G-8: una respuesta cooperativa insuficiente

Tiene razón el gobernador del Banco de España cuando afirma: «Hasta el momento, las autoridades públicas de la mayoría de los países han resistido con notable éxito las tendencias intervencionistas y nacionalistas y se han dado pasos determinantes en la búsqueda de soluciones cooperativas en el ámbito financiero». Las lecciones de la crisis del 29 son demasiado evidentes para olvidarlas. Pero no estoy seguro que se haya hecho todo lo posible, ni siquiera que pasado el miedo al derrumbe del sistema financiero los países no vuelvan a las andadas. No debo ser el único que anda preocupado, el hoy director del departamento del Mercado de Capitales del FMI y anterior subgobernador de la autoridad monetaria española, José Viñals se ha visto obligado a alertar que se está perdiendo la oportunidad irrepetible de adoptar a escala internacional un nuevo modelo de regulación y supervisión financiera, y que si no se hace ahora no se hará nunca.

La Unión Europea no ha dado precisamente un ejemplo de cooperación interna. Ha sido incapaz de adoptar posiciones comunes en temas trascendentales. Sigue por ejemplo sin haber acordado unos principios operativos de recapitalización bancaria que eviten que las ayudas del Estado impongan una desventaja competitiva a las entidades que no han tenido que recurrir a fondos públicos. Tampoco sabe qué hacer con la supervisión de los grandes bancos transnacionales más allá de los famosos colegios de supervisores cuya operativa concreta es incierta y sigue descansando sobre el intercambio voluntario de información entre agencias nacionales. Su desacuerdo interno le ha impedido marcar la agenda y dominar el debate internacional.

Es fácil criticar los problemas de organización del país anfitrión, Italia, pero lo cierto es que, más allá de la retórica, siguen primando los intereses nacionales y los países andan más preocupados de cómo salvar a sus propios bancos que en construir un sistema financiero europeo sólido. No debería de extrañarnos. En nuestro propio país estamos asistiendo al espectáculo de cómo las Comunidades Autónomas amenazan con no acatar el plan de salvamento de las Cajas de Ahorros, una terminología más exacta que el aséptico acrónimo FROB, si no se les garantiza que tendrán la última palabra en el proceso y se aseguran el control del resultado.

Es cierto que la institucionalidad internacional es difusa, de legitimidad discutible, sin reglas claras y con demasiadas concesiones a la improvisación y el marketing. Sigue heredera de un reparto de poder en el mundo que no se corresponde con la realidad económica actual. El propio G-8, que agrupa a las potencias económicas tradicionales más Rusia, se ha visto obligado a abrir su mesa al grupo de grandes países emergentes (Brasil, China, India, México, Suráfrica y Egipto) no sólo para ganar credibilidad sino, conviene no olvidarlo, porque necesita su dinero en los procesos de recapitalización bancaria en marcha. España es una de las grandes perdedoras de este proceso. No es culpa del gobierno actual ni de su Presidente. Pero sí es su responsabilidad no tener una política clara, realista y de Estado. Una política que no puede consistir solo en buscar la foto de la consagración internacional. Ni tampoco en pensar que estas cosas se resuelven con amigos poderosos que compartan ideologías presuntamente progresistas. La política internacional es cuestión de intereses y no de ideologías.

Desgraciadamente llegamos tarde en su momento al reparto de sillas y para el nuevo reparto que ahora se está escenificando, los intereses y las realidades económicas se han desplazado al mundo emergente. Por eso debería ser política de Estado hacer avanzar una voz única europea, y jugar nuestras bazas en la conformación de esa voz única. Sin eufemismos, no nos interesa que nos inviten a los postres sino que haya muchas menos sillas en el banquete. Aunque se venda peor en términos de pequeña política doméstica.

La dinámica de las cumbres actuales adolece en mi opinión de demasiado trabajo para la galería. Se ha impuesto un esquema de funcionamiento que hace que los documentos finales aprobados en cada encuentro se parezcan más a programas electorales que a planes estratégicos. No pueden faltar alusiones genéricas, vacías de contenido, a todos los tópicos al uso, desde el cambio climático a los problemas de género, el drama del sida o el compromiso antiproteccionista.

Es obvio que así no se puede avanzar. Parecería más productivo concentrarse en cada cumbre en un tema concreto y aprobar un auténtico plan de acción, con compromisos cuantificables, con fechas de realización y consecuencias para los incumplidores. Sé bien que muchos piensan que es la hora de la política, pero soy de la opinión que al menos en temas de gestión, harían bien los políticos reunidos en L´Aquila en hacer un poco de benchmarking empresarial y aprender de cómo funcionan los Consejos de las empresas bien gestionadas. Se empezaría por hacer un calendario de reuniones para el próximo ciclo, digamos dos años, con su orden del día correspondiente y con las personas, supongo que en este caso países, encargadas de presentar propuestas de resolución que puedan ser aprobadas y aplicadas inmediatamente después de la Cumbre. Seguiría decidir quién tiene que estar para cada tema, lo que nos llevaría a un esquema de geometría variable donde España, por ejemplo, no podría faltar en temas financieros pero no sería invitada en temas estratégicos, donde Turquía sería un invitado necesario. Y se podría terminar con establecer mecanismos de verificación y cumplimiento.

Resulta obvio que la prioridad en el momento actual es la economía y los bancos. Un tema latente es el status del dólar como moneda de reserva dominante y la infravaloración de la moneda china. Hay miedo a una crisis cambiaria, que es lo único que nos faltaba. No se ha podido tratar a fondo porque la violencia interétnica en Xinjiang y la política de represión sin contemplaciones han obligado al presidente chino a regresar a su país. Pero habrá que resolver pronto el problema, porque los desajustes ahorro inversión globales continúan y amenazan con echar al traste cualquier atisbo de recuperación. Hacen falta ideas claras y liderazgo internacional para poner encima de la mesa esquemas que impidan que un país, por grande que sea, se beneficie de incumplir sus responsabilidades internacionales. En el tema estrictamente financiero urge aprobar sin más dilación las nuevas medidas de regulación y supervisión que se basan en principios simples pero poderosos: mejor regulación, más transparencia, mínimo coste fiscal y soluciones de mercado. Y empezar a preparar lo que se conoce como una estrategia de salida, que es un eufemismo más para describir la urgencia de disponer y presentar planes de consolidación fiscal que eviten una crisis fiscal global. Una agenda lo suficientemente ambiciosa para especializarse en ella. Pero no ha sido el caso porque falta liderazgo político y el único que podría ejercerlo no parece partidario de tomar decisiones sino de agotar el poder blando.

Fernando Fernández Méndez de Andés, Rector de la Universidad Antonio de Nebrija.