Futuro incierto, presente depresivo

Ocho años después de iniciada la crisis, el PIB y la renta de los hogares en la periferia europea aún no han recobrado los niveles precrisis. Y por si no fuese suficiente, la recuperación da señales de debilidad. Así lo confirman los pronósticos del FMI, que rezuman pesimismo sobre la eurozona. Una debilidad que también ha reconocido el ministro Luis de Guindos.

Algunos analistas hablan de una nueva recesión. Sería la tercera en menos de una década. Una perspectiva deprimente que intensificaría el dolor de muchas familias, aumentaría el malestar social y alimentaría el populismo.

Lo extraño es que existen factores que harían posible una situación diferente: los bajos precios del petróleo son propicios para la actividad, los bajos tipos de interés favorecen nuevas inversiones, la mejora del empleo debería impulsar el consumo de los hogares, los elevados beneficios de las grandes empresas posibilitan nuevos proyectos y la moderación salarial estimula la competitividad.

¿Por qué estos vientos de cola no impulsan una recuperación sostenida de la eurozona? Hay dos explicaciones.

La primera es la de las autoridades europeas. Según su diagnóstico, lo que debilita la recuperación sería la falta de reformas y la débil coyuntura económica internacional. Pero fíjense en este hecho. Al Reino Unido y Suecia, dos países europeos que tienen en común no pertenecer al euro, les va mejor. Tanto que el Parlamento finlandés ha pedido al Gobierno que estudie la oportunidad de salir del euro para seguir la senda de sus vecinos suecos. Frente a esta versión oficial existe otra explicación con mejores fundamentos en la teoría y los datos. Lo que estaría deprimiendo la actual coyuntura económica europea sería la incertidumbre sobre la capacidad de crecimiento a largo plazo de la eurozona.

Esto es intrigante. En tiempos normales es el presente lo que determina el futuro. Pero estos no son tiempos normales, ahora es la incertidumbre sobre el futuro lo que provoca un presente deprimente. Este incierto futuro hace que las familias reduzcan su consumo; que las empresas con beneficios en vez de invertir aprovechen para repartir dividendos, devolver capital y aumentar las retribuciones de la alta dirección, y que los inversores, en vez de apostar por nuevos proyectos, se refugien en las bolsas, lo que provoca nuevas burbujas. El resultado es que la recuperación se debilita enormemente.

Esta es, a mi juicio, una explicación más atinada. Pero plantea otra pregunta: ¿qué es lo que debilita la capacidad de crecimiento futuro de la eurozona?

La narrativa oficial dice que es el escaso espíritu reformista. Pero aquí también ha surgido una explicación alternativa. Según esta nueva visión, son las propias reformas impulsadas por Bruselas lo que estaría debilitando el crecimiento a largo plazo. Esta explicación es devastadora para la narrativa oficial. Pero, por venir de quien viene, vale la pena tenerla en cuenta.

Lo relevante es que no viene de ningún populista crítico con la UE y el euro, sino del FMI, un organismo poco proclive a la heterodoxia. En su último informe de primavera sobre perspectivas económicas ( World Economic Outlook) incluye un capítulo sobre las reformas y su impacto en el crecimiento potencial que es un varapalo a la política económica europea.

El FMI se plantea la cuestión de cuál es el mejor momento para llevar a cabo las reformas que impulsen el crecimiento a largo plazo. ¿Cuando la economía está débil o fuerte? La respuesta es que depende del tipo de reformas. Las orientadas a mejorar la competencia en los mercados de bienes y servicios deben ser puestas en marcha cuando la economía está débil porque sus efectos positivos son inmediatos. Al romper las conductas monopolísticas y los cárteles, esas reformas hacen que bajen los precios, aumente la renta disponible de los consumidores y mejore la eficiencia económica. Pero, por el contrario, las reformas que reducen los ingresos de los hogares y alteran sus planes de ahorro si se aplican cuando la economía está débil, empeoran las cosas. Este tipo de reformas, como las de las pensiones o las laborales, deben anunciarse, pero dejarse para cuando la economía se haya recuperado.

Sin embargo, las autoridades europeas han impuesto las reformas que debilitan la recuperación y el crecimiento potencial y han postergado las que lo favorecen. El resultado es dolor social, desorden político y daño a la economía. Si pudiesen ser acusadas de mala praxis, sería de juzgado de guardia. No obstante, a diferencia de los médicos, los políticos tienen la suerte de no poder ser acusados de negligencia profesional.

Pero no pierdo la esperanza de que el conocimiento ayude a cambiar las cosas. Sabemos lo que necesitamos: una mejor combinación de estímulos que aumenten la demanda y que conjuren una nueva recesión con reformas que potencien el crecimiento a largo plazo y despejen la neblina de incertidumbre sobre el futuro. Sólo así mejorará el presente.

Antón Costas, catedrático de Economía de la Universitat de Barcelona.

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