Fútbol. ¿Sólo un deporte?

No se puede entender la España del siglo XX, en general la cultura de nuestros días, sin analizar el papel que juega el fútbol. El público del fútbol es trasversal, de todas las clases sociales y de todas las franjas de edad. Kipling dijo del fútbol donde «almas pequeñas son saciadas por los embarrados idiotas que juegan». B. Shaw escribió: «La única manera de evitar que los hombres golpeen y pateen a sus mujeres es la de organizar juegos en los que puedan golpear y patear pelotas», pero parece que a muchos no les es suficiente. «Mucho de la ética la aprendí jugando al fútbol» (A. Camus). «El fútbol es el deporte que hace pensar a los pies» (J. Sádaba). «Hemos ido a jugar a Rusia porque la paloma de la paz es el balón», dijo Santiago Bernabéu. «El fútbol es un deporte, pero también un espejo en el que se mira la sociedad» (M. Carol). «El fútbol descubre, desoculta, una dimensión de la sociedad moderna, saca a la luz una de sus características: la masificación», dijo un personaje anónimo. A nadie se le oculta que una frase ingeniosa no explica ni encierra lo que es el fútbol.

Filósofos, sociólogos, cineastas que hasta ahora se habían resistido a considerar en serio el fútbol, se han rendido y se preguntan: ¿Qué función cumple el fútbol en la vida de los aficionados? ¿Por qué, a pesar de ser un juego, la gente discute, se enfada, se deprime, se alegra hasta la euforia y llega a pelearse por el fútbol? ¿Por qué la Policía debe de colocarse entre los hinchas de dos equipos como si se tratara de separar rebaños de fieras? ¿La gente va al fútbol porque quiere o los poderes se sirven del fútbol para aturdir y distraer a las masas? ¿Por qué levanta más pasiones, adhesiones, filias y fobias que cualquier otro deporte? ¿Nos recuerda que nada está definitivamente consumado mientras dura y que el mérito es la piedra angular de cualquier logro vital? ¿Demuestra que cualquiera que lo quiera puede lograr lo que se proponga? ¿Es la prueba de que no somos lo que nacemos sino que llegamos a ser lo que somos?

«El fútbol es arte vivo, producción gráfica del movimiento. El fútbol es la imagen del mundo líquido; es la realidad visible en movimiento, la solución pacífica de muchos conflictos, realismo plástico». El fútbol no está plenamente integrado a una forma de vida cultural particular ni se identifica con ella sino que adquiere autonomía, de modo tal que puede sobrevivir entre cristianos, musulmanes, animistas, budistas, nazis, liberales, comunistas, capitalistas, intelectuales, sabios e ignorantes, jóvenes y viejos. Las instituciones, públicas o privadas, nacen con una función, en principio, plasmada en los estatutos que regirán su funcionamiento. Pero con el tiempo, y tal vez ya en la intención de los fundadores, suelen revestirse y encarnar una función simbólica que puede coexistir y hasta sobreponerse y ocultar la función original.

El fútbol representa el orden simbólico, la experiencia vivida, la riqueza de las emociones. Muchos aficionados cuando se sitúan dentro del fútbol, entran en una dimensión que está más allá de lo racional. El fútbol marca el ritmo de las tristezas y de las alegrías de millones de aficionados porque escenifica la dimensión agónica y muestra de manera plástica la incertidumbre de la existencia humana. El fútbol, en ciertas circunstancias, desempeña la función de fuerza orgánica de cohesión de la sustancia social que tradicionalmente desempeñaba la religión y la política. Acontece cada vez, por eso no tiene historia.

La mundialización no borra del mapa los sentimientos localistas sino que reaviva la necesitad de reforzar la identidad local y territorial. Los políticos utilizan el fútbol como arma de propaganda. El principio de la propaganda es dar a conocer por lo conocido, hacer querer por lo querido y desear por lo deseado. Los grandes equipos y sus estrellas son las realidades más planetarias de hoy y, por lo tanto, los mejores vehículos para llevar por los cuatro rincones del planeta las ideologías políticas. Aquí cabría decir lo que dice Ortega del sufragio universal: «En el sufragio universal no deciden las masas, sino que su papel consiste en adherirse a la decisión de una u otra minoría». Desde Hitler hasta Mas, muchos políticos han tratado de utilizar el fútbol como soporte simbólico y vehículo de sus intereses nacionalistas.

Cada equipo tiene su estilo, espejo de su Historia y de su tradición. El estilo del equipo se personifica en los entrenadores. En los últimos años, los prototipos de esto han sido Mourinho y Guardiola. Los del Barcelona ponen a caer de un burro a Mourinho, y los del Madrid dicen que la humildad de Guardiola esconde un enorme orgullo y una descomunal soberbia. Los catalanes han atacado mucho más al del Madrid que los del Madrid al del Barcelona porque politizan mucho más el fútbol: se van por la escuadra. En el fondo no se trata de una guerra de estilos, aunque los tengan muy diferentes, sino del enfrentamiento entre dos territorios y dos ciudades, Madrid y Barcelona, símbolos de dos maneras de entender las situación política. En este sentido, Vilanova era la continuidad de Guardiola. Ahora las cosas han cambiado.

Los grandes equipos son realidades híbridas. En Europa ni siquiera las selecciones nacionales son equipos de sangre. En la mayoría de los casos, sus grandes estrellas, jugadores y entrenadores, son hijos de inmigrantes llegados de los cuatro rincones más alejados del planeta. Los equipos y las selecciones son híbridos como la sociedad. La hibridación significa el movimiento hacia una identidad imposible de fijar porque la busca en la libertad lejos de las marcas adscritas e inertes, disfrutando de licencia para desafiar e ignorar los marcadores culturales, las fronteras, los límites, las etiquetas y los estigmas que circunscriben y limitan los movimientos y las decisiones del resto de los mortales ligados a un lugar.

«Uno no llega a ser un miembro pleno de una comunidad al identificarse sencillamente con su tradición simbólica explícita, sino sólo cuando asume además la dimensión espectral que sostiene esa tradición, los fantasmas perdurables que atormentan a los vivos, la historia secreta de las fantasías traumáticas transmitidas entre líneas, a través de las carencias y las deformaciones de la tradición simbólica explícita», dice Zizek. Muchas de las grandes estrellas ni hablan la lengua, ni interiorizan la historia ni las fechas, referencias temporales del ciclo anual, de la nación en la que juegan.

El fútbol es el tema más universal de conversación de nuestro tiempo. La unidad de esta universalidad frente a la multiplicidad de opiniones pudiera definirse como unidad analógica, de un concepto polisémico e indeterminado. Las crónicas del fútbol son crónicas de la sociedad de nuestros días. A través de los comentarios, de las tertulias y de los debates deportivos se dibujan aspiraciones de nuevas formas de vida, una contestación al clientelismo, a la corrupción y al enchufe que envenenan la vida cotidiana.

Los humanos pueden ver el mismo partido de maneras diferentes aunque estén escuchando la misma narración por la radio o viendo la retransmisión por la misma cadena de televisión y expresar sus diferencias gracias al lenguaje. Ninguna autoridad puede imponer nada como verdad objetiva en cuestiones de fútbol sobre el cual se ha establecido un diálogo interpersonal que se desarrolla en un lenguaje compartido. Toda conversación debe de encontrar consenso sin recurrir a autoridad alguna. El fútbol, como la guerra, hace que se manifieste lo que late en el hombre; pero en el fútbol, aunque se juzgue al adversario con dureza, no se le condena sino que se le permite luchar.

Esta manera de proceder es el reflejo del debilitamiento de las estructuras metafísicas y dogmáticas y que está en el origen de los grandes cambios de los que es testigo la modernidad. Entre los personajes que giran, revolotean y gobiernan el fútbol, hay hombres de deportes, hombres de negocios, gente honrada y corrupta, políticos, civiles y personajes de catadura espesa. Es difícil encontrar gente pobre.

Manuel Mandianes es antropólogo del CSIC, escritor y teólogo. Autor del blog Diario Nihilista.

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