Galdós y la historia de España

A un siglo de distancia de su muerte, el mayor novelista español después de Cervantes, conforme el juicio casi unánime de la crítica, se nos revela nuestro contemporáneo. Cuando, proveniente de los cuadrantes más alertados al progreso de su esquiva disciplina, el contemporaneísta llega al mundo del autor de Doña Perfecta, una bocanada de humanidad palpitante remece su ánimo, enfrentándolo con el verdadero sujeto de su estudio. La España del siglo XIX está ahí, en la inmensa enciclopedia -geografía antropología, estasiología, polemología…- que de ella escribiera don Benito. Todas las conquistas de Clío en el escudriñamiento de sus vetas más obscuras y en el análisis de algunas de sus claves interpretativas -patriotismo constitucional, revolución burguesa, pretorianismo, emergencia capitalista, urbanización- se refractan en el cuadro lleno de plasticidad, que de ella pintara el escritor grancanario.

Todo está en los Episodios Nacionales, en las seis novelas de la primera serie, en las Novelas Contemporáneas (24) y en los innumerables artículos que salieran de su pluma de galeote. El burgués y el menestral, el tren y la diligencia, los «cruzados de la causa» y los milicianos de morrión, el canónigo inquisitorial y el cura progresista, el vate ilustrado y el periodista politizado; los heraldos del tiempo nuevo y los náufragos del tiempo ido; gentes de la España «eterna» -arrieros, pordioseros, maritornes de posadas y ventas, místicos de alcurnia intelectual y alucinadas de extracción humilde y popular- y de la «nueva» España -institucionistas, científicos, inventores-; ortodoxos y heterodoxos, encopetados y ganapanes, aristócratas y mendigos se entremezclan y dan la mano en el melting pot con el que Galdós tanto gustara de pintar la sociedad española de su tiempo.

Y todo ello en imagen dinámica y móvil, alejada por igual del fijismo y del convencionalismo. Protagonistas y segundones, grandes y pequeños de la inacabable comedia humana en su representación española decimonónica, en su singularidad irrepetible, pero a la vez inmersos en las olas dialécticas de restauración y revolución, de cambio y arcaísmo, que envolvieran la centuria del ochocientos.

Percepción por excelencia histórica, reconstrucción de una sociedad sacudida en sus profundidades por fuerzas transformadoras y ebullentes, evocación comprehensiva de una época crucial en los anales de la contemporaneidad hispana. En toda la literatura decimonónica no existe ejemplo comparable, con la salvedad, acaso, de la obra balzacquiana. El paralaje inventivo de Tolstoi es socialmente más reducido; el dickensiano, cronológicamente más corto. Conforme tantas veces se ha afirmado, para sus respectivos países, de la epopeya literaria de esta triada privilegiada de los dioses de la escritura ochocentista, igualmente la obra galdosiana constituye, a la fecha, la mejor introducción a la historia española de la centuria pasada, si no es su historia más veraz y desnuda.

Pues el autor de Nazarín poseyó infusamente los dones para ejercer, en grado de excelencia el oficio de Clío. Este es menester de documentación y análisis, recolección informativa y meditación interpretativa, rebusca archivística y pauta hermenéutica. Pero todo ello al servicio de la reviviscencia de un pasado que puede y debe ser investigado con las técnicas de la informática más vanguardista. Tras una larga, inacabable dictadura de prosaísmo descarnado, el paradigma historiográfico vuelve a ser el de los mejores coetáneos del joven Benito: Macaulay, Michelet, Mommsen… Una pasión atemperada por la ciencia más alquitarada. ¿Qué otra cosa, si no, son las obras de F. Braudel, G. Dubuy, J. Elliot? La historia como tarea taumatúrgica de dar vera y nueva vida, según quería el buen monje de El Escorial y escritor admirable, Fray José de Sigüenza, a los huesos y cenizas de la humanidad desaparecida. Fórmula esta infalible para acertar siempre en la diana del trabajo historiográfico por encima de modos y modas pasajeras. La Historia entendida como disciplina social, entreverada de préstamos, relaciones y colindancias con otras del mismo tenor y no exenta de intención y voluntad artísticas, como proclamaba Menéndez y Pelayo. Concepto y definición, según se observa, complejos, que resume el esfuerzo de numerosas generaciones de estudiosos hasta situarla en su estatuto actual, de preferente posición en las ramas del saber académico, y en el que es difícil imaginar que un pura sangre literario como el narrador grancanario no pueda ocupar lugar prominente.

Y sin embargo así es. Su obra es río amazónico por el que discurren los principales procesos económicos y sociales, junto a los más importantes ciclos de la política y los aspectos más salientes de las estructuras mentales e ideológicas que estaban pasando de una a otra orilla de su evolución histórica. En pos de metas primordialmente artísticas, Pérez Galdós llevará a cabo, por medio de la literatura, la historia de su siglo como aporte propio al proyecto progresista al que se entregara tan ardidamente. Bien que su planteamiento no sea irenista y sus filias y fobias parezcan de ordinario nítidas, su grandioso tapiz estará invariablemente enmarcado por coordenadas suprapartidistas y animado por una idea de futuro, en el que los cruentos antagonismos en que se forjara desde los días ilusionados de las Cortes de Cádiz la España liberal, quedarán superados en la reconciliación del país consigo mismo.

José Manuel Cuenca Toribio es miembro de la Real Academia de doctores de España.

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