G-7: El arcaísmo de la política

La reciente cumbre del G-7 en Gran Bretaña (en la que, curiosamente, el mundo hispano no estaba representado) ilustra una ley constante de la política: el retraso de los gobernantes, de su discurso y de sus iniciativas con respecto al conocimiento científico accesible en los trabajos de investigadores y académicos. El economista Friedrich von Hayek explicaba este desfase como un fenómeno generacional. Los dirigentes políticos, escribía en la década de los setenta, no son intelectuales; no siguen el trabajo de los investigadores, sino que se basan en una serie de conocimientos adquiridos en su juventud, y toda su vida siguen siendo prisioneros de este stock, incluso cuando surgen teorías más actualizadas y más exactas. Hayek, pesimista, concluyó que era necesario esperar a que una nueva generación echara a la antigua antes de que las ideas relevantes sustituyeran a las doctrinas caducas y que han resultado ser inexactas.

Hayek explicaba, entre otras cosas, que el socialismo, hasta hace muy poco, conservaba cierta legitimidad, aunque su fracaso económico y social había quedado demostrado por la teoría y la experiencia. Del mismo modo, los gobiernos han favorecido durante mucho tiempo la inflación, a través de los déficits fiscales y la creación de dinero -hasta 1980- incluso cuando, treinta años antes, economistas como Milton Friedman habían denunciado las causas políticas de la inflación y sus efectos perjudiciales en el crecimiento, y la consideraban un factor de desigualdades sociales.

Desgraciadamente, la reciente cumbre del G-7 confirma la hipótesis histórica de Hayek. Por ejemplo, consideremos los debates de esta cumbre sobre las desigualdades, en las sociedades desarrolladas y entre países avanzados y países muy pobres. En primer lugar, los políticos evocan la igualdad y la desigualdad, tema central en la democracia, como si estuviéramos en el siglo XIX, aunque el 90 por ciento de nuestra población pertenece a la clase media y la novedad no es la desigualdad, sino su casi desaparición en los países de economía libre. Lo que sí es nuevo, por el contrario, es la aparición en la cumbre de una clase súper rica globalizada y la persistencia de una miseria real en la base de la sociedad. El G-7 prefiere ceñirse a un lenguaje casi marxista, proponiendo soluciones igual de obsoletas, en particular el aumento de impuestos (preferiblemente globalizados) y la redistribución. Sin embargo, economistas de todas las tendencias han demostrado, desde hace al menos treinta años, que la verdadera causa de la desigualdad no es la posesión de capital (salvo por un puñado de oligarcas), sino el acceso a la educación desde una edad temprana. La educación que recibe un niño en su familia y en sus primeros años de escuela determina en gran medida su trayectoria futura; hoy en día el capital es el conocimiento. No soy contrario a la tributación de los súper ricos, pero por razones cívicas y morales más que económicas, sabiendo que esta tributación no reducirá las desigualdades, cuyas causas están en otra parte. El G-7 no ha abordado estas causas reales y prefiere ceñirse a las fantasías de la generación anterior.

El mismo desfase entre el conocimiento y el discurso político se observa en cuanto se mencionan los países más pobres, sobre todo de África. No hay duda de que deberíamos desear el desarrollo económico de África por razones humanitarias, sanitarias y para protegernos a nosotros mismos contra las pandemias y la inmigración masiva. Pero en el G-7 se habla como si la ayuda internacional o la cancelación de la deuda de los pobres debiera hacerlos prosperar. Estas son también las creencias de la generación anterior. Todos los economistas que han estudiado la cuestión han concluido que la miseria en África es el resultado de Estados fallidos cuyos gobernantes solo sirven a sus intereses personales y/o están en guerra permanente contra tribus disidentes. Etiopía es un buen ejemplo: ha pasado del estatus de estudiante modelo, con muchas ayudas e inversiones extranjeras, al de la guerra civil.

Pero ¿quién en el G-7 osará evocar la desastrosa gobernanza de los países pobres? La participación en esta cumbre de la directora de la Organización Mundial del Comercio, de origen nigeriano, habría bastado para imponer el silencio, al estar Nigeria especialmente mal gestionada. Sin duda habrá que esperar una generación para que los países ricos reconozcan la realidad; es de señalar que estos hechos son ahora admitidos por muchos economistas africanos en el exilio.

¿Los gigantes tecnológicos, o GAFA (Google, Apple, Facebook y Amazon)? El G-7, por unanimidad, quiere los impuestos. Solo podemos aprobar la búsqueda de la optimización fiscal. Pero si nos remontamos a la historia económica, los beneficios de los gigantes tecnológicos no proceden tanto de su evasión fiscal como de su posición de monopolio. Los GAFA asfixian cualquier competencia comprando a sus rivales; las leyes lo prohíben, pero no se aplican, y limitarían el poder más que los impuestos. Una vez más, el discurso político no coincide con el conocimiento.

China, por último, ¿es la obsesión del G-7? El tema es tan amplio que prefiero tratarlo la semana que viene. Me conformaré con aplicar la misma regla que para los temas anteriores: conocer antes de actuar, saber lo que quieren los chinos antes de lanzarse al asalto.

Guy Sorman

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