Fujimori 'resucitado'

El año 2002, ya defenestrado Alberto Fujimori, un taxista peruano me contó sin rubor que siempre que pudo votó por 'el Chino', apodo con el que se conocía popularmente el mentado político. Era mi primera vez en Perú y al hablar con la gente era fácil darse cuenta de la amplia legitimidad y apoyo que llegó a gozar su régimen, que construyó durante la década de los 90, en amplios sectores sociales. Ciertamente, a lo largo de esos años Fujimori transformó el país. En el Perú anterior a su llegada al poder no habían grandes gasolineras, coches japoneses, carteles publicitarios luminosos ni grandes centros comerciales. Pero más allá de la apertura del país al mercado global, el gobierno de Fujimori también promovió el desprestigio de 'lo político', a la par que ensalzó un discurso de mano dura, orden y 'decisiones técnicas'. Con este mensaje 'antipolítico' impulsó un plan de desprestigio de las instituciones representativas y de cooptación, extorsión y manipulación de los medios de comunicación.

Este modelo, obviamente, generó ganadores y perdedores. Ganaron los empresarios que se conectaron con el mercado global y los gremios que se aliaron con los el fujimorismo, quienes controlaban discrecionalmente el dinero del erario público y se consideraban dueños del país. También creyeron ganar socialmente un amplio sector del comercio informal, los pobres de las periferias urbanas que carecían de organización y la extensa red de iglesias evangélicas.

Pero, ¿por qué hablar de ese incómodo pasado en este artículo? ¿Es lícito recordar esa lejana realidad a la hora de hablar de las elecciones peruanas del próximo 5 de junio? La respuesta es que sí vale la pena hacer memoria de lo que pasó en los años 90, como mínimo por dos razones. La primera es por lo que es y representa la candidata Keiko Fujimori; y la segunda, por la dinámica electoral que se prevé en este final de campaña.

Respecto a la primera razón, es preciso señalar que Keiko no solo es hija de quien fue presidente del Perú, si no que también, desde 1994, ejerció de primera dama y representó al Gobierno en cumbres internacionales. Luego, una vez encausado y juzgado su padre, Keiko asumió liderar el fujimorismo y representarlo en las instituciones y, en abril del 2006, fue elegida congresista de la república peruana por el departamento de Lima, siendo la política con mayor apoyo electoral del país en esa contienda. Desde entonces Keiko fue diputada y lideró el 'fujimorimo orgánico' en el Congreso hasta que se presentó a candidata a la presidencia de la república en el 2011.

Keiko quedó en segunda posición tras Ollanta Humala. Sin embargo, esa derrota no supuso el abandono de su ambición política. A partir de ese momento empezó a construir una amplia organización a lo largo del territorio para presentarse de nuevo como candidata en el 2016. Hoy, cinco años más tarde, encabeza una candidatura llamada Fuerza Popular y, después de ganar en la primera vuelta con el 39,8% de los votos, va a batirse el día 5 de junio contra el candidato liberal Pedro Pablo Kuczynski, quien encabeza la candidatura Peruanos por el Cambio.

Aquí es cuando es preciso hablar de la segunda razón por la que es importante hacer referencia al pasado, concretamente a las elecciones que supusieron la llegada al poder de Alberto Fujimori en 1990. En esas elecciones se disputaron la presidencia, en segunda vuelta, Fujimori y Mario Vargas Llosa, dos figuras bien opuestas. Mario era un intelectual blanco, rico y prestigioso apoyado por la comunidad internacional y con un programa neoliberal. Alberto era un ingeniero agrónomo descendiente de inmigrantes japoneses con programa ambiguo y un discurso que apelaba al 'pueblo'.

Hoy, 26 años después, la dinámica electoral que enfrenta a Keiko Fujimori y Pablo Kuczynski tiene semejanzas con la de 1990. Por un lado, Kuczynski es un político neoliberal proveniente de las élites tradicionales, respetado por las organizaciones financieras internacionales y que ha sido dos veces ministro y, por otro lado, Keiko dice representar a los electores populares del campo y la ciudad y arremete contra la clase política tradicional, blanca y elitista.

Es obvio que Keiko no es su padre, ni Kuczynski es Vargas Llosa, y que la situación del Perú actual tampoco es la de fines de los 80, pero sabemos que la memoria colectiva suele ser más corta que la de los prejuicios (tal como constaté con el taxista que me llevó del Callo en el 2002), así que ante el dilema de votar entre Fujimori o Kuczynski podemos esperarnos cualquier cosa. En todo caso, si gana Keiko podemos ver un 'Fujimori reload' (resucitado), si bien no sabemos si eso significará una quiebra democrática o una adaptación del fujimorismo a la nueva institucionalidad.

Salvador Martí Puig, Profesor de Ciencia Política de la Universitat de Girona.

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