Futuro «Low cost»

Estudiar, buscar pareja, encontrar trabajo y tener piso. Podía cambiar el orden, trastocarse algún paso u obviarse alguno de ellos, pero grossomodo estos eran los ingredientes básicos que los jóvenes españoles manejaban hasta 2008 para trazar una, en su opinión, trayectoria exitosa, un proyecto vital viable. Hoy en su mayoría siguen queriendo lo mismo, pero la crisis ha devastado sus esperanzas. De hecho, el impacto de la crisis ha sido tal que ha modificado sus valores, sus actitudes, sus comportamientos o sus aspiraciones. Lo que piensan sobre las instituciones, sobre los adultos, sobre la política o sobre ellos mismos.

Sin duda, hay un antes y un después de la crisis. Probablemente para todo el país, pero muy marcadamente para los jóvenes. Tanto es así que incluso la FAD, entidad ligada históricamente a la prevención del consumo de drogas, ha abierto el foco de atención y acción para ocuparse del conocimiento de la realidad global juvenil. Así nace el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, que centra sus esfuerzos en analizar y promover estrategias que propicien el desarrollo personal y social de los jóvenes.

Futuro «LOW COST»Y lo primero que analizamos es cómo por primera vez en décadas los jóvenes españoles están convencidos de que ellos vivirán peor que sus padres y sus hijos vivirán peor que ellos; y de que hay conquistas de sus padres que se perderán irremisiblemente. En definitiva asumen que les tocará vivir una vida lowcost, una vida en precario.

No hace mucho que los españoles vivíamos una fantasía social en la que todo parecía a nuestro alcance; más aún, donde ese todo parecía pertenecernos por derecho. Los jóvenes (o muchos jóvenes, pues no son todos iguales) trasladaban esa exigencia al espacio de lo lúdico. Convertían esas etapas vitales en un paréntesis en el que, esperando a crecer, no había más empeño que el de disfrutar lo más posible.

Pero apareció la crisis y los jóvenes tuvieron que aprender a convivir con la incertidumbre, a abandonar la seguridad que generaciones anteriores habían logrado a través de un contrato social no implícito: si me preparo, aprendiendo, estudiando, cumpliendo las normas de la socialización, podré acceder a los beneficios de la integración en la comunidad, a un trabajo, a una vivienda, a una familia… Ahora se ha hecho añicos esa fantasía presentista. Ha desaparecido la esperanza de logros ciertos tras esa etapa de espera e irresponsabilidad. Y esto ha conllevado la reacción de los jóvenes: una visión evidentemente crítica del contexto; una gravísima desconfianza en las instituciones que no hace sino profundizarse día a día; una cierta desesperanza y una pérdida de credibilidad en un sistema que les ha mentido y engañado.

Son actitudes que se manifiestan sobre todo en los discursos dominantes aunque en lo personal, los jóvenes españoles siguen declarándose satisfechos de su vida, posiblemente porque, pese a todo, no han perdido la fuerza esperanzada que les da tener la vida por delante y el soporte imprescindible de la familia. Además, ya no están en ese parón de actividad y responsabilidad. Han decidido implicarse en la búsqueda de una salida en medio de la incertidumbre: cambiando prioridades, aceptando renuncias, buscando alternativas, reivindicando valores diferentes; sobre todo implicándose más en el cambio para todos.

Los jóvenes vuelven a reivindicar la acción política, no tanto como adscripción ideológica cuanto como acción transformadora frente a los problemas, no exactamente por la vía de la política formal sino a través de formas nuevas y diferentes de participación. Se niegan a dar cheques en blanco a los partidos políticos. Apuestan por tomar el timón, por cambiar el rumbo, por crear un nuevo escenario donde el esfuerzo, la honestidad, la rebeldía o la responsabilidad sean los valores fundamentales.

La postura de los jóvenes, así como su lectura y aceptación de la realidad, nos debe llenar de esperanza. Su disposición a transformar desde el activismo pacífico todo lo necesario para construir esa nueva era que está amaneciendo es un dato claro para el optimismo.

Por supuesto que estos jóvenes de los que hablamos son muy diferentes entre sí; no hay una juventud sino diversos grupos de jóvenes con distintas aspiraciones, actitudes diferenciadas, propuestas diversas. Pero, una vez más, de lo que hablamos es del discurso dominante; y no cabe menospreciarlo. Debemos tenerlo en cuenta para que el futuro sea un futuro equilibrado; donde los jóvenes insuflen su energía, sus ideas renovadoras y su disposición sin que desaparezca, se invisibilice o apague la experiencia y la voz de los adultos.

Creo que no es suficiente con el abandono de aquellos que lo hicieron mal, sino que creo deben dar un paso adelante aquellos que lo hicieron bien. Los adultos debemos tener la oportunidad de corregir todo aquello en lo que nos equivocamos colaborando con los jóvenes, que ya han demostrado su disposición para que entre todos construyamos el futuro.

Ignacio Calderón Balanzategui es Director General del Centro Reina Sofía sobre adolescencia y juventud de la FAD.

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