamos entre la espada y la pared”, me dijo. “No tenemos adonde huir. Solo podemos avanzar”.
A la esposa de Finashyn, Iryna, banquera, no le entusiasma su determinación de volver a la guerra con un brazo artificial. “Todavía estoy hablando con ella”, reconoció.
Los ataques aéreos rusos sobre Kiev dejaron sin electricidad y agua a la familia; los Finashyn se encuentran entre los 4,5 millones de ucranianos que se han quedado sin electricidad estable. Así que ella ya se está convenciendo. No quiere perder a su marido, pero tampoco quiere perder a su país.
Le daré la última palabra a Alla Kuznietsova, de 52 años, una mujer parlanchina, directora de la oficina de gas de Izium. Dice que durante la ocupación comunicó en secreto las posiciones rusas al bando ucraniano, corriendo un enorme riesgo, aunque los rusos no se enteraron. “Me habrían matado de inmediato si lo hubieran sabido”, aseguró.
En julio, los soldados rusos la detuvieron a ella y a su marido por otros motivos, entre ellos su tendencia a hablar de manera abierta en la ciudad sobre la posibilidad de la liberación de la ocupación rusa. Dijo que durante diez días, ella y su marido fueron retenidos en celdas separadas en una base militar rusa y sometidos a descargas eléctricas y repetidos golpes con cables.
Kuznietsova afirmó que también fue desnudada y violada en repetidas ocasiones por los interrogadores y humillada sexualmente en un intento de quebrantar su espíritu. Casi funcionó: en un momento de desesperación, dijo, intentó ahorcarse con su sostén, pero no lo logró.
Al final, los rusos cedieron primero. Se dieron cuenta de que la necesitaban para el suministro de gas de la ciudad y le dijeron que la liberarían. “Dije: ‘No me iré sin mi marido’”, recuerda, así que también liberaron a su marido.
Al ser liberados, descubrieron que los rusos habían robado todo el dinero de su cuenta bancaria y habían saqueado su casa.
En lugar de ayudar a los rusos con el suministro de gas, Kuznietsova emprendió una audaz huida con su marido en la única dirección posible: a Rusia. Se abrió paso a través de los puestos de control, cruzó a Estonia y finalmente viajó a través de Polonia hasta llegar a Ucrania. Acaba de regresar a la recién liberada Izium después de un mes de tratamiento ambulatorio en un hospital ucraniano por las heridas causadas por la tortura.
Le pregunté sobre el cansancio de Occidente con la guerra.
Kuznietsova, quien demostró tanto valor y se sacrificó tanto para enfrentarse a Rusia, parecía tener dificultades para entender el cansancio de los estadounidenses incluso con un conflicto lejano. Me dijo que no entendía las elecciones estadounidenses, pero se le quebró la voz —de una manera que no lo hizo cuando relató que fue golpeada, traumatizada, violada y humillada— al expresar su temor de que Occidente pudiera abandonar a Ucrania.
“Estamos agradecidos a los estadounidenses, pero solo pedimos, por favor, que no nos dejen a medias”, dijo. “No nos dejen solos”.
Nicholas Kristof se unió a The New York Times en 1984 y ha sido columnista desde 2001. Ha ganado dos premios Pulitzer, por su cobertura de China y del genocidio en Darfur. Puedes seguirlo en Instagram y Facebook. Su libro más reciente es Tightrope: Americans Reaching for Hope.