Futuro en español

Es nuestro producto más internacional: a quienes lo compartimos, el español nos libera de las cuatro paredes que delimitan nuestras respectivas fronteras nacionales para abrirnos al ancho mundo. Tal vez la forma de expresarlo esté gastada, pero se trata de una realidad muy viva y pujante. Así se ha constado, una vez más, en el Encuentro («El idioma que nos une») que, con el apoyo del Banco de Desarrollo de América Latina (CAF), acaba de celebrarse en la capital de Chile, acogiendo a varias decenas de ponentes de acá y de allá, y a temas relacionados tanto con la creación cultural y el periodismo, como con la innovación y la tecnología, atentos todos a la vocación prospectiva del foro que, bajo igual título que el que encabeza esta página, promueve itinerantemente Vocento desde hace un lustro a partir de una feliz iniciativa nacida en la misma tierra que contempló hace un milenio los primeros titubeantes pasos de la lengua que hoy tiene rango de global. En esta ocasión, la propia convocatoria en esa gran urbe austral, a más de once mil kilómetros de la cuna riojana del castellano, es ciertamente expresiva de su reconocida condición de gran lengua de comunicación internacional, a la que ni el tiempo ni la geografía han hecho perder cohesión interna, una marcada homogeneidad que ha vencido las pulsiones disgregadoras que en su día fragmentaron el latín en un nutrido ramillete de lenguas romance y que ahora tienden con fuerza a dialectizar al inglés o al francés, al chino o al hindi.

Las credenciales actuales del español, dicho de otro modo, son estimulantes: segunda lengua de comunicación internacional, tras el inglés, por número de hablantes (ya más de 550 millones) y también segunda lengua adquirida en los países de lengua no inglesa, es, a la vez, la tercera lengua con más presencia en internet (por detrás del inglés y del chino mandarín, si bien ocupa la segunda plaza en la red tanto por número de usuarios como por páginas web, tanto en facebook como en twitter). Lengua plurinacional y multiétnica, el español reúne además importantes atributos –cohesión, limpieza y una ortografía casi fonológica– que le hacen especialmente apto como idioma vehicular. Es –como se ha escrito– «la otra» lengua internacional de alfabeto latino: si el inglés es la lengua sajona universalizada, el español es la lengua románica universalizable. No una alternativa a aquélla, auténtica lingua franca universal de nuestro tiempo, pero sí su posible mejor complemento; no su rival, pero sí su posible mejor acompañante.

Futuro en españolBuenas credenciales que, por lo demás, confirma vigorosamente el análisis de la capacidad del español para actuar como palanca en el ámbito económico internacional, generando efectos multiplicadores en el comercio y los flujos financieros. La investigación al efecto auspiciada por Fundación Telefónica («Valor económico del español») lo ha demostrado pormenorizadamente. La lengua común equivale a una moneda común: reduce los costes de casi cualquier intercambio, facilitando una familiaridad cultural que acorta la distancia psicológica entre las partes (el «trato») y dinamiza las transacciones (los «contratos»). Los resultados obtenidos son concluyentes: el español multiplica por 4 los intercambios comerciales entre los países hispanohablantes, y por 7 los flujos bilaterales de inversión directa exterior (IDE), actuando así la lengua común de potente instrumento de internacionalización empresarial. Compartir la lengua, en resumen, reduce sustancialmente –en términos absolutos y relativos– los costes de transacción, esto es, aquellos asociados a los requisitos legales y administrativos para la instalación de la empresa, a la identificación de los interlocutores adecuados en el país de destino, a la redacción de las condiciones contractuales, al seguimiento de su aplicación y, eventualmente, a la resolución de las diferencias que puedan surgir.

Debe huirse, en todo caso, de autocomplacencia. La autoestima está justificada, pero de aquella conviene siempre alejarse. La lengua que compartimos los hispanohablantes –una lengua crecientemente americana dadas sus ganancias al norte y al sur del continente, es decir, en los Estados Unidos y en Brasil– tiene ante sí grandes oportunidades, un promisorio horizonte, pero alcanzarlo exige una política de altura con doble planteamiento: por una parte, que el español sea considerado como un bien preferente y que su promoción internacional se conciba como política de Estado; por otra parte, que se articule una estrategia compartida entre España y todos los países que son titulares también de esta propiedad mancomunada que supone la oficialidad multinacional del español.

La respectiva significación de tales tomas de posición es obvia. De un lado –repítase– política de Estado para un bien preferente. Una política que no quede constreñida en un único ministerio, pues concierne directamente a varios (Industria, Educación, Cultura, Comercio, Asuntos Exteriores) e indirectamente a todos; y una política que trascienda el ciclo político, porque requiere continuidad. De otro lado, planes compartidos, políticas intergubernamentales y paniberoamericanas. Una buena referencia es el programa normativo panhispánico de las 22 Academias de la Lengua Española, que en apenas dos decenios ha conseguido ese logro formidable que es disponer de Diccionario, Gramática y Ortografía comunes. La promoción internacional del español reclama acciones conjuntas. En el ámbito de las organizaciones multilaterales, eso es vital, pero también para la enseñanza del español como lengua extranjera con las debidas garantías. Igualmente, en la promoción del español en el mercado cultural de habla hispana en Estados Unidos, así como en el mundo árabe y en China –donde el inglés está jugando con destreza sus bazas–, la colaboración de los países hispanohablantes dotará a cada iniciativa de una fuerza que no podrá igualar cualquiera de ellos en solitario (desde España no debemos ignorar que el interés por el español en China está en función de los intereses del gigante asiático en Iberoamérica).

Sirva, en fin, como colofón de las demandas que cabe hacer a las políticas públicas, la insistencia en el apretado vínculo que existe entre lengua y desarrollo económico y social, una vigorosa interrelación ahora acentuada por la emergencia de nuevos grandes actores en el mercado internacional y por la recomposición del mapa estratégico mundial. Quiere decirse que el futuro de las lenguas que aspiren a tener relevancia en una economía globalizada se jugará, más que en términos de crecimiento demográfico, en los terrenos de la fortaleza de la economía, de la investigación científica y de la calidad institucional. Para el español, desde luego, malo sería fiar su suerte al crecimiento vegetativo de las poblaciones de la América española o de los hispanos en Estados Unidos. Sólo el desarrollo económico y social en los países que hablan español y la robustez de sus democracias pueden ofrecer la posibilidad de un porvenir confortable a esta hermosa lengua. El futuro no se espera, se construye.

José Luis García Delgado, Catedrático de Economía Aplicada.

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